miércoles, 10 de julio de 2024

VIAJERO SEDENTARIO (Junio de 1997)

  



Desde la ventana de la habitación, sus ojos acuosos se posaban con cariño y nostalgia sobre aquellos viejos y poderosos raíles de metal, vías muertas que como raíces profundas, siempre habían estado allí, partícipes del paisaje. Edgar el pensador, observaba como paralelamente se alejaban, perdiéndose en otros confines de mundos imaginarios y venerados, demasiado distantes, sentíase unido al añorante vacío, en un estado comatoso pero sosegado y sereno. Para Edgar el ferroviario, la estación del ferrocarril había sido su cuna y sería algún día, sin duda su sepultura. La ciudad quedaba lejos, Edgar el solitario lo prefería así. La anciana y olvidada estación creaba un oasis en medio del desierto, la gran fotografía de toda su existencia, el mapa de sus vivencias. El caserón era espacioso, dos plantas se alzaban en la plenitud de la nada. Arriba estaba su cuarto, Edgar el hacendoso mimaba los objetos como si de porcelana se tratara, limpiaba todos los días cada rincón del silencio y pasaba el trapo del polvo a la monotonía con cara risueña, los tres restantes habitáculos tenían algo en común, techos, paredes, suelos, muebles, se hallaban repletos de recuerdos de otras ciudades, de otros países, de modo que al atravesar los aposentos, uno se encontraba inmerso en distintas civilizaciones.
 Amuletos, iconos, figuras talladas, cuadros, candelabros, pipas de agua, toda clase de enseres de arte hechos de arcilla, de madera, bronce, plata, reliquias que antiguos viajeros de paso, o incluso moradores ocasionales le habían ofrecido con gratitud, pues esas tierras eran talismán de inspiración, muy apreciadas por pintores, poetas y toda raza de artistas. En el bajo estaba la fría sala de espera con las colillas en el suelo y sus grafitis en las paredes, en el lavabo y en los bancos de madera color carcoma. Desde los cristales se divisaba la clara llanura, el viento golpeaba con fuerza para despertar la dormida imaginación de un sueño que pertenecía al tiempo de los recuerdos. En ese ayer Edgar el solidario, abría las puertas dando cobijo y alimento a quien quisiera pasar allí una temporada, así Edgar el civilizado conoció todos los tiempos, la historia, las guerras, el sexo, el amor, aprendió a tocar varios instrumentos como el piano, las congas, los bongoes, la guitarra, el saxo, le inculcaron diferentes religiones, estudió la contemplación y la relajación mediante el taichí, el yoga, fue ovo-lácteo-vegetariano y profundizó en la cultura oriental, buscó la riqueza espiritual, practicaba idiomas y leyó infinidad de libros y escribió el suyo propio, al terminar la última página, Edgar el sabio puso fin a su vida con una sobredosis de conocimiento. Las arenas del desierto se arremolinaron creando dunas que enterraron aquel andén perdido, sus vías, la casa y a Edgar el viajero sedentario.      

                                                                                        

lunes, 9 de octubre de 2023

SALA DE REPOSO… (25 Enero 2019)

Durante una larga temporada estuve recluido en una casa de reposo, allí en la “Sala número seis” de Antón P. Chéjov. Compartí celda, comedor y patio con Iván Dmítrich Gromov…No es muy agradable cerciorarse de que afuera, han quedado los orates. Esos personajillos que van a un puesto de trabajo a que les exploten. Que  baten su honor en duelo por jóvenes damiselas y delinquen por tierras, propiedades y  dinero, ese vil metal que  corroe la substancia y paraliza la evolución del fruto del espíritu benigno.

Viví con calma en el hospital mental. Pude pensar y escribir algunas tesis sobre la enajenada sociedad capitalista.

Cuando por fin salí, una tarde lluviosa y gris, anduve por las calles sucias y macilentas del viejo barrio portuario de Barcelona. Esas callejuelas con resonancias de las últimas guerras que padecen el frío de las victimas engañadas. De los golpes y tropiezos, contradicciones y descubrimientos de crudezas veladas.

Entre todas, elegí una pensión regida y alternada por  meretrices, era muy barata y humilde, con una habitación austera y miserable. Era sin embargo, todo lo que necesitaba: un pequeño camastro y una mesita de madera, llena de quemaduras de cigarrillo. Una lamparita con una bombilla fundida y baldosas de cerámica catalana, algunas rotas, muchas sueltas sin yeso y al pisar sobre ellas bailaban al compás del hambre y los retortijones en el estómago. Solía comprar una barrita de pan con cornezuelo espiritual,  una porción de queso y vino tinto…y así pasaban los días y las noches y no dejaba de lloviznar a este lado de la ciudad.






martes, 31 de enero de 2023

Adiós mundo cruel...

 

Rostro furtivo,

conversaré de

trenes abarrotados
peroadvertirás

que están solitarios




Expondré que

 todos germinamos

 de la misma tierra...
y
te sentirás inmigrante…








jueves, 26 de enero de 2023

“Viejos tiempos… requiescat in pace” (Mayo 2018)

Andaba despacito (antes de que saliera la dichosa canción) por las calles de la ciudad. Las piernas no le permitían las prisas y así tomó su camino con filosofía, y un bastón de avellano, hecho por él mismo, años atrás en el Pirineu Català de Lleida.

Cuando Dámaso llegaba al parque del barrio de la “larga vida”, se sentaba como cada mañana en el mismo banco de madera, pintado éste de color amarronado Kalua (licor de café hecho en México). Se hallaba la banqueta en un rincón para las edades olvidadas.

Algunas veces se encontraba con otros ancianos como él y charlaban con lengua seca y pausada, gesticulando con su artrosis y mirando con ojos legañosos, operados de cataratas. Platicaban de estos tiempos que no terminaban de entender…

Tanta tecnología y sin embargo, ¡Cuanta miseria y desigualdad social, cuanta hambre espiritual!

Seguimos preguntándonos nuestras propias respuestas…

¡Como muda la vida! Ya llegaron los futuros.

De la forma que mas disfrutaban los viejitos, era dialogando de sus días lejanos, ahora nostálgicos, melancólicos y desdibujados por la escasa retentiva. Agarrados al recuerdo como única tabla de salvación. Un impulso obligado a mentalizar pasados y antesdeayeres, antes de que la “nueva sociedad” que no disimulaba su despreocupación y abandono, no les diera el tiro de gracia.

Rememoraban las guerras, la mundial y la civil, repasaban anécdotas de la niñez y de la juventud. Las ejecuciones y muertes de amigos y familiares, las duras tareas del campo, las cosechas destrozadas por huracanes y granizadas. El alimento precario y una historia temperada, repleta de dificultades…Se emocionaban cuando mencionaban a los hijos y esposas… ¡Qué tiempos aquellos, compañeros…! Y pensaban en la lucha obrera contra el patrón y el capitalismo, dos caras de una misma moneda.

Con manos temblorosas, Dámaso, buscaba en los bolsillos de la chaqueta y orgulloso mostraba a sus vecinos de banco, unas fotografías de boda y nacimientos, siempre las mismas fotografías beige y un poco desenfocadas.

El Sol daba fuerte, se calaba la gorra (no le fuera a dar una insolación) que le regalaron en el siglo pasado. Miraba el reloj, herencia de su bisabuelo, que colgaba del chaleco por una cadena de plata. Y con apoyo de la también vieja, rama de avellano, se levantaba, encorvado y con los huesos quejumbrosos,  se despedía con un incierto adiós. Tal vez a la mañana siguiente, alguno de los presentes, o quizá él mismo no se presentara a la cita…Ya iban quedando pocos.

Dámaso, desandaba sus pasos, muy calmado, con el ardor del alma enferma, herida eterna que ya comenzaba a cicatrizarse…Incontables veces por el camino había querido morir…en este momento que percibía el fin próximo, se resistía a dejar sus bártulos a la intemperie emocional…











viernes, 20 de mayo de 2022

Algunos hombres buenos... (25 Enero 2022)

En este mundo vive gente humilde y sencilla (sí, claro que la hay) Multitud que rema en la misma dirección por el bien común y cuida lo mejor que puede de sus hijos, de los abuelos. Hay gente que simplemente anhela vivir en paz, respirar con dignidad...Hay personas que no persiguen guerras de 6 días ni tampoco de 100 años. Hay gente que se pregunta angustiada porqué en la historia, invariablemente, gobiernan desequilibrados dictadores que facturan a sus presas a las miserias y a los conflictos bélicos. Hay gente que recicla humanidad. Hay gente que no busca segregación de razas, clases sociales, géneros o creencias radicales. Hay gente para los que Dios, no es un instrumento persuasivo de religiosidad, sinó un estado de espiritualidad introspectiva y libre. Hay gente que no busca pendencias por territorios ni plantaciones de amapolas (adormideras). Hay gente que deshereda las reyertas entre poblaciones colindantes y lucha fraternalmente. Unidos por la prosperidad de la cosecha. Hay gente que lo único que ambiciona es ver desarrollarse las infancias sin traumas, sin hambres...sin sueños bombardeados, sin hogueras que prendan sus ilusiones. Sin monstruos verdes bajo sus camas. Hay gente que tan solo quiere leer un libro, escuchar una música, disfrutar de una película...Fotografiar paisajes y puestas de sol... Hay gente que quiere vivir y dejar vivir...Y nada más.

jueves, 16 de diciembre de 2021

LA LEYENDA DEL SUICIDA (ENTRE SOMBRAS DE LO REAL) Actualizado 2021.

A Sócrates Expósito, la vida nunca le había dado un abrazo. Nacido de la tormenta, ésta sería su noche, su frente, su perfil…su acompañante. La triste composición de una partitura inacabada. Siendo apenas un niño, una hemorragia de lágrimas le creó una herida que sería eterna, ya por entonces empezó a odiar las cenizas de aquel maltrecho mundo a punto de hundirse. Pasaron algunos años, y cansado de recibir tantas puñaladas, decidió una luminosa mañana, poner fin a su atormentada existencia. Con una gruesa cuerda de cáñamo, escondida bajo el abrigo, marchó de casa, orgulloso, masticando la sonrisa del predestinado. Durante varios meses lo había estado planeando con detalle y precisión. - Bien! se dijo, hoy es el gran día…vamos allá. Comenzó a bajar los estrechos peldaños del viejo edificio tan apresuradamente, que resbaló en un rellano encerado -¡qué susto, Dios! Con suerte se sujetó a la barandilla. - Casi me rompo una pierna, podrían colocar un cartel de aviso. Con el corazón cabalgando, olvidó el incidente y siguió adelante, caminando por las hermosas calles de su ciudad natal. Iba obsesionado, absorto en pensamientos, contento del día que había elegido, el cielo de azul intenso, flores en los jardines, un perro que se orinó en su zapato… -Eh, oiga, tenga cuidado, hombre, su perrito acaba de estropear mi mejor calzado, a ver si vigila dónde hace el chucho, sus necesidades. El hombre, que llevaba gafas negras y un bastón blanco. -Encima snob, pensó Sócrates... El pobre hombre le tendió la mano mientras balbuceaba, nervioso. -Por favor, lo siento enormemente. Y se fue con prisa. Cuando Sócrates abrió la mano se encontró con un billete doblado. -Qué me ha dado? Vaya! si con esto puedo comprarme cuatro pares de zapatos... Le supo mal y quiso devolverlo, pero le resultó imposible dar con él, se había evaporado. Pasó por una tienda de calzados, entró y se compró unos mocasines que le sentaban muy bien, al levantarse para ir a pagar a la caja, la chica que le atendió le explicó que no debía nada. -¿Cómo qué…? -Hoy es la inauguración del comercio y a los cinco primeros clientes no les cobramos. Enhorabuena señor. Gracias por su visita. Que tenga un buen día. -Pero bueno, en fin, hasta luego. Confundido, continuó el éxodo hacia las afueras de la urbe, allí entre pinos y encinas esperaba “su árbol”, alto, grueso, majestuoso, una joya de la natura que daba confianza y seguridad. En una fuerte y gruesa rama colgaría la horca y en el aire fresco de la noche estrellada, oscilaría en paz y después gloria, y al amanecer junto a la sombra del tronco ceremonioso su cuerpo, descansaría por fin del sufrimiento que atesoraba durante tanto tiempo. Así despistado, con el cerebro desbocado y el alma balanceándose aún, cruzó la calle con el semáforo en rojo. Pitidos, frenazos, insultos percibieron sus oídos castigados. -¡Desgraciado, suicida, mire por donde va! Gritaban a coro los conductores y también los viandantes, exaltados por el susto. -Dios, por un milagro no me atropellan, vaya racha que llevo. Siguió caminando cabizbajo y taciturno por la acera, hasta que algo rozó su brazo, una maceta de geranios se estrelló en la calzada, la sangre asomó en la piel, miró arriba y gritó al balcón. Un señor sexagenario bajó rápidamente y le hizo subir con toda clase de reverencias, disculpó su descuido y le limpió la herida. En una esquina de la casa había una niña bonita que le regaló su sonrisa. Se dirigía a la periferia, a un frondoso abismo de vegetación aislado. Una densa niebla le cubrió, envolviendo sus sensaciones, creyó sin ser creyente que se encontraba ya en el cielo, pero no podía ser, olía demasiado mal para la eternidad. Un fuerte olor a fuego, a quemado...la nube era humo, giró a su alrededor, vio que de una de las muchas fábricas, las llamas asomaban por los ventanales, el cielo convertido en infierno. Un muchacho adolescente se asfixiaba, tosía con dificultad. Sócrates se acercó a toda prisa, trepó como un gato por los sobresalientes de la pared, llegó al piso y saltó adentro, ató la soga a un armario macizo, el chico se le abrazó desfallecido y así, entrelazados, descendieron y llegaron a tierra, sanos y salvos. Todo el vecindario les aguardaba, ya llegaban los bomberos, se sucedieron los flashes de los fotógrafos, las entrevistas de los periodistas, Sócrates se escabulló y huyó del bullicio con la cuerda un poco más corta y chamuscada bajo el abrigo. Quería llegar antes del anochecer a la cita. Sus pasos ahora cruzaban el anciano puerto, las gaviotas pescaban y el horizonte…pronto se reuniría con él. El agua enfurecida chocaba contra el dique y las rocas salpicadas, esculpidas por una mano indómita. ¿Era un espejismo o alguien se agitaba en el agua? Fijó su mirada y descubrió el cuerpo de una mujer que se retorcía desesperadamente, ahogando gritos y sollozos. Él era mal nadador, sin embargo no dudó en lanzarse al mar, sin pensar en nada más que en luchar contra las olas enloquecidas, vencidas éstas, alcanzó a la joven y agarrándola por la mandíbula, con mucha dificultad, apuró las fuerzas llegando a buen puerto. Le hizo la respiración boca a boca, la chica había tragado medio Mediterráneo. Al cabo de un rato, con un ruedo de gente entre ellos, los pulmones fueron achicados y la respiración normal volvió al curvilíneo cuerpo de la escultural sirena. No había podido apreciar su belleza hasta pasado el mal trago. Ella miró a Sócrates agradeciéndole su coraje. Los de la ambulancia la tendieron en la camilla y marcharon con las luces de urgencia. Ya era muy tarde, Sócrates, se apresuró. Por fin divisó el bosque, quería hacer las cosas bien, con luz para poder trenzar el nudo del collar. Allí estaba frente a él, desafiante “su árbol”. Subió por el tronco hasta la rama más gruesa, la rodeó cariñosamente con la cuerda, Hizo un nudo de ocho corredizo como le habían enseñado en la marina y se ajustó el collar al cuello mientras sentía que la felicidad existía. Estando allá en lo alto, atisbó a dos maleantes quitando el bolso a una pobre anciana. Bufó y suspiró, anudó la famosa cuerda, se quitó el lazo y saltó sobre los dos criminales, les golpeó con rabia y furia por no dejarle concluir su ansiada tarea, ahuyentándoles. Recuperó el bolso y se lo devolvió a su dueña, la señora se lo agradeció con un himno de aleluyas y santiguándose, dijo que rezaría para que tuviera larga vida. Quedose solo, pensando en todo lo que le estaba ocurriendo. De repente un puñetazo le trajo de nuevo al mundo real. Los asaltadores no se habían ido muy lejos y le golpearon, pero no contaron con la fuerza de un suicida que deseaba terminar su obra maestra. De dos manotazos y cuatro puntapiés les dejó en el suelo, yacentes. Recuperó la soga del árbol y les rodeó con ella, asegurándose de que estuvieran bien inmovilizados, les hizo recobrar el conocimiento y cansado de escuchar llantos e injurias, de sobornos y amenazas, les escoltó a la comisaría. Cuando salió de prestar declaración, la noche era más negra que su pena. De regreso a casa, se cruzó con una mujer de formas sinuosas y cara angelical, ¿A quién le recordaba…? Ella le miró penetrando en su interior y con los labios carnosos le saludó, ¡claro!…era la sirena del puerto; ella sonriente le abrazó, le sujetó del brazo y atrayéndole, le besó los labios. -Tú me has besado primero, ¿no? Dijo la chica y continuó... - Anda, vamos a tomar unas copas, y juntos entraron en un local, la química hizo el resto y se vieron al día siguiente, y al otro, y al otro… “Conclusión, mensaje o moraleja: A veces la cuerda de horca destinada a la muerte, puede atarte a la vida.”

lunes, 1 de marzo de 2021

“VIEJECITO..." (1996)

Brillaba la noche en el camposanto. Tierra de pasados enterrados. Nacían los recuerdos donde no había más cielo que el suelo que pisaban los pensamientos, a la busca de la inmortal ausencia. Huesos y crisantemos, oraciones y depresiones, ¡qué lugar tan eterno! Daba miedo caminar por la espesura y la Luna bañaba la negrura.

Corría la lágrima sincera por la mejilla de mármol, de la escultura.

La Dama lloraba tanto, leyendo arrodillada la pequeña esquela inscrita en la sepultura.

Sombras, claroscuros, el vagabundo come el aire, sentado, sobre una fresca losa, al cobijo del tiempo, de la inmensa soledad y del silencio espacial. Espera tranquilo mirando los edificios ficticios de los duendes invisibles, que respiran en sus tumbas cerradas.

Duerme al amparo de unos brazos ancestrales, fantasmales pero queridos, amigos conocidos. Ángeles de los vagones de trenes que compartieron largos recorridos de aliento y peligro.

Sueña en lluvias de ayeres, en nieves y atardeceres, en aquellos horizontes que jamás llegó a alcanzar, fuera de su luminosa imaginación. Se retiró del mundo, huyó de su olvido y tembló

emocionado, comenzando a andar, excitado, por el influjo de una senda que le llevaría hacia un viaje sin lastres, y a un entendimiento universal del conocimiento.

Se fusionó con los dioses del mar, formó parte de la naturaleza. Anduvo por ecos que le transmitieron sus propias palabras. Aprendió del cansancio. de las plantas inmóviles.

Al final dejó la carretera y refugió su pobreza, perdida en alguna alcantarilla, cerró con llaves de acero, las puertas de la calle.

Sus pasos callaron y le sedujo el llanto del cementerio.

Por la mañana no despertó, el frío le mató, su alma se fue con el viento.

Nadie lloró por el indigente, una leve plegaria bastó, para volver a la realidad cotidiana de la que el anciano, escapaba satisfecho.

La hierba y las flores de nuevo crecieron, las estaciones siguieron su curso.

¿Y a quién le importa la historia sin nombre, de un desconocido parásito de la sociedad, fría como la losa de una tumba cerrada?