lunes, 26 de febrero de 2018

Las hierbas del campo...

“…Desnudemos nuestras pieles en carne viva, pongamos sal a la llaga. Que escuezan los hálitos vacíos del conocimiento. Sepamos olvidar lo innecesario para eternizar, dejemos por el camino, pasos que no crearon huella, vidas que no fueron vividas. Zurzamos las fisuras de la reflexión, enjuiciemos a los magistrados con las leyes de la razón, durmamos templados en la ética del sueño, a falta de pesadillas amorales…inhalemos los ingredientes naturales, del caldo de la subsistencia…”












martes, 20 de febrero de 2018

Emoticonos sin alma o la maldita realidad ha estado aquí. (Febrero 2018)

Esta mañana en la guagua el ambiente estaba enrarecido. Una transpiración hostíl recorría el rostro de los pasajeros, que con irritación tecleaban sus móviles…Allá al fondo, en un rincón apartado, en el último asiento, una chica adolescente se hallaba aturdida, las miradas la registraban con fiereza. Ella sabía que la estaban reprochando, ellos no se molestaban en esconder su menosprecio. Hombres y mujeres comunicaban mensajes y whatsapps con sus familiares y amistades…Uno escribía ¡Con lo joven que es, qué barbaridad!
Algunos contestaban: No me lo puedo creer. La misma arma vejatoria, utilizaron para hacer fotos a la apaleada chiquilla, y mandarlas a los poco creyentes, para dar fe a las palabras condenatorias.
¿Lo ves? Sí sí, qué desfachatez. ¡Vaya con la niña…! Seguro que sus padres no saben nada, pobres, qué cruz tener una hija así. Yo la desheredaba cómo mínimo y la echaba de la casa. Aprovecharse así de unos pobres viejos, qué triste debe ser la vida para ellos…
La afectada muchacha comenzaba a sentir vértigos, calores y de tanto en tanto una lágrima le resbalaba por la tierna mejilla.
Oía los cuchicheos y murmullos como cuchillas afiladas, lanzadas a sus sienes, raspando la piel y el espíritu magullado. Empezó a temer por su integridad, sintióse nada, poca cosa, enfrentada a los restantes viajeros de la guagua. Conocía, tan cría y ya conocía el furor ardiente de las masas incontroladas. Percibía sus miradas, ojos brillantes de rencor ¿Porqué tanto odio…? No la querían allí, de ninguna de las maneras. Tuvo miedo y taquicardia, los nervios la paralizaron y no lograba respirar, sollozaba,hipaba…imploraba.
Se acercaba su parada, oprimió el botón de aviso para salir corriendo y olvidar esta horrible pesadilla…Más no pudo dar un paso, puesto que bloquearon las salidas.
Próxima parada, vociferó el megáfono “oscura y fría estación” y los gélidos hálitos de la muchedumbre la hicieron temblar ¿Porqué no me dejan salir?
¡Dios! necesitaba un acto de heroicidad antes de que el ataque de pánico la volviera loca…Ahora o nunca, se dijo para sí. Y de un fuerte impulso, se levantó y gritó atemorizada ¡Basta, basta ya por favor! Ha sido un error que no volveré a cometer, lo juro, déjen que me vaya y no lo haré nunca más, de verdad…lo dejo sobre el asiento y me voy, así, ya está.
Algo dejó la niña sobre la madera del asiento…
En serio que lo siento, disculpen, estoy muy arrepentida.
Se armó un enorme revuelo de vocablos, agitación y desconcierto. Lo que antes fueron personas, intercomunicaron con sus móviles, pidiendo consejo.
Está bien, contestaban los familiares y amistades, déjenla ir, y que aprenda la lección. Pero que no vuelva por esta línea de buses nunca jamás.
Niña vete y no vuelvas a coger esta guagua, le habló el conductor, venga baja ahora y frenó el autobús, las puertas se abrieron y la chiquilla saltó y se dio a la fuga como alma que persigue el diablo…Una mujer joven todavía, se acercó con cierto reparo al asiento y miró con desdén aquel pequeño objeto que la niña había depositado allí. Era “El tunel” de Ernesto Sabato. Nada menos que un libro impreso en papel con sus páginas beige…sus capítulos y su final.
Y una frase al principio, a modo de Epígrafe: “…en todo caso, había un solo túnel oscuro y solitario: el mío”.
Menos mal que todo ha terminado bien, se felicitaron mandando mensajes en los móviles a los familiares y amistades que celebraron el lance con emoticonos de júbilo…













domingo, 4 de febrero de 2018

LA LEYENDA DEL SUICIDA (ENTRE SOMBRAS DE LO REAL)




A Sócrates Expósito, la vida nunca le había dado un abrazo. Nacido de la tormenta, ésta sería su noche, su frente, su perfil…su acompañante.
La triste composición de una partitura inacabada.
Siendo apenas un niño, una hemorragia de lágrimas le creó una herida que
sería eterna, ya por entonces empezó a odiar las cenizas de aquel maltrecho
mundo a punto de hundirse.
Pasaron algunos años, cansado de recibir tantas puñaladas, decidió una luminosa
mañana, poner fin a su atormentada existencia. Con una cuerda escondida bajo
el abrigo, marchó de casa, orgulloso, masticando la sonrisa del predestinado.
Durante varios meses lo había estado planeando con detalle y precisión.
Bien, se dijo, hoy es el gran día…vamos allá. Comenzó a bajar los estrechos peldaños del viejo edificio tan apresuradamente que resbaló en un rellano encerado ¡qué susto!
Suerte que se sujetó a la barandilla, casi me rompo una pierna, podían colocar un
cartel de aviso. Con el corazón cabalgando, olvidó el incidente y siguió adelante,
caminando por las hermosas calles de su ciudad natal. Iba obsesionado, absorto en
pensamientos, contento del día que había elegido, el cielo de azul intenso, flores
en los jardines, un perro que se orinó en su zapato…
-Eh, oiga, tenga cuidado hombre, su perrito acaba de estropear mi mejor calzado,
a ver si vigila dónde hace sus necesidades el chucho. El hombre, que llevaba
gafas negras y un bastón blanco –encima snob, pensó Sócrates, le tendió la mano
-Por favor, lo siento enormemente.
Y se fue con prisa. Cuando abrió la mano se encontró con un billete doblado.
-Qué me ha dado, si con esto puedo comprarme cuatro pares de zapatos-
Quiso devolverlo, pero le resultó imposible dar con él, se había evaporado.
Pasó por una tienda, entró y se compró unos mocasines que le sentaban muy
bien, al levantarse para ir a pagar a la caja, la chica que le atendió le explicó
que no debía nada, ¿Cómo qué…? Hoy es la inauguración y a los cinco
primeros clientes no les cobramos, enhorabuena señor. Gracias, adiós. Pero
bueno, en fin, hasta luego. Confuso, continuó el viaje hacia las afueras de la urbe,
allí entre pinos y encinas esperaba “su árbol”, alto, grueso, majestuoso, una joya
de la natura que daba confianza y seguridad. En una rama colgaría la horca y en
el aire fresco de la noche, oscilaría su cuerpo, descansando el sufrimiento al
amanecer junto a la sombra del tronco ceremonioso.
Así despistado, con el cerebro balanceando aún, pasó un semáforo en rojo.
Pitidos, frenazos, insultos percibieron sus oídos castigados. ¡Desgraciado,
Suicida! Dios por un milagro no me atropellan, vaya racha. Siguió cabizbajo
y taciturno hasta que algo rozó su brazo, una maceta de geranios se estrelló
en la calzada, la sangre asomó en la piel, miró arriba y gritó al balcón. Un
señor sexagenario bajó rápidamente y le hizo subir con toda clase de reverencias,
disculpó su descuido y le limpió la herida. En una esquina de la casa había una niña
bonita que le regaló su sonrisa.
Se dirigía a la periferia, a un frondoso abismo de vegetación aislado. Una densa
niebla le cubrió, envolviendo sus sensaciones, creyó sin ser creyente que se encontraba ya en el cielo, pero no, olía demasiado mal para la eternidad, un fuerte olor a quemado, la nube era humo, giró a su alrededor, de una de las muchas fábricas, las llamas asomaban por los ventanales, el cielo convertido en infierno. Un muchacho adolescente se asfixiaba.
Sócrates se acercó a toda prisa, trepó como un gato por los sobresalientes de la pared, llegó y saltó adentro, ató la soga a un armario macizo, el chico se le abrazó desfallecido y así, entrelazados, llegaron a tierra, sanos y salvos. Todo el vecindario les aguardaba, ya llegaban los bomberos, se sucedieron los flashes de los fotógrafos, las entrevistas de los periodistas, Sócrates se escabulló y huyó del bullicio con la cuerda un poco chamuscada bajo el abrigo.
Quería llegar antes del anochecer a la cita. Sus pasos ahora cruzaban el anciano puerto, las gaviotas pescaban y el horizonte…pronto se reuniría con él. El agua enfurecida chocaba contra el dique y las rocas salpicadas, esculpidas por una mano indómita.
¿Era un espejismo o alguien se agitaba en el agua? Fijó su mirada y descubrió el cuerpo
de una mujer que se retorcía desesperadamente, ahogando gritos y sollozos. Él era mal
nadador, sin embargo no dudó en lanzarse al mar, sin pensar en nada más que en luchar contra las olas enloquecidas, vencidas éstas, alcanzó a la joven y agarrándola por la mandíbula, con mucha dificultad, apuró las fuerzas llegando a buen puerto. Le hizo la respiración boca a boca, la chica había tragado medio Mediterráneo. Al cabo de un rato, con un ruedo de gente entre ellos, los pulmones fueron achicados y la respiración normal volvió al curvilíneo cuerpo de la escultural sirena. No había podido apreciar su belleza hasta pasado el mal trago. Miró a Sócrates agradeciéndole Su coraje. Los de la ambulancia la tendieron en la camilla y marcharon con las luces de urgencia.
Ya era muy tarde, se apresuró, por fin divisó el bosque, quería hacer las cosas bien, con luz para poder trenzar el nudo del collar. Allí estaba frente a él, desafiante “su árbol”. Subió hasta la rama más gruesa, la rodeó cariñosamente con la cuerda, se colocó el colgante en el cuello mientras sentía que la felicidad existía.
Estando allá en lo alto, atisbó a dos maleantes quitando el bolso a una pobre anciana. Anudó la famosa Cuerda, se quitó el lazo y saltó sobre los dos criminales, les golpeó con rabia, ahuyentándoles. Recuperó el bolso y se lo devolvió a su dueña, la señora se lo agradeció con un himno de aleluyas y santiguándose, dijo que rezaría por que tuviera larga vida. Quedóse solo, pensando en todo lo que le estaba ocurriendo, de repente un puñetazo le trajo al mundo real. Los asaltadores no se habían ido muy lejos, pero no contaron con la fuerza de un suicida que deseaba terminar su obra. De dos manotazos y cuatro puntapiés les dejó en el suelo, yacentes. Recogió la soga del árbol y les rodeó con ella, asegurándose de que estuvieran bien maniatados, les hizo recuperar el conocimiento y cansado de llantos e injurias, de sobornos y amenazas, les acompañó a la comisaría. Cuando salió de prestar declaración, la noche era más negra que su pena. De regreso a casa, se cruzó con una mujer de formas provocativas y cara angelical, ¿A quien le recordaba…? Ella le miró penetrando en su interior y con los labios carnosos le saludó, claro…era la sirena del puerto; ella sonriente le abrazó, le sujetó del brazo y atrayéndole, le besó. Tú me has besado primero, ¿no?-dijo- anda, vamos a tomar unas copas, y juntos entraron en un local, la química hizo el resto y se vieron al día siguiente, y al otro, y al otro…

Conclusión, mensaje o moraleja: A veces la cuerda de horca destinada a la muerte, puede atarte a la vida.