Llegó a las diez treinta
de la mañana, totalmente desorientado. Era su primera salida de casa, de sus
calles y sabía pese a su corta edad, que aquí tendría que formar parte de otro
si bien diferente “hogar”.
Paseaba por los grandes patios
de tierra, rodeados de bosque frondoso. Miraba el horizonte del Mar que tan
bien se apreciaba a esta altitud.
Allá abajo, apenas a
medio kilómetro, se divisaba, atrapada entre árboles, la Cartuja, oculta en la
oscura maleza. Le habían hablado de los Monjes Cartujos, creía comprenderlos,
aunque los tacharan de locos, para él eran algo así como “elegidos”, sí,
todavía un mocoso y habíase sentido tantas veces solo y elegido…
Los Monjes eran extraños
para la sociedad, sus hábitos eran reliquias, profesaban una religión abstracta
en la vida. Se decía que no hablaban entre ellos, trabajaban en sus huertos,
componían obras de artesanía, y pasaban horas y horas meditando y orando. Tal
vez enfrascados en estudios mágicos, buscando nuevas fórmulas (alquimia de utopía),
que revolucionarían el mundo entero. Sonaba a cuento de hadas y admiraba en
silencio.
Ahora Miquel se
embriagaba en su soledad, la nostalgia y la tristeza le aturdían, sus ojos
acuosos inspeccionaban el paisaje. Despacio recorrió los claustros llenos de
sombras y vacíos entonces, de aquel Seminario, donde le habían internado para
continuar el Bachillerato. ¡Qué pequeño era él, en medio de aquellas
centenarias columnas, de aquellas fuentes talladas en piedra y decoradas con
mármoles de colores, en formas de animales sagrados. Envueltos en una aureola
bíblica. Desde ahí, veía tres claustros más bordeados por anchos pasillos,
fundidos con enormes arcos y vidrieras. Estos se unían por unas escaleras de
caracol, que giraban y giraban sin que pareciera tener fin. Fue subiendo los
escalones, sin prisas, fijando la vista en todo el entorno nuevo y algo
sobrecogedor, desconocido y desolado en aquel momento. Paró en la segunda
planta y extendiendo los brazos, planeó con facilidad mientras de su garganta
omitía el encuentro del viento con su motor cascado. En este pasillo se
encontraban numerosas puertas, fue mirando por ellas a través de un pequeño
cristal rectangular que se hallaba a la altura de los ojos de un ser
proporcionalmente normal, por lo que Miquel debía levantar las suelas, para
poder ver el interior. Casi todas eran similares, aulas destinadas al curso
escolar. Las clases estaban decoradas con gastados mapas geográficos en las
paredes. Entró en la que sabía sería la suya, anduvo entre las hileras de pupitres,
y se sentó un minuto, en la silla de uno cualquiera. En la tarima, mesa y
butaca del profesor; junto a ella, una gran pizarra y manchas de tiza blanca en
el suelo. Le gustaba ese dulce olor a lápiz y a goma que se respiraba. Se
levantó y salió.
Dirigió su peregrinar
hacia las habitaciones, en una de ellas estaba alineada con otras muchas, su
cama y un pequeño armario al lado izquierdo. Al llegar había colocado y
ordenado sus ropas, sus libros, sus recuerdos…todo lo que le quedaba.
La mayoría de alumnos iba
a llegar al día siguiente. Ahora Miquel, pensaba en su hermano, él le había
acompañado hasta allí. Le ayudó a bajar “su maleta” del minúsculo automóvil y
se esforzó en animar su propio miedo.
-Estudia mucho ¿eh?, si
hay algún tipo de problema, no dejes de notificármelo. Aquí vas a estar
estupendamente; con lo que te gusta la montaña, ya verás…además, pronto te
harás amigos…es precioso todo esto, ojala pudiera quedarme unos días. Se dieron la mano y se
marchó. Y él se quedó allí plantado, un buen rato paralizado, viendo alejarse
aquel hilo de sangre a que estaba acostumbrado.
El Conserje, más tarde
supo que también era el jardinero, le condujo sin mediar palabra con una mano
en el hombro, al despacho del Rector, éste le recibió sonriente, habló de
muchas cosas que Miquel no escuchaba, hubo un momento que creyó estar oyendo
otro idioma, no podía entender cómo aquel hombre de más de cien kilos, seguro
que los pesaba, cómo podía hablarle de aquella manera tan despreocupada sobre
su vida, cuando para él era lo poco que le quedaba y lo más importante. Aunque
le pareció buena persona, supo que aquel “Padre”, no podría jamás suplantar a
los que había dejado, a la familia que parecía haber perdido. Por ello vio
desde un principio, notó desde el primer momento, una relación distante y fría,
a la que él respondería de igual manera.
Un poco asustado de
aquellas paredes religiosas, salió de nuevo a los patios, inhaló el fresco olor
a pino y se sentó en una roca al lado del campo de fútbol, éste era de arena y
muy grande. Le pareció oír un griterío de voces y ovaciones que se apagó en el
acto, el viento soplaba arrancando las hojas de los árboles. Seguía sumido en
sus pensamientos cuando vio a tres chicos de su edad trepando por los palos de
la portería recién pintados de blanco. Estaban muy cerca, oía sus palabras,
reían acalorados, mientras él temblaba en su rincón. Le miraban d reojo,
cómplices de su juego, hasta que uno de ellos le gritó:
-Eh, tú, ¿quieres jugar?,
falta uno para hacer parejas.
Miquel, de dos zancadas,
llegó hasta ellos.
-Hola, ¿sois nuevos
también?
-Sí claro, pero estamos
acostumbrados a estos sitios…venimos de un orfanato, no creo que haya mucha
diferencia.
-Todos son iguales.
-pero dejemos eso, mira
este que ves aquí es Andrés, el gordito es Nazario…
-Oye no te pases o te doy
un guantazo.
-No le hagas caso,
bienvenido al club, choca esa mano, yo soy Javier. Se dieron la mano sonriendo.
-Yo me llamo Miquel.
-Muy bien y ahora vamos a
hacer un partido, Andrés y Nazario contra nosotros, ¿de acuerdo? Y lanzaron al
aire el balón. Fue su primer contacto y lo agradeció.
Atardecía y la luz se
disolvía despacio dejando un rastro de sombras batientes por el aire que se
alzaba. El Monasterio de piedra, ofrecía un reflejo de oscuros lamentos, como
venido de algún lejano tiempo, como venido ahora. Una forma espectral, se
levantaba del suelo, porque se imaginaba el suelo o las tinieblas. El ligero
humo de las nubes húmedas, cuajaban la piel. Parecía que aquel lugar, más que
estudiantes lo habitaran fantasmas. Cuatro niños ajenos a estas sensaciones, se
escondían entre los árboles y hablaban deprisa, tenían mucho que contar. Se
sentían eufóricos.
Miquel ya no estaba solo,
sus amigos le habían cambiado el ánimo, aunque en sus ojos profundos se
hubieran marcado la pena y el desafío de vivir a toda costa.
Esa noche durmió algo
inquieto. Cansado del juego se tendió en “su” cama y sorbió los hechizados
vapores del sueño. En el dormitorio sólo una suave bombilla roja colgaba en la
oscuridad, mientras las fantasías recorrían los laberintos, traspasaban las
paredes y se filtraban por las puertas de otros mundos.
Miquel corría con la
pelota en los pies junto a Josemari, su mejor amigo del barrio. Javier, de
guardameta, trepaba y se columpiaba en la blanca portería sin red. La dulce,
pero ahora angustiada voz de su madre, llamándole, Recuerda esa explosión
segundos después, ese estruendo que le dejó unos instantes sordo y la visión
aterradora de la pobre mujer, enterrada bajo los escombros de su propia
existencia. Aquello pasó cinco años atrás. Luego un ensordecedor ruido
acercándose, el paso del tren, pañuelos mojados, agitándose en el aire y
secando el sudor de las lágrimas. Pero no era él quien se iba, sino sus padres,
sus parientes, los amigos, Valentina, su novia también le abandonaba, veía la
ráfaga de sus ojos brillando en el atardecer, mientras el tren proseguía su
holocáustico camino. Miquel, inseguro, sentía cómo le bullía la sangre y se
quedó quieto, indignado y lloró amargamente de rabia, de impotencia. Despertó
al sonar el timbre tiritando de frío. La sábana mostraba un círculo de humedad,
estaba empapada, no había podido aguantar. Le ocurría con frecuencia y se
avergonzó de su debilidad. Cogió la tela, la guardó en una bolsa de plástico y
la puso en un estante del armario para que nadie la viera, bien escondida.
A las nueve de la mañana,
empezaron a llegar los alumnos acompañados por los padres o parientes de éstos.
Venían de diversos lugares, algunos de muy lejos, la mayor parte eran de
Barcelona. Al bajar, algunos niños se saludaban y hablaban efusivamente de sus
vacaciones.
-Estos son del curso
anterior- pensó.
Los había tan perdidos
como él mismo, miraban todo con ganas de llorar. También llegaban vehículos
particulares. El patio de entrada se llenó de fiesta, consejos, saludos y
elogios, todo a gritos como si fuera el principio de una batalla.
Un niño no quería soltar
la mano de la madre, costó casi media hora calmarle, pero la tensión quedó
flotando.
Los sacerdotes daban la
mano a cualquiera que encontraran a su paso, y parecía que prometían o que
vendían algo.
A Miquel le pareció muy
triste, veía a las familias muy distantes, querían acabar cuanto antes y volver
a sus casas.
Los chicos tendrían que
convivir juntos, adaptándose a unas nuevas reglas. Cuando empezaron a desfilar
los coches y autocares, todos quedaron mirando el polvo que dejaban.
A los muchachos los
llevaron al aula que les correspondía y se hicieron las presentaciones de
rigor.
Comenzó el curso con
normalidad, los días empezaron a acortarse, oscurecía demasiado rápido, a
juzgar por los alumnos, este hecho les quitaba horas de juego al aire libre.
Otro tanto ocurría con el frío, que se tornaba cada vez más intenso y les
obligaba a refugiarse al amparo de cuatro paredes.
Los muchachos paseaban
sus ilusiones bajo gruesos jerséis, abrigos, bufandas oscuras y guantes babosos
de sonarse la nariz.
A Miquel no le costó
demasiado, granjearse el afecto de sus compañeros, ni de los Padres y Hermanos
que eran sus profesores en materia escolar y espiritual. Aunque con ellos, con
los mayores, siempre fue un poco esquivo. Entendía que no compartían su mundo.
Miquel era esquelético,
ya de nacimiento fue un niño propenso a las enfermedades. De piel blanca, cuya
limpia transparencia dejaba ver unas venas suaves y delicadas. Su físico
reflejaba por igual el espíritu frágil del niño. Dotado de una perpleja
sensibilidad y un rostro marcadamente
triste que contrastaba con sus labios casi siempre sonrientes.
Tenía el carácter
inquieto, destacaba a pesar de su debilidad aparente por ser el “alegre” del
grupo, el que contagiaba el buen humor, o el que encendía temas interesantes.
Pasaba muchas horas sin
olvidar el juego, en la biblioteca. En aquella vieja aula se respiraba un olor
a rancio que le integraba en el exorcizado lugar, con libros antiguos de hojas
beige, algunos incluso escritos a mano con tinta y pluma de ave. Le
transportaban a otros tiempos y fascinado vivía con el autor las aventuras e infortunios que pasaban los
protagonistas. Encasillaban las estanterías, grandes y pequeños tomos, donde
podía encontrar y escoger cualquier tema de interés. Algo semejante le ocurría
con la música, le causaba una sensación hasta entonces desconocida. Ya no le
gustaba simplemente, ahora sentía vibraciones que estallaban en el interior de
su cuerpo, unas cosquillas que le llenaban de una extraña excitación y le
transmitían un mensaje, un sentimiento que rodeaba la realidad y hacía nacer
una mitificante fantasía, una representación de escenas, como una película
mágica.
Transcurrían los días. Se
organizaban competiciones y concursos de los deportes que allí se practicaban.
Miquel jugaba a futbol, a baloncesto y a casi todo lo demás, pero sólo se
apuntó a Ping-Pong y a Frontón, en los que creía tener más posibilidades.
Se divertía con sus
nuevos amigos. Era uno más entre cientos de chicos que como él, tenían
problemas y preocupaciones y necesitaban mucho afecto y cariño. Se sentía
contento de poder poner su granito de arena para mejorar la relación y la
convivencia con sus compañeros, conocía a casi todos ellos. Todos eran parte de
sí mismo y si hubiera escogido una pequeña parte de la esencia de cada uno,
podría haber formado su propia personalidad. Descubrió que los humanos eran muy
complejos, quizás demasiado. Pensó en que cada ser, se dividía en cantidad de
particiones, que las etapas son vidas y así las anotábamos, inconscientemente
en nuestros cerebros. Los sueños, recuerdos, el pasado, el futuro, los
diferentes cambios de estado de ánimo, la enfermedad y los minutos
transcurridos, no eran más que reencarnaciones en el pensamiento febril.
Existencias sucedidas segundo a segundo. El gato, con sus siete vidas, se
quedaba corto comparado al hombre.
Pese a todo, cosa
inevitable, se hicieron grupitos, separaciones entre ellos, pero que no les
desunía en la realidad. Las actividades eran comunes, los trabajos se hacían
conjuntamente.
Los niños tenían
increíble facilidad para hacer amigos –salvo excepciones-. Entre ellos, a menor
escala que en los adultos, también existían unas capas sociales, unos gustos
afínes, pero sobre todo una intimidad sin influencias, una amistad libre, fuera
de conveniencias, sincera e inocente. Miquel se había unido más estrechamente,
a un reducido número de chicos con los que compartía juegos y juntos, liberaban
su imaginación atrapada entre los claustros cenicientos, estancados de cadenas
chirriantes, antepasados místicos, brujos locos y misteriosas apariciones de un
ayer que no pertenecían a la vida de un niño.
El Monasterio les
producía un cierto temor, rodeados de una atmósfera negra que clamaba a gritos
el testimonio de terribles secretos, almas en pena, celdas de lamentos y
esqueletos cautivos. La eternidad de un miedo visible en sus pesadillas
nocturnas.
Miquel se había unido más
estrechamente todavía, con Fernando Díez, un año mayor que él. Fue la verdadera
amistad, la más profunda. Juntos paseaban por los patios, hablaban sentados en
un rincón apartado en las noches brillantes y frías, fluyendo el vaho de sus
bocas, se juraban amistad eterna y sellaban con sus manos, uniendo su sangre,
ese pacto de honor. A veces no decían nada, se limitaban a escuchar el silencio
de la brisa y sentir el calor de sus almas resplandecientes, emocionados y
orgullosos de haberse encontrado.
-En el libro de la vida
está escrito: se conocerán…
-Eso es, el destino, sí,
yo creo en…bueno, que somos una frase más en ese gran libro.
-Sabes, me siento muy
bien aquí contigo, todo está tranquilo y respiro. Parece que estemos solos, que
no exista nada más y sin embargo no me importa esa sensación, me llena, me hace
olvidar la miseria, el sufrimiento…necesitamos más momentos, más dosis de
felicidad.
Fernán era de San
Sebastián. Su familia se trasladó a Barcelona hacía escasamente un año, vivían
en el barrio de Sants.
Su afición por la pelota
vasca le recordaba su entrañable ciudad natal. Practicaba al lado de la playa
de la “Concha”, con sus vecinos y cuando estaban cansados y sudados se pegaban
un baño.
-Aaah, el agua estaba de
muerte.
Quería conservar esta
costumbre, por eso cuando Miquel le animó a formar pareja con él no se lo pensó
dos veces. Pronto se hicieron los amos del Frontón, no había quien pudiera con
ellos. Los dos amigos llevados por el ansia de aventuras, conocían cada rincón
de ese monumento de piedra que era el Seminario y su entorno. Inspeccionaban
todo aquello que les era prohibido, el riesgo era una emoción más intensa.
Saltaban ventanas, abrían puertas cerradas, salían del recinto permitido para
adentrarse en la frondosidad del bosque. Allí construyeron una casa en lo alto
de un árbol, con unas tablas de madera, de modo que desde tierra no se viera
nada anormal. El follaje del tronco ceremonioso la envolvía por completo. Poco
a poco hicieron la cabaña habitable. Montaron una estantería llena de cuentos,
cojines por el suelo y unas tablas
apiñadas a modo de mesita. Con esto se sentían suficientemente cómodos.
La “casa del árbol” fue
su refugio durante mucho tiempo, en los recreos iban a jugar a las damas, a
leer o a inventar historias. Aunque ajenos de malicia, se sabían cómplices de
algo que estaba fuera de la ley del colegio. Su gran tesoro enriquecía sus
corazones perennes y les otorgaba un misterio, un deleite hecho por y para
ellos.
Era una escapada de lo
real. Necesitaban más momentos. Miquel, como ya he dicho, se iba familiarizando
rápidamente con el espacio y sus gentes. Pero no he hecho referencia a unos
seres que se encontraban allí, con su importante labor, como eran las
cocineras, la mayoría chicas de provincia y las Monjas, Madres y Hermanas que
se encargaban de la limpieza, de la enfermería y de cuidar a los animales de la
granja que poseían. Solían ser mujeres grandotas, entregadas a sus votos, muy
cariñosas y tan bondadosas…con un espíritu maternal, consagrado a los demás.
Los chicos las veían pasar como fantasmas, con sus hábitos blancos, procurando
no ser vistas demasiado, por ello no se les prestaba la atención que
verdaderamente se merecían. Miquel no conocía a nadie tan agradable. Sencillas
y sumisas, se contentaban con dar gracias al Señor.
Cuando tuvo la gripe pasó
una larga semana en su compañía, le mimaban, le traían tebeos y toda clase de
caprichos. Les cogió cariño, en especial a la Hermana Angela, que le leía por
las noches y estaba más tiempo con él.
Los estudios le iban
bien, sin apenas esforzarse sacaba buenas notas. En el primer trimestre aprobó
todas las asignaturas. Estaban al principio de la segunda evaluación, se
acercaban las Navidades. Los muchachos se movían inquietos en sus asientos.
Alegres iban de aquí para allá, planeando lo que harían esas dos semanas de
vacaciones con sus familiares.
Sería la primera salida
del “Semi” y para la mayoría, el reencuentro con los seres queridos. Miquel las
pasaría en un pueblecito del Pirineo de Lérida, no contaba más de cincuenta y
cinco habitantes. Las casas eran de piedra y los tejados de pizarra, con un
campanario que destacaba en el centro.
Hacía tres días, una
carta de sus tíos le anunciaba la gran noticia. Torredella, era un ensueño para
Miquel que pasaba el verano allí. Muchos días antes de la marcha, por las
noches, le era imposible conciliar el sueño pensando en los amigos que
impacientes, esperaban su llegada.
El Ricardo de “Can
Music”, el Manolo, hermano de Valentina, el Pepito de “Can Forn”, también
“Crespi” le esperaría. Crespi, era un perrito de pelo pardo, con una estrella
blanca en el pecho. Se lo había regalado “Batalla” el hombre más solitario e
introvertido de la aldea. A Miquel le atraían esas gentes menospreciadas.
Batalla era amigo suyo y
muchas tardes le escuchaba embelesado contar historias sobre la todavía
flotante guerra. Había hecho algo de dinero de contrabando, cruzando las
montañas hasta Francia. Nunca pisó la Iglesia, por ello le criticaban. A la gente le
gusta saber, para poder luego cambiar los hechos y las palabras. De Batalla,
apenas conocían su pasado y habían tenido que inventar una tela de araña para
atraparle. El era un hombre reservado y se despreocupaba de lo que pudieran
decir o pensar de sus actos, al fin y al cabo nada malo hacía, además, no
sentía ninguna simpatía por los mayores, en eso, coincidía con Miquel.
Miquel había bautizado y
criado a “Crespi”, cuando sólo era una pequeña bola. Al llegar el muchacho a
Torredella, “Crespi”, como si lo olfateara, iba a su encuentro y ya no se
separaba de su lado. Mientras vivía en la ciudad, lo cuidaba Batalla.
-Después de tu partida,
pobre chucho, se pasa un mes llorando, yo creo que un día morirá de pena, pobre
chucho, te añora.
Al leer las escasas
líneas, sus adentros visionaron la estampa blanca de la nieve que cubriría sin
duda, en esas fechas, las montañas y las casas. Torredella se hallaba en la
cima de un precioso valle. Imaginó los hogares de leña encendidos, caldeando
las habitaciones. Los viejos curtidos, sentados en los bancos de madera ahumada
alrededor del fuego. Mientras allá afuera, en el balcón, las estrellas lanzan
destellos como nunca. Allí el Cielo era mayor, la luna inmensa, iluminando los
bellos parajes,-inspiración de escritores, pintores y poetas- y creando un
pueblo de sombras, dormido en un lugar olvidado por el Mundo.
En el Seminario volvía la
nostalgia, los recuerdos devoradores. En clase se ensimismaba en sus
pensamientos.
Fernán participaba de su
ilusión, le satisfacía la alegría de su amigo, le acorralaba a preguntas y
llegó a entusiasmarse y a parecerle que conocía Torredella tan bien como
Miquel.
-Algún día vendrás
conmigo y conocerás el campo, es tan divertido correr por los prados, trepar a
los árboles y descubrir nidos con crías. Una vez fui al río con mis tíos y primos, estábamos merendando y se acercaron
unas cabras montesas, atraídas supongo por la comida, bueno, pues logramos
acorralar a una hembra y mi tía la ordeñó, pero luego vino el macho, sí, aquel
que tiene unos cuernos muy grandes en forma de caracol, buuff! cómo corríamos
perseguidos por aquel animal enfurecido; menos mal que paró pronto, sólo quería
asustarnos ¡buuff! qué mal lo pasé, pero la leche estaba riquísima, la bebimos
con ganas. Ya verás cuando vengas, qué tranquilidad, las gentes son sencillas,
humildes e incansables. Conocerás el enigmatismo de las leyendas que cuentan
los payeses sobre esas tierras que han vivido tanto.
Fernán pasaría la Navidad con sus padres en
Barcelona, hubiera preferido irse con Miquel, pero no le dijo nada, porque se
sentía triste y de todas maneras no podía decidir por él mismo. Pero alguna
vez, como le había dicho, irían los dos a disfrutar de esa Naturaleza tan
querida por Miquel, su amigo Miquel…
Por las noches, antes de
la última oración en la capilla, les daban media hora de esparcimiento. Miquel
y Nando se reunían para jugar con su grupo. Y a veces cuando querían estar
solos, se dirigían a un escondite que descubrieron. Estaba en un rincón de uno
de los campos de fútbol. Trepaban por una alambrada colocada para que no
salieran los balones del recinto, después saltaban una tapia y escalaban otra,
para terminar, bajaban las escaleras en rama de un gran abeto. Todo este
recorrido representaba un excitante peligro que valía la pena correr, para
llegar a un pequeño huerto de flores y arbolitos. Se sentaban en la húmeda
hierba con la única luz, si la había, de la Luna. “Su rincón”, era el refugio nocturno, por
el día podían ser vistos y además tenían la “casa del árbol”.
Así buscaban su propio
ambiente, hablaban mirando al cielo, sus ojos brillando, preguntaban a la
noche. Sus llagas abiertas se tornaban remolinos de pasión que entraban en el
alma del amigo. Se comprendían, se consolaban y tras cerrar la herida daban
rienda suelta a su imaginación y reían contentos. Algún “duendecillo” se
encontraba entre ellos, les tocaba con su varita cosquilleante.
Era lunes, paseaban por
el bosque con las manos en los bolsillos, cuando se toparon con una casa
semiderruida, al rodearla se dieron cuenta de que los barrotes de una de las
ventanas cedían con sólo empujarlos un poco. Dentro estaba oscuro,
entreabrieron el porticón de madera para que entrara algo de luz y se pusieron
a inspeccionar las habitaciones. Miquel tuvo la impresión de que a su amigo le
ocurría algo.
-Nando, te pasa algo?
-No, no…nada
-Me había parecido…si estás
sudando!
-No es nada, es que estoy
un poco nervioso.
-Si no pasa nada…
-Miqui, tú eres mi amigo,
confío en ti, debes creerme, no es broma: aquí hay…no sé, es todo tan extraño,
que me confunde.
-Qué hay de malo?, yo no
veo…
-Sí lo hay, dime que me
vas a creer.
-Pues claro tonto, ya
sabes que sí.
-Júralo.
-Lo juro.
-Esto es muy raro, de
verdad, mira, esta noche he tenido un sueño: tú y yo salíamos del “Semi” y
andábamos por un sendero, por el de ahí afuera, el mismo, sí, hablábamos de
nuestras cosas como antes, creo que decíamos las mismas palabras y de repente,
¡zas! Aparece una casa, sí, sí, y los barrotes rotos, ¿te das cuenta? ¡Es la
casa de mi sueño! Miquel sintió ganas de coger la mano de Nando y echar a
correr, pero se contuvo y trató de disimular que temblaba.
-Y después, ¿qué?
-No lo sé, no me acuerdo.
Cuando desperté esta mañana pensé en ello, pero luego se me olvidó, tengo miedo
Miqui, ¿no será esto un mal presagio?
-Tranquiii…líizate,
esta…amos los dos juntos, ¿no?, no podemos asusta…tarnos, tú…-hizo un gran
esfuerzo para controlarse y siguió:
-Tengo entendido que
estas cosas pasan…suceden detalles, pero es un laberinto intentar…tratar de
desentrañarlas, ya sabes a qué me refiero, a las visiones, los espíritus y esas
cosas, pero no tienen por qué ser malos presagios, venga, vamos a ver si
funciona este fogón, dame esos trozos de madera, bfff, qué frío, ojala
prendiera, parece en buen estado.
El fogón funcionaba
perfectamente y caldeó rápida y eficazmente la misteriosa estancia. Se
sintieron mejor con la realidad. Llevaban un rato observando el color del
fuego, las llamas vivas agitando, arrastrándose, subiendo por los troncos
heridos, goteantes de resina.
-¿No oyes?
-La campana.
-Ostras, es ya la hora de
comer, vámonos.
Apagaron el fuego y
salieron corriendo para llegar a tiempo de que no advirtieran su ausencia.
Mientras comían,
comentaron su expedición al resto de la pandilla, sin omitir detalles del sueño
de Nando. Los tres: Javier, Andrés y Nazario se mostraron entusiasmados.
Quedaron en ir al día siguiente.
En el recreo de la tarde,
Miquel y Nando, se dedicaban a investigar la vivienda de las hormigas, para
ello agrandaron el pequeño agujero descubriendo un largo pasillo, recorriéndolo
en canal con el dedo, les pareció interesante la construcción, a un lado y a
otro, ocupadas habitaciones de grano y migas de pan, cuando terminaba el
pasillo otro agujero llevaba hasta el sótano.
-Mira qué curioso, seguro
que ahí duermen, juegan y comen.
-Lo recogen en verano
para todo el invierno, ¡qué inteligentes!
Dejaron de martirizar el
hormiguero, sintiéndose culpables: estaban destrozando un hogar, les asaltó el
remordimiento. A ellos, los adultos les destrozaron el suyo. Miquel lloró al
recordar las ruinas, el fuego, las mujeres y niños medio desnudos en las
calles…Nando le miró a los ojos:
-Fue muy triste.
-Por qué tienen que
existir las guerras, por qué matan los hombres, ¿Por qué?
Se abrazaron y lloraron.
-Nando, no nos han dejado
ser niños, nos han enseñado demasiado pronto. Yo no quiero crecer, no deseo
parecerme a ellos, tú eres mi mejor amigo y esta vez nadie nos separará.
Nando intentó animarlo.
-¿Sabes lo que podemos
hacer? Ir a ver la casa ahora, estoy impaciente, tú no?
-Sí que me gustaría, pero
les prometimos…
-¿Y qué? Mañana vamos con
ellos, eso no impide que vayamos nosotros hoy.
-Vale, tienes razón.
-Bueno…-sonrió, pero
antes vamos a lavarnos un poco, si te vieras la cara…
-Pues anda que tú, la
tienes buena.
-Venga, una carrera de
aquí a los baños.-No terminó de decirlo, que ya estaba corriendo.
-Eh, no vale, tramposo. Y
le siguió.
Media hora después,
caminaban por el sendero que conducía a la casa. Creyeron llegar al sitio, pero
allí no estaba.
-Qué extraño.
Siguieron buscando,
anduvieron y anduvieron, dieron vueltas y vueltas, no la encontraban.
-Ya te decía yo que este
lugar está encantado.
-Olvida eso, por favor,
me estás contagiando, el bosque es todo muy parecido, nos habremos confundido.
-Mejor vámonos, eh?
-Sí, pero prométeme una
cosa.
-Qué cosa?
-Que mañana volveremos
con los otros, tenemos dos horas al mediodía, será suficiente para encontrarla,
no creo que haya desaparecido por arte de magia, de acuerdo?
-Vale, vale, de acuerdo.
Ahora vamos, se está haciendo de noche, de día será otra cosa.
La negra espesura de las
sombras daba un aire siniestro, los árboles semejaban gigantes y el ulular de
las aves nocturnas, lejanas torturas. Regresaban.
-Eh, eh, qué es eso?, no
puede ser, mira…
-Qué raro que no la
hayamos visto, pero bueno, ahí está tal como la dejamos.
Los barrotes seguían
desencajados, saltaron adentro. Sus rostros expresaron una mueca de horror, se
miraron.
Hubieran querido gritar,
pero de sus gargantas no salió nada. El humo los asfixiaba, el fogón estaba
encendido y un hombre con un pañuelo ensangrentado en la cabeza, sentado en un
taburete, les miró sin sorprenderse, sin pestañear.
-Hola chicos, pasad, no
temáis, pasad y calentaros, afuera debe hacer frío.
-Dios santo, Miquel es
él, es él.
El caso es que a Miquel
no le resultaba desconocido, ¿quién sería?
-Dios santo, usted salía
en mi sueño, ¿es que todavía no he despertado?
-Siempre estoy en
vuestros sueños, no os asustéis de los truenos. Acto seguido se oyó un potente
trueno, los rayos y relámpagos desgarrando el cielo, daban al cuarto
resplandores intermitentes de fábula, mezclando los colores.
-Se ha hecho daño en la
frente…
-No te preocupes, no es
nada, una mala pesadilla simplemente. Siempre he luchado, es normal que sangre,
llevo en mi frente el sufrimiento del pensador. Mi cerebro está herido, sangra,
vuestros sueños tienen un final horrible, pero no importa. Cuando caéis en el
vacío y despertáis sobresaltados, yo sigo cayendo.
-Es lo mismo que en el
cine, en los momentos de peligro se truca la escena y un especialista suplanta
al protagonista. Él es quién sufre el riesgo. Bueno, pues ese soy yo, el
especialista del final de los sueños. Es un trabajo duro, sí.
El hombre rió con una voz
potente, que les hizo temblar.
-Desde hace mucho tiempo,
me encargo del sueño de los niños, soñáis igual de día que de noche, aunque no
seáis conscientes. A mí la psicología me apasiona. He aprendido tanto de
vosotros, la vivo intensamente en vuestra compañía. He estado en la “casa del
árbol” en vuestro “Rincón” y ahora estoy en esta casa que es fruto del sueño,
vuestra imaginación la ha construido. Los adultos no me caen bien, han perdido
el verdadero valor de la vida. Crean guerras sangrientas, sus idealismos son
absurdos y tan sólo idolatran el dinero y el poder y lo que es peor, os han
fabricado un Mundo nada fácil, sin alicientes, en el que debéis integraros,
mientras la imaginación permanece encerrada en un tubo de infancia
cristalizada. Es una lástima, los hombres se han vuelto cada vez más
materialistas, no luchan por el bienestar del espíritu. No se dan cuenta del
daño que os causan. La anterior generación sólo os deja los problemas que ellos
no supieron resolver. Conozco muy bien el alma de mis soñadores y el final es
el presente, ¿entendéis? Me fijé en vosotros dos especialmente, entre todos
habéis sido mis elegidos y he querido que me conocierais, así sabréis que hay
alguien que viaja en vuestra alfombra voladora.
Volvió a reír
estrepitosamente.
-Ahora volved de donde
venís y despertad.
Imaginó el frío que
haría, estaba a gusto,calentito, abrigado hasta el cuello con las dos mantas.
Pensó que pronto sonaría…En efecto, un timbre alarmó el silencio que reinaba en
la múltiple habitación. De la hilera de camas empezaron a brotar cuerpos
somnolientos, algunos con los ojos aún cerrados. Miquel los abrió y distinguió
a sus compañeros de cuarto, buscó con la mirada a su amigo inseparable, no
estaba, la ropa de la cama revuelta, la puerta del armario abierta: se había
levantado. Contó hasta tres y pegó un salto desperezándose, tomó la toalla y el
jabón y se encaminó a los lavabos.
Fernando se cepillaba los
dientes.
-Nando, he soñado que…
-Ya lo sé, lo mismo que
yo.
-Entonces… ¡es real! ¿Qué
significa? ¿Qué nos ha pasado?
-No te rompas la cabeza,
no creo que saquemos nada en claro. Yo, ya lo he intentado y cada vez estoy más
liado, hace rato que me he levantado y no he podido dejar de pensar.
Dijo las últimas palabras
dándole una palmada en el hombro.
Después de lavarse, los
chicos como cada día, hacían las camas. Se llenó el dormitorio de voces, los
chicos exaltados no paraban de hablar. El Hermano Gabriel no cesaba de poner
orden, pero, ¿quién para a un niño?
-Silencio, silencio.
Ni caso, se diría que al
secarse la cara, el sueño y la pereza de antes habían quedado impregnados en la
toalla. Como quién se quita una máscara.
-Silencio, ¡a callar! A
medida que vayáis terminando os ponéis aquí junto a la pared. Venga, rápido,
colocaros en fila, venga, así, uno detrás de otro. ¿falta alguien, estáis
todos? Bien, ahora despacio y sin hacer ruido podéis bajar, id directos al
comedor.
Fueron directos al comedor.
Al entrar por la puerta se abalanzaron sobre un cesto, cargado de pan bastante
tierno, estaban hambrientos, brazos y manos sin cuerpo, atrapaban rebanadas de
dos en dos…o mejor de cuatro en cuatro. Luego ya sentados, devoraban sus
tazones de leche en polvo y las rebanadas de pan untadas con mantequilla.
En la primera clase,
Andrés que se sentaba detrás de Miquel, le preguntó si irían a la casa.
Confundido e intrigado respondió:
-Sí, sí que iremos.
Díselo a Javi y a Nazario.
¿Existía la casa?, claro
que sí, si Andrés le preguntaba por ella es que lo habían hablado, ¡era verdad!
Pues irían todos a verla, qué importaba, fuera del sueño era una simple casa
abandonada.
La mayor parte de los
chiquillos pensaban absortos en las Navidades, cada vez más cercanas. Miquel no
pensaba en Torredella. Nando tampoco se recreaba en esos pensamientos. Los dos
muchachos se encontraban muy lejos de allí, sumidos en el vacío, tratando de
penetrar por una puerta infranqueable. Cuando pudieron estar a solas siguieron
sin entender el significado de la aparición. Quizás no tuviera ninguna
explicación aparente.
-Tan sólo fue una
visita…pero bueno, estas cosas no suelen suceder…en fin.
Decidieron esperar y
obrar como si nada hubiera ocurrido, aunque resultara imposible para sus adentros.
Tal como habían acordado el día anterior, en el recreo del mediodía, cinco
muchachos rompieron una vez más las normas, adentrándose en lo infinito del
bosque. Pronto divisaron la casa y era simplemente eso, una casa; pero no la
que Miquel y Nando esperaban ver. La casa parecida, estaba mucho mejor
conservada, casi recién pintada y cuando trataron de desencajar los barrotes de
la ventan, éstos no cedían, fijos en su sitio, sin vestigios del recuerdo,
nada, aquellos barrotes llevaban allí siglos, quietos, inmóviles, indiferentes
a un sueño inquieto. No existía entrada alguna por lo que tuvieron que desistir
de su idea.
-Los deben de haber
soldado.
-¿Y qué hacemos ahora?
-Podemos jugar al
escondite, así nos calentamos…tengo el cuerpo helado.
A todos les pareció bien. Nadie se dio cuenta
de que aquel frío no era natural, su contacto no era puramente físico, la
esencia desangelada no era humana, su presencia iba más allá, advertía un
peligro, un conocimiento perpetuo de flaqueza, una enfermedad que debilitaba el
pensamiento. Esta atmósfera febril que intentaba explicar algún secreto no la
percibieron los chicos. Tampoco un anciano sabio dedicado al estudio del alma
hubiera detectado vibración alguna. Una hora y media más tarde regresaban
cantando villancicos.
Al cabo de una semana los
amigos volvían a sus actividades aventureras, a sentirse prófugos del laberinto
de piedra. Brotaban los laureles de una desaparecida infancia.
Volvieron las correrías
por el bosque, a su “rincón”, a la “casa del árbol”. Y una mañana, incluso se
atrevieron a acercarse a la
Cartuja y a espiar a los monjes que tendían la ropa en unos
alambres colgantes. Otros pasaban con sus burros por los caminos que conducían
a los campos que sólo ellos pisaban. La Cartuja estaba rodeada de huertos. Siete u ocho
Monjes escarbaban la tierra con azadas.
Por todas partes cruzaban unos canales, de manera, que cuando giraban el grifo
del depósito de agua, ésta se apresuraba a recorrer el camino trazado para
regar las hortalizas.
Con cuidado de no ser vistos,
entraron dentro del caserón, aquello era enorme pero muy pobre, se notaba que
aquellos señores cuidaban más sus almas que su morada. Parecían gentes
sencillas, confiadas. En una habitación espaciosa trabajaban en las artes. Uno
pintaba un cuadro, que los chicos, no llegaban a ver desde el pequeño ángulo de
la puerta. Unos construían, con arcilla, vasijas, cántaros,
estatuillas…mientras otros se afanaban por pintarlas, ahora con un pincel fino,
ahora con uno más grueso. Aquello era hermoso, qué paz, qué retrato tan bello
el que contemplaban sus ojos llenos de admiración. Sin embargo sus facciones no
denotaban felicidad, muy al contrario, se diría que una pena muy profunda
asomara en sus ojos, en las frentes venosas, en todo su ser.
Miquel entendió perfectamente
por qué aquellos hombres no abrían la boca. No les hacía falta hablar, sólo sus
cuerpos lo decían todo. Sus palabras hubieran pecado de soberbia, era mejor
así, hablar lo imprescindible.
-Deben ser muy sabios.
-…y bondadosos.
A esto que apareció de
súbito una larga y enjuta figura que les devolvió al presente y les rompió el
encanto de aquella imagen.
-Eh, vosotros, qué hacéis
ahí espiando.
Echaron a correr sin
responder.
-Sinvergüenzas, volved
aquí.
Sin problemas, salieron
tal como habían entrado y no miraron atrás hasta que se vieron a salvo.
-Qué mal genio tenía el
hombre…con lo tranquilos que parecen.
-Al fin y al cabo, son
humanos, pero ha sido una excursión interesante.
-…y divertida.
Otro día se les ocurrió a
los cinco amigos, aventurarse por la noche en el bosque, aprovisionándose en la
cocina de algo para comer y freírlo en un buen fuego de leña.
La única salida que
tenían a esa hora, era el ventanal de la cocina que daba a los corrales. De
allí sólo les impedía el paso, una verja algo alta pero no imposible de
escalar. Una vez que el hermano tutor se retirara a su cuarto, se reunirían en
los baños.
Serían las doce pasadas,
el Hermano Gabriel dio su último paseo por el corredor, vigilando a los
durmientes, se le oyó dirigirse a su pequeño cuarto y cerrar la puerta con
llave. Al instante aquello apagado se encendió y comenzó a cobrar vida, muelles
que chirrían, siseos y pasos sigilosos. Los cinco muchachos reunidos en las
duchas, enroscados cada cual en una manta, aspirando ese mal sabor del primer
cigarrillo. Bajaron las escaleras en espiral alumbrados por una linterna. Al
entrar en la cocina dieron un salto atrás asustados, la luz estaba encendida,
pero ¿quién podía ser?, a esas horas no, era imposible, todos debían estar
durmiendo. A quién le tocó asomar la cabeza se le escapó una risa que los demás
hicieron que cesara poniendo un dedo en los labios, todos a coro dijeron:
-¿Qué pasa?
-¡Mirad!
-Vaya…pero si es…
Claro, era una enorme
luna reflejada en los cristales.
Sólo encontraron pan,
cualquier cosa era buena, llenaron una bolsa.
Javier era este mes el
sacristán,-los turnaban cada dos semanas para ese menester-, así que tenía la
llave de la Sacristía;
se llevaron media botella de vino dulce, el que se utilizaba en la Misa. Entraron de nuevo en la
cocina, abrieron el ventanal y salieron a los corrales. No les costó
demasiado-eran ágiles- saltar la verja. Apagaron la linterna, veían
perfectamente sin ella. Era hermoso andar por el monte, bajo el firmamento
chispeante. Miquel sintió la agradable
emoción de contemplarlo y recordó las noches estrelladas de Torredella,
“su estimado pueblo”. Iban en silencio, más sus interiores hablaban de lo mismo.
Llegaron a una explanada donde unas piedras calcinadas en forma de círculo,
denunciaban su propósito, las ramas secas puestas sobre papeles prendieron
felizmente para los muchachos, que ya empezaban a temblar de frío. Cubrieron el
suelo con dos mantas, con las otras tres se abrigaron por encima. Aquello
calentaba de primera. Tostaron el pan ensartándolo con palos. La botella de
vino amoscatelado iba pasando de mano en mano, o mejor dicho, de boca en boca.
Llamaron a aquel lugar, las “siete esquinas”. El pasillo formado por siete
árboles les dio el nombre.
Nando tiene anginas. Está
en la enfermería. Miquel va a visitarlo, se sienta en el borde de la cama con
cuidado para dejar libres sus movimientos bajo las mantas, pero notando su
calor, su vida fluyendo. Está pálido, ojeroso, incluso le parece más pequeño,
le apena verlo así, tan quieto. Tiene los ojos cerrados como si
estuviera…-Miquel se asusta de sus pensamientos-, es sólo la fiebre, cuarenta
grados es mucho.
-Oye Nando, a ver si te
pones pronto bueno, Mira te he traído tebeos de los que te gustan, ¿los ves?,
“El jabato”, “Capitán trueno” y algunos más. Nando, te hecho mucho de menos,
todos te hechamos de menos. Así que tienes que curarte pronto, los otros
vendrán a verte cuando puedan, ya sabes que no es fácil. Bueno, ahora he de
irme.
Le toma la mano y un
escalofrío le recorre el cuerpo. Está helada.
Sólo puede pasar un rato
con él, las hermanas no quieren que se le moleste, necesita descansar. Él
hubiera pasado allí todo el día, aunque sólo fuera para mirar cómo dormía.
Sale al patio, el aire le
hiere. Se sienta en la barandilla mirando el lejano mar. El aire le hiere, es
frío, sus miembros se van congelando, su alma se aleja del cuerpo inerte y
vuela, viaja…
Miquel pasea taciturno y
huele la enfermedad, el humo asmático de las bombas y los incendios, las
ráfagas de metralla, respirados desde la aurora destruida, hasta el ocaso
inexistente.
No son más que anginas,
¿no? Toses y llamadas, sirenas, murmullos y quejidos.
A Josemari le volaron la
pierna derecha, quería ser futbolista. Nadie en el barrio paraba sus
chupinazos. A su Padre lo fusilaron en la misma calle Dos de Mayo, se decía que
por rojo.
Miquel creía en Dios,
hablaba con él, rogando por los suyos, cuando empezó el caos, se enfadó mucho y
llorando le preguntaba cómo podía permitir que se mataran unos a otros. ¿Dios
no era bueno? ¿Entonces? Él los había creado, pero algo no funcionaba, algo se
le olvidó. Los padres educan a sus hijos. ¿Dios era un mal Padre?
-Seguramente, Dios era
adulto.
Miquel había conocido
también adultos buenos, sí, gente de buen corazón. Miquel y Nando, como muchos
otros niños habían madurado temprano, aprendiendo del dolor y la visión de la
hecatombe que les tocó vivir; sin embargo, seguían siendo niños.
-Yo no quiero crecer, no
deseo parecerme a ellos.
Ha tenido mucha suerte,
ha sido un milagro el que no muriera, ¡vaya que sí!
-Entonces, ¿dice que no
hay una explicación lógica, Doctor García?
-Exactamente Hermana, mi
diagnóstico de la herida de este niño que presenta en la frente, no puede ser
más extraño. Es como si fuera una lesión interna, pero físicamente el resultado
es negativo, eso quiere decir que no hemos encontrado nada anormal, todo
funciona perfectamente y sin embargo, existen dos peculiaridades en este caso,
dos enigmas a los que no hallamos ningún fundamento coherente. Una, es la forma
de la herida, ningún elemento que se encuentra en el patio ha podido causarla,
ya que ésta es una abertura profunda de un centímetro aproximadamente, del
tamaño de una “perra gorda” y como si la hubieran modelado de una manera
perfecta.
-En cuanto al segundo
gran enigma, es sobre la sangre, la hemorragia que presentaba el orificio
hubiera sido totalmente clásica, si en el análisis los resultados no hubieran
sido tan sorprendentes, descubrimos que la sangre que emanaba de la herida,
¡escuchen esto!, la sangre que salió de la herida, no pertenece al chico, ¡no,
no es una tomadura de pelo, es sorprendentemente cierto! No es la misma sangre
que circula por su cuerpo. ¿Qué les parece? De todas formas el niño está bien y
no hay que preocuparse. Algún día quizás tengamos respuesta a este fenómeno, es
extraordinario. ¡Vaya que sí!
Alguien pronunciaba estas
palabras, cuando Miquel abrió los ojos. Se encontraba en la cama y rodeándola
pudo por fin fijar la imagen, antes legañosa. El vaho fue disipándose, el manto
blanco volviese transparente y ante la perfecta visibilidad, un corazón regresó
al pánico, por unos instantes, latió con más fuerza. El sueño había dado contra
el suelo, el golpe fue una cuenta atrás a una velocidad vertiginosa. Despertó
temeroso.
-¿Dónde estoy…dónde?
-En la enfermería- contestó
la Hermana
Ángela, viendo que el muchacho se impacientaba.
-No te preocupes, nos
tienes a todos cuidando de ti-
-Qué me pasa Hermana?, no
recuerdo nada.
Intentó incorporarse pero
un dolor en la frente, justo encima del ojo izquierdo, se lo impidió.
-No trates de levantarte,
llevas más de cuatro días inconsciente, estarás débil.
-Pero, ¿qué ha pasado?,
¿por qué estoy aquí? Aaayyy…me duele mucho aquí en la cabeza.-Tocó la parte
mencionada, una gasa le apretaba las sienes.
-T encontramos tendido en
el suelo del patio, desvanecido, ¡Madre mía!, con este frío, un poco más y te
hielas. El doctor no puede comprender cómo te hiciste la herida, no es un
rasguño normal, dice que presenta unas extrañas características, ¿no es así
Doctor García?
El aludido asintió con la
cabeza, muy serio y pensativo. La
Hermana se dio cuenta de que Miquel había escuchado la
conversación del médico, y quiso tranquilizarle.
-Miquel, no debes
asustarte de lo que ha dicho el Doctor, seguramente es algo más sencillo, pero
la ciencia utiliza unas palabras tan tecnificadas que de un granito de arena,
ya sabes…hacen una montaña. Y ahora por favor, salgan todos fuera, el muchacho
tendrá hambre y no hay que excitarlo, debe recuperar las fuerzas.
-Eres más fuerte de lo
que pareces, ¡cuatro días sin alimento! Has de darle gracias al Señor.
A la mañana siguiente
Miquel tuvo suficientes fuerzas para levantarse. Se acercó hasta la pica del
lavabo, juntó sus manos y las llenó de agua helada, estrelló el líquido
incoloro sobre una cara ausente y somnolienta y nuevamente dejó el sueño
impreso en la toalla. Peinó su corto cabello, impeinable, mirándose casi sin
reconocerse en el espejo que tenía enfrente, y algo hubo que le llamó la
atención. La venda que le cubría la frente estaba manchada de sangre. Pasó el
dedo y un recorrido trazo, pintó un rojo carmesí. Volvía a fluir, la sangre
volvía a fluir.
El hombre de la casa
también llevaba una venda sangrando. Recordó sus palabras.
-Llevo en la frente el
sufrimiento del pensador.
¿sería aquello una señal?
Él, que tantas veces se
había sentido “elegido”. Cuando se ausentó de su cuerpo, porque de esto sí se
acordaba. ¿Habría llegado al final de un sueño o tal vez más lejos aún, habría
llegado a sobrepasar un estado de inconsciencia? ¿Por qué cayó de la barandilla?,
¿acaso no sintió que unas manos le empujaban? Sí, sí el hombre de la casa le
empujó y con ello le salvó la vida. Al congelarse el cuerpo, quizás su alma no
hubiera podido regresar a tiempo y vagara eternamente por el espacio
desconocido. De pronto en medio de los pensamientos le vino a la memoria su
amigo Nando, ¿dónde estaba?, tenía ganas de verlo, sentía necesidad. Preguntó a
la Hermana Angela
cuando ésta entreabrió la puerta para ver si aún dormía.
-Ah sí, Fernando Díez,
hace dos días que le dimos el alta. Ha venido muchas veces a verte, te miraba
preocupado. Te quiere mucho, ¿verdad?, claro, si se nota. Ahora debe de estar
en clase. Si todo va bien mañana podrás reunirte con él.
-Qué alegría Hermana,
tengo tantas ganas de verlo, sí, es verdad que es mi mejor amigo.
La Hermana sonrió.
-Vuestra amistad es bien
conocida por todos, sabes cómo os llaman, “la pareja inseparable”.
-¿Sí? Qué gracia, pero es
cierto, no podría ni pensar que algo nos pudiera separar, me han quitado tantos
seres queridos.
Cuando lo pienso me
siento muy triste y hay un no se qué aquí dentro, que me aprisiona, me ahoga.
Usted es muy buena Hermana, ha cuidado de Nando, ha cuidado de mí. Cuando caí
de la barandilla, pensaba precisamente en esto, quiero decir en Dios, cree que
existe, ¿verdad?...
-Pues claro hijo, qué
ocurrencias tienes.
-¿Y la guerra? Ha dejado
a los que no han muerto, inválidos, enfermos, familias sin casa, en la miseria,
Hermana, ¿se puede seguir creyendo después de todo lo que pasó?
-Recupera la fe Miquel,
Dios no es el causante de las desgracias, él nos creó, pero no quiso ser
nuestro dueño, nos dio algo muy hermoso que es la libertad. Así que piensa, lo
que pasó fue obra del hombre, cegado por el poder y el odio y quizás algún
defecto más, pero humano. Es fácil dar la culpa a otro.
La noche era oscura, sin
Luna. Las nubes más negras que el cielo amenazaban lluvia, quizás tormenta. El
Seminario dormía en el callado silencio. Un siniestro batir de ventanas
abiertas al viento, comenzaban a azotar con fuerza invisible. Las ramas de los
árboles seguían un extraño rito enfervorizado bailando enloquecidas. Miquel se
sentía afectado ante tan tenebroso espectáculo bajo los designios de estampida
de esta cruel Naturaleza. Buscaba a Nando, hacía muchos días que no le veía,
además estando a su lado no temería el hechizado aspecto que prometía la noche,
su desazón sería menor. La sola compañía de su amigo, cambiaría toda aquella
visión de espanto, por un bello crepúsculo.
Se acercó hasta la
esquina del patio preferido, trepó por la alambrada, saltó una tapia y escaló
otra, luego descendió por la escalera de ramas del gran abeto. En “su rincón”,
no encontró a Nando. Se sentó en la roca y buscó en el bolsillo del abrigo,
¡Allí estaba!, asomó entre canicas de barro, hierro y de cristal, una pequeña
caja de latón. Se quitó los encartonados guantes para abrirla. El tesoro que
guardaba en su interior consistía en unas cuantas hebras de tabaco y dos o tres
láminas de papel de arroz. Cogió una y la dobló con los fríos dedos, aguantándola
con la mano izquierda. Echó con la derecha el tabaco enrollado y comenzó a
rodar con paciencia, como lo hacía l’avi Gepet. Sentado en su silla de madera
de castaño.
En el verano cuando hacía
buen tiempo y el Sol dejaba de abrasar arrastraba su “sosiego”-llamaba así a su
silla. Decían que la había construido él mismo después de haber visto crecer el
árbol, toda su vida en el huerto de la casa paterna y su mayor y última
ilusión, era morir sentado en ella, y así, sentado junto al portal, pasaba las
tardes con la petaca en el regazo liando cigarrillos y saludando a los amigos.
Miquel sonreía con este
recuerdo, cuando un rayo y una lluvia a bocajarro, cayeron en la tierra,
hundidos en la realidad igual que con el sobresalto cayó el cigarro al barro.
Se levantó de súbito como si algo le quemara y en décimas de segundo pensó que
aquello no era lo mismo sin Nando, así que volvió a guardar la cajita en el
bolsillo repleto de misteriosos objetos, y a grandes zancadas dejó aquel rincón
que ahora le parecía embrujado.
El aire vestido de
huracán, le impedía avanzar con la rapidez deseada. Los patios se envolvieron
de niebla, se convirtieron en desiertos inmensos. El miedo le creció hasta que
llegó por fin a las puertas del Monasterio. Como vio luz en la cocina, se dirigió
hacia allí contento. Necesitaba ver a alguien, el tiempo pasado le parecía muy
largo. Pero ahora respiraba tranquilo, seguramente se le había pasado la hora y
con el escándalo de la tormenta, no habría oído la campana. Claro, eso era,
estarían todos cenando. Casi agradecería la reprimenda con que le abordaría el
Hermano Gabriel. Todos se mirarían, y él, con una sonrisa de burla, se sentaría
en la silla vacía, junto a Nando. Asimismo, con las ropas empapadas. Y todos le
observarían, intrigados, intentando escuchar su conversación. Los chismorreos
correrían de mesa en mesa, pero él no diría nada, sólo hablaría de ello con su
buen amigo, cuando pudieran hacerlo a solas.
Sus pensamientos se
cerraron al abrir la puerta de vaivén de la cocina y descubrir la soledad de
sus paredes, los comedores vacíos, los olores acribillados. Subió la escalera
hasta la segunda planta, miró por las ventanillas de cristal, sin traspasar las
puertas de las aulas, ¡no había nadie! En su clase volaban las hojas de papel,
pequeños fantasmas blancos. Entró y cerró con gran esfuerzo las ventanas. Le
perturbó el silbido del viento, ¡qué desolado estaba aquello, que muerto!
Otra vez fluía en su
mente la catástrofe, una vez cerradas las ventanas, recordó la calma, los
breves minutos de silencio a la espera, tras la caída de las bombas, la
angustia de unos rostros sentenciados.
Para acrecentar el
misterio, las luces se apagaron de pronto. Salió, guiándose con el tacto de las
manos, y subió más escaleras.
Creyó oír unos pasos
detrás de él, ¿o eran los crecientes latidos de su corazón?
-¿Eres tú, Nando?
No hubo respuesta,
alguien andaba siguiéndole, no cabía duda.
Se precipitó en las
habitaciones. Allí no encontró indicios de vida, el polvo cubría los armarios y
las sillas.
Por algún motivo que él
desconocía, estaba todo abandonado, y por el aspecto, parecía que hacía mucho
tiempo que se encontraba así.
Las telarañas, colgaban
en los techos, y bajaban, tejiendo las paredes, como presagiosos candelabros de
una época para él, desconocida.
No eran los mismos muros,
no se oían voces, ni gritos, ni las risas y peleas de siempre, sólo el quejido
del silencio y el ruido extraño del sueño desvariando.
Los pasos sonaban, eran
el eco de los suyos.
Dio la vuelta al
claustro, para bajar por otra escalera.
El taconeo, iba a por él,
amenazador, cada vez más deprisa.
Miquel echó a correr en
la oscuridad sin más tiento que el del terror.
-¿Dónde estaban todos, si
habían marchado, por qué no le avisaron? Sin embargo, no estaba solo, ese
sonido ya obsesivo grabado en su mente, cada instante se acercaba más,
pegándose a su sombra.
Tenía que huir, pero de
quién? Escapar era lo único que podía hacer, decidió sin saberlo, salir de allí
y una vez fuera también sin saberlo, tomó el sendero del bosque, acelerando su
carrera. Se topó con la “casa del árbol” y contempló, mudo de excitación, cómo
las maderas que él y su amigo habían clavado, con tanta ilusión, volaban
arrastradas por una mano poderosa, sobrenatural y maligna. Se apoyó en el
tronco herido. Extasiado, con la mirada alta, sus ojos extraviados, habituados
a la pobreza de la luz, bajaron hasta sus manos pegajosas, untadas de resina,
las miró con tiempo, sin reconocer lo que vio, cuando aquél relámpago las
iluminó, se desgarró el cielo y un brillo rojo deslumbró el borde de la locura.
¿La resina era roja? No,
no, el resplandor no le dejó ver la resina: aquello era…aquello era…Los nervios
agarrotaron sus tendones, empezó a sollozar. Incapaz de moverse, se sentó a
esperar que acabara la pesadilla, o que ésta acabara con él.
-Pero, por favor, que sea
pronto.
Segundos antes de
desvanecerse, pudo oír muy de cerca la respiración jadeante de su perseguidor,
que saltaba sobre él como una fiera salvaje y hambrienta.
Debió pasar algún tiempo,
no sabía cuanto. Reconoció de inmediato dónde se encontraba, incluso antes de
mirar a su alrededor. Aquella figura en pie le observaba y aun estando a
contraluz, supo de quién se trataba.
El fogón encendido
desprendía un calor agradable, sin embargo el humo que llenaba la casa no era
corriente. A Miquel le pareció una densa nube, una niebla muy espesa que
acariciaba.
-No he querido asustarte,
Miquel, tu mente está viajando, y el “caballo” se ha desbocado. Has tenido una
pesadilla. Pero éste es un sueño más tranquilo. No entendiste quién soy, es
razonable. Ya sé que apenas eres un niño, sin embargo tus experiencias en esta
vida, te han traído hasta aquí sin poder elegir ni entender. La finalidad es
que tu subconsciente, recoja inquietudes, que quizás puedan ser peligrosas pero
necesarias para una existencia que desde que empezó se salió fuera de los
límites de la realidad. Las consecuencias han cargado en tu espalda un saco de
preguntas, cicatrices profundas, depresiones y sensibilidades desconocidas
todavía.
Va a ser difícil porque
el tiempo no responde, pero sí confunde. Tu vida va a ser un infierno interior,
tus entrañas inocentes pronto olerán el derrumbamiento de las almas. No
entendiste lo que represento.
-Usted dijo…nos dijo que
era el final del sueño y que llevaba en la frente el…
Claro, claro, eso dije,
pero faltó algo y ahora te lo voy a explicar aunque no acabes de entender…pero
no importa, tu ser más profundo quedará impregnado de la esencia del
conocimiento, formará tu carácter.
Carraspeó intentando dar
mejor tono a su ronca voz.
-El hombre, desde que
nació, no se sabe exactamente cuándo, ni dónde, no cómo, ha estado luchando
para sobrevivir. Primero en el mar o en las selvas, o en desiertos áridos, y
después en los núcleos urbanos.
La civilización ha traído
progresos en muchos campos. Conocemos más el cuerpo humano, pero nadie ha
logrado combatir con eficacia el sueño eterno, éste,-y tú lo sabes mejor que
nadie-viene en cualquier momento, cuando uno menos se lo espera por ello se le
teme. El hombre se agarra de pies y manos a sus existencias terrenas. No quiere
renunciar a las cosas que le rodean, así que no está dispuesto a irse, ni
preparado para emprender ese costoso y desconocido viaje. Cuando nada existe y
muere la carne, sólo el espíritu flota en el espacio, sin peso ligero…
No comprenden que la
muerte es otra etapa de la vida, mucho más tangible, sin posesiones materiales,
sin equipajes, no existe la riqueza, tampoco la miseria. La pesadilla que has
sufrido es similar a lo que sufre aquel que no es capaz de aceptar la muerte. El
miedo puede llevar a la locura, el no resignarse a pasar a otro estado natural,
también. No se le puede desafiar aunque en muchas ocasiones parezca injusta.
-Entonces…yo estoy
muerto?
-No, no, tú ahora estás
en otro sueño, la mente como te he dicho antes es igual que un caballo, como un
mono que se mueve inquieto, asustado. En un minuto puede estar en mil sitios
diferentes, comprenderás que algo tan delicado, debe envolverse en celofán,
cuidar de que no caiga al suelo, de lo contrario, se partiría en tantos trozos
que sería imposible recomponerlo, ¿Imaginas cuántos sueños acontecen en una
noche? Y luego al despertar lo consciente deja velado el sueño o parte de él, y
queda un vacío que siempre es blanco.
Cuando llegue el momento
vendrás conmigo, y ahora debemos despedirnos.
Despertarás y aunque
empapado en sudor, serás el mismo de siempre, nada habrá cambiado, no
recordarás apenas casi nada de tu mal sueño y mis palabras serán tu pregunta,
la incógnita abastecerá tu interior y tu inquietud por saber, por conocer y
descifrar los misterios de la vida.
Al dejar de hablar,
enmudeció la tormenta.
Miquel pensaba: el primer
día que vio al hombre de la cicatriz en la frente no le resultó desconocido,
ahora sabía por qué.
Le conoció de muy
pequeño, en los ojos de pánico de sus padres, en su preocupación. En las
miradas de las víctimas, reconocía su perfume, cerca del dolor, en los
escalofríos de la fiebre, del hambre. En los trenes abarrotados de gritos,
despedidas de incertidumbre. ¿Quién caería el próximo? ¿Seguiría respirando
mañana? Allí estaba, frente a él, el hombre que helaba las pasiones más
ardientes. Aquel comix que tantas veces había visto: Un esqueleto vestido con
una capa negra y una guadaña entre sus manos.
Se abrazaron con
tenacidad, con fuerza.
-Nadie podría separar
este momento. La suave brisa refrescaba el encendido encuentro. Las palabras
acompañadas de gestos se abalanzaban por sus bocas, chocando con el aliento
humeante del frío. La respiración nerviosa, agitada, transmitía a golpes el
fuego indestructible e intenso de su amistad; Como el humillo de un sabroso
pastel envolviendo la cocina, restregándose por las paredes, flotando por el
pasillo, llenando el comedor, entrando en una habitación, perfumando otra,
escurriéndose por debajo de las puertas, renqueando en las escaleras, escapando
a través de las ventanas, zigzagueando entre los árboles, dulcificando el
paisaje.
Así se llenaron sus
almas.
-Qué ganas tenía de
verte…
-Yo también y ahora que
hemos hablado un rato, me doy cuenta de que…no sé como explicarlo, es una
sensación, no sé si te pasará a ti, me parece que el tiempo no haya pasado,
no…como si hubiéramos permanecido juntos todos estos días, me entiendes?, como
si siguiéramos la conversación que dejamos ayer a medias, antes de acostarnos.
-¿No te pasa a ti igual?
-Sí que es verdad, eso es
porque nos queremos mucho. A veces con algún amigo me ha pasado, que estábamos
unos días sin vernos y después, ya no era lo mismo, se había enfriado la
relación, habían cambiado las cosas, no teníamos nada que decirnos y dejábamos
de ir juntos.
Contigo sabía que no iba
a pasar esto, ni siquiera lo pensé, nosotros somos amigos de verdad, te lo digo
en serio: eres mi mejor amigo. Hicimos un pacto de sangre, ¿te acuerdas? Para
mí eres más que un amigo, más que mi hermano.
-No me habías dicho que
tenías un hermano…
-Es que no lo tengo
Y le atenazó la nariz con
dos dedos doblados en forma de pinza.
-Es broma tonto.
Y siguió riendo.
-Oye, que me haces daño.
Y le propino un cariñoso
puñetazo, el otro lo paró y se tiró sobre él, ambos cayeron en la arena y se
revolcaron a voces, peleando entusiasmados.
Reían a carcajadas,
entrelazados sus cuerpos. Quizás agarrados al único bastón que les quedaba para
sostenerse.
La corriente de los días
pasaba veloz, cual río caudaloso a través de lo guijarros eclesiásticos de
aquel Monasterio, tan antiguo como los saurios y de mastodonte tamaño.
Nadie sabía que se
avecinaba una gran cascada, una catarata de acontecimientos que terminaría
salpicando con gran impulso las losas llanas, allá abajo del precipicio donde
saltan las aguas humeantes de vapor, desparramando violentas gotitas de joyas
cristalinas. Y luego del estruendoso chapoteo ensordecedor, las aguas seguirían
su curso, tranquila y pausadamente, con una armonía fascinante y un sonido
melodioso, olvidando todo ruido anterior. Como ocurre en la vida con la muerte,
como olvidan los hombres su antepasado.
Llegó principios de
diciembre con los primeros copos de nieve, caídos al unísono, con lluvias y
llevados por el viento del Norte que no dejaba que el pincel nevado pintara de
blanco las piedras, los árboles y las tristezas sin color del invierno quemado.
Mas la alegría de un niño
no podía ser borrada, ni por el frío de la estación ni por el cambiante color
del paisaje.
Los chicos respiraban ya
ese olor infantil del hogar, ese olor que los mayores recordaban muy vagamente,
con nostalgia arrebatada y pisoteada por algo que no les dejaba volver, los
alejaba cada vez más del tiempo.
La Navidad se acercaba a pasos de gigante. Podían ya besar la
mejilla de la ilusión. Pensaban en sus casas, en el barrio. Todas sus fantasías
rondaban esos días cercanos, en los que desenterrarían sus tesoros escondidos
años atrás. Jugarían con la misma pelota azul que un año les trajeron los
reyes. Correrían por las calles de siempre con los amigos de siempre…claro
que…algunos ya no estarían. Irían a la
Misa del Gallo y como siempre se dormirían en la mitad.
Valoraban estos momentos y lucharían por defenderlos para que volvieran los
instantes felices de sus sueños. Tenían que empezar a construir su Mundo porque
todo había sido derrumbado.
Miquel y Nando juntos de
nuevo volvieron a la carga con sus juegos. Olvidando así, una vez más; los
miedos que alguien había plantado en sus entrañas. Torredella volvió a surgir con
una fuerza entrañable. Miquel escribió una redacción sobre su pueblo:
Torredella se alza en lo
más alto de una montaña, blanca en esta temporada. Surcada por un precioso
valle de algodón, en la cima del pico hay exactamente veintisiete casitas,
esparcidas en diagonal. Así, muchas de ellas están construidas en pendiente, de
manera que parecen plantas crecidas de la misma tierra, igual que una piedra o
una flor.
En mi pueblo hace mucho
frío ¡pero se respira tan bien! Y después de las heladas llega el calor verde
de la hierba florecida. El Sol acompaña los rebaños y salpica reluciente los
abrevaderos. Las Estrellas son enormes, se pueden tocar con las manos. Y la Luna…ahaah! La Luna, es tan grande, que abraza
ella sola todo el pueblo adornando en la oscuridad de las noches los tejados
escarchados, brillando en ese rincón apagado, encendiendo la llama humana de
sus habitantes.
El jueves por la mañana
en el recreo de las once, rodaba por el camino que bordeaba las murallas del
Seminario, un pequeño vehículo de madera gastada, era un autobús viejo y
destartalado, cuyo ruido advirtió a los muchachos de su presencia. Estos lo
fueron siguiendo desde lo alto de la tapia que separaba el patio del sendero
barroso y vieron con sorpresa que entraba dentro del recinto del castillo
escolar. Paró frente a la conserjería y salió presuroso el Rector con una
sonrisa en los agrietados labios, que denotaba una cita ya prevista de
antemano.
Dos monjas bajaron los
tres escalones que separaban el suelo del cuchitril renqueante seguidas de
trece niñas con uniforme azul. Los chicos al verlas se alteraron, ninguno
quería perdérselo, se daban paso a codazos para ponerse en primera fila; atrás
se alzaban pies y asomaban cabezas de niños. Los más mayores hacían juegos y
muecas para llamar la atención. Las niñas reían tímidamente, siempre bajo la
reprobatoria mirada de sus tutoras.
Miquel miraba absorto a
una en especial, bajita y delgaducha con el cabello negro, negrísimo, cortado
en redondo y un flequillo rebelde que apartaba con un constante tic de la mano
derecha. Su cara era blanca lechosa y contrastaba en cambio, con unos labios
rosas amoratados. Ella no le miraba, ni siquiera se fijó en él. No es que la
chica le gustara, pero le recordaba mucho a otra, se parecía a Valentina su
novia.
Valentina era de
Torredella, habían crecido juntos. Cuando la familia de Miquel se trasladó a
Barcelona no querían separarse. Al cabo de un año escaso los tíos de Miquel
escribieron a los padres de Valentina, haciéndoles saber que se vendía el piso
de encima de ellos, es decir, el segundo; meses más tarde ya eran vecinos de
nuevo.
Miquel la presentó a sus
amigos del barrio y fue una más del grupo.
Valentina era su novia,
cuando crecieran un poco más, se casarían. Al llegar la mala noticia de una
posible guerra civil, mandaron a Valentina junto con otros niños a Francia,
allí vivió en la casa de unos parientes.
Le habían llegado
noticias de que estas Navidades iría como él, a pasarlas a Torredella.
Y ahora, viendo a esa
niña, le volvían los momentos de aquel atardecer en su vida, así era Valentina,
cuando la vio por última vez.
Le habían dicho que ya
era toda una mujer, más alta que él y muy bonita, que se pintaba los labios y
ponía colorete en sus mejillas. No se parecería en nada a aquella niña.
Miquel no podía
imaginársela así y le daba vergüenza verla.
El seguía siendo un crío
y ahora que estaba creciendo tenía los brazos y las piernas muy largos y un
cuerpo demasiado delgado. Parecía un espantapájaros. Hubiera querido verla sin
que ella lo viera a él. Ella estaba hecha una mujercita y él todavía jugaba a
bolas. Seguro que tendría otro novio, más a su altura y no le haría ni caso
cuando se encontraran.
-Se burlará de mí.
Las niñas pasaron el día
en el bosque. Merendaron en lo que quedaba de la “Fuente de las Aguas”. En otro
tiempo se hallaba en el mismo lugar un pozo muy famoso por su rica agua. Venían
las gentes de los alrededores a llenar cántaros y botijos. Por ese motivo, se
llamó así la fuente.
Llegó en otro siglo a
aquel lugar una familia aristócrata, seguramente Condes o Marqueses. Compraron
las tierras y mandaron construir un paraíso. Edificaron un caserón enorme y
bello, de tres pisos de altura, con un gran sótano bajo tierra y una buhardilla
gigante y triangular en la cúspide. La sala de baile era un tablero de ajedrez
hecho con nácar de Madreperla y contaba además con veintitantas habitaciones,
aparte del salón, cocina y tres baños. Todo estaba rodeado de jardines y
fuentes de arqueados laberintos florales, enredaderas y árboles.
-Debía ser como en los
cuentos.
Esta familia, cuentan,
que se arruinó, tuvieron que despedir a los jardineros, entonces las plantas
murieron, la flora se marchitó y los dueños emigraron, no se sabe a qué parte
de América.
El tiempo demoledor quiso
conservar entre las ruinas esta gran obra arquitectónica que fue la fuente y
aunque semiderruida, era hermosa. Rodeándola por ambos lados la abrazaban unos
bancos de mármol agrietado.
El agua brotaba fresca
como antaño en el pozo.
Después de la merienda y
un paseo, treinta pies volvieron a subir los tres escalones que separaban el
suelo del cuchitril renqueante. Era un pequeño vehículo de madera gastada, un
autobús viejo y destartalado. Rodaba por el camino que bordeaba las murallas
del Seminario. Eran las ocho, los chicos esperaban que sonara la campana,
esperaban en el patio para entrar en los comedores, era la hora de la cena.
Sonó la campana al mismo tiempo que aquel extraño carruaje se empequeñecía y se
perdía en la lejanía.
Aquella noche los
muchachos cenaron sin hambre, con un nuevo apetito: el del recuerdo del mundo
exterior y una larga espera hacia la Navidad.
Con motivo de su estancia
en Barcelona el Arzobispo Señor Lemany, aprovechó para hacer una visita al
Monasterio y dar una charla a los chicos con motivo de la Navidad y los actos
religiosos que estas fechas representaban: el nacimiento de Jesucristo.
Se le preparó la
habitación destinada a estos fines. Miquel y Nando nunca habían podido acceder
a ésta aunque lo habían intentado. Ahora se les presentaba una buena ocasión para
alimentar sus ansias de aventura para matar su curiosidad e inventiva sobre la
tan guardada habitación. Hoy las Hermanas entraban y salían constantemente.
Traían sábanas y mantas, dejaban la puerta y la ventana abiertas para que
ventilara el tiempo encerrado. Miquel y Nando espiaban sus posibilidades.
Las Hermanas limpiaban,
fregaban, y llenaban los jarrones con flores de diversos colores y perfumes.
Las Hermanas procuraban ambientar el aposento que llevaba el olor a vacío y a
soledad durante más de un año.
De la última salida
observaron los dos amigos, que tardaban en volver.
-Deben creer que ya está
listo para ser habitado.
-La puerta está
entreabierta…
-Sí, entremos ya.
-A ver…nadie por aquí,
nadie por allá…vamos venga.
-Oye…desde luego el
Arzobispo se encontrará a gusto aquí…mira esto.
-qué bonito es, parece la
habitación de un rey, cuánto adorno.
-De lujo, no se parece en
nada al dormitorio de mis padres.
-Por eso nos lo esconden,
tanto hablar de dar a los pobres y ellos viven en la abundancia.
-¿No habrán hecho como el
cura de tu pueblo? Lo del estraperlo, ¿cómo se dice?
-Contrabando.
-Eso, podría ser, ¿no?
-Yo qué sé, ¡mira que
candelabros!, cómo brillan, esto debe tener muchísimo valor.
-Y la alfombra: toca,
toca qué suave y mira eso que cuelga en la pared, son tapices. Y los cuadros,
serán auténticos?
-Qué bien viven, ¿te
acuerdas cuando fuimos al comedor de los Hermanos?
-Sí, nosotros comiendo
siempre patatas con acelgas y ellos vaya bistecs que se “endiñaban”.
-Son unos farsantes,
¿verdad? a Dios no le gustaría esto.
-Claro que no, pero
supongo que al Arzobispo sí, ¡eh! ¿no oyes ruido?...
-Están abriendo la
puerta, corre vamos a escondernos.
-No, mejor salgamos por
la ventana. Corre, corre.
-No se abre, está
atascada, ¿qué hacemos…?
-Allí, debajo de la cama,
¡deprisa!
La puerta crujió y
entraron dos hombres. Uno era el Rector y el otro, a juzgar por sus palabras,
era… ¡el Arzobispo!
-Espero que te encuentres
bien aquí, si necesitas algo tira de esta campanilla y vendrá una Hermana en
seguida.
-Gracias, gracias, estaré
bien. Qué bien huelen estas flores.
-Sí, la Hermana Ángela las puso,
las cuida ella misma en un pequeño invernadero.
-Son magníficas, bueno si
me lo permites, estoy algo cansado, el viaje ha sido pesado y largo. A mi edad
ya no es bueno moverse demasiado, ya sabes, el corazón, las piernas, todo es
viejo, cualquier día…
-No hables así, hombre.
Ahora descansas y mañana como nuevo. Y recuerda que el salón de actos estará
abierto a las nueve y media, y que después de pasar unas filminas darás la
charla a los críos.
-Sí, sí, claro que me
acuerdo. De todas las maneras bajaré a desayunar y a presidir la Misa de las siete y media.
-Muy bien, creo que ya
está todo. Buenas noches Reverendísimo.
-Buenas noches Padre.
El Rector salió de la
estancia pensando en la salud del visitante. Todos sabían lo delicado que
estaba. En la guerra le dispararon y no le pudieron extraer la bala por
encontrarse rozando el corazón. Cualquier movimiento brusco podría acabar con
su vida.
Bostezó fatigado y se
dirigió a su cuarto que se encontraba cerca. Mientras tanto el Arzobispo Señor
Lemany, se quitó los hábitos y se arrodilló ante un crucifijo. Rezó algo en
latín y se acostó, cuando cerró la luz los chicos bajo la cama, esperaron que
durmiera. Todo este tiempo, habían estado escuchando, con tensión y miedo que
notaran su presencia. Casi asfixiados de aguantar la respiración, salieron a
gatas de su escondrijo tras escuchar los tranquilos ronquidos. Se arrastraron
hasta la puerta, Nando sin levantarse, alargó el brazo y cogió el pestillo.
Cuando fue a girarlo, éste hizo un crujido que a los dos les pareció igual que
si descarrilara un tren.
-Eh, ¿quién anda ahí?
Habían despertado al
Reverendísimo. Este tiró de la campanilla y apretó al mismo tiempo el botoncito
de la pera que colgaba en el cabezal de la cama. Así la bombilla se encendió y
los muchachos quedaron descubiertos. Se llamó al Rector y éste les agarró a
cada uno de la oreja y los llevó al despacho. Abrió la puerta y los empujó
dentro. Miquel y Nando con las orejas encendidas de dolor y temor esperaban las
terribles consecuencias.
-Habéis llegado demasiado
lejos.
Gritó el Rector dando un
puñetazo sobre la mesa escritorio. Miquel y Nando temieron que se partiera por
la mitad, pero no, la mesa siguió intacta. No estaba igual el Padre Rector que
parecía roto de indignación.
-Hace tiempo vengo
observando una extraña conducta en vosotros…y ahora esto, qué hacíais allí
dentro, venga responded.
Los chicos miraron al
suelo y callaron avergonzados de su situación.
-Esto os puede valer la
expulsión, vigilar al Arzobispo…pero cómo se os ha ocurrido, idiotas, qué
hacíais allí dentro?
Como callaban, todavía se
enfureció más y la cólera le desquició. Sin mirar, ciego de ira, empezó a
propinarles bofetadas, hasta el punto de tirarles al suelo. Y allí estaba,
dándoles puntapiés cuando entraron tres hermanos, despertados por los golpes y
los gritos. Lo tuvieron que sujetar entre dos, mientras lanzaba insultos y
espuma por la boca.
-Cálmese Padre, ya basta,
que los va a matar. Y vosotros levantaros. Hermano José, será mejor que los
lleves a la enfermería, que les curen eso.
Dijo uno señalando las
caras ensangrentadas de los temblorosos chicos.
En un rinconcito apartado
como resguardado del paso humano escondido en otro tiempo, siempre el mismo
espacio, pero mezclado con el olor del olvido.
Bajo un arco de piedra,
enredado de moho húmedo y limpio, una puerta, envuelta en agua del Carmen e
iluminada por una luz difusa, amarillenta, a punto de apagarse, dejaba
entrever, el pequeño letrero adornado con flores de tela y plástico. Las letras
se perdían en el recuerdo y algunas de las heridas habían cicatrizado ya
cayendo al suelo entre las pisadas de los años, transparentes e invisibles. En
la enfermería, sala siempre obligada al insomnio, les atendió la Madre Antonia. El Hermano José
mantuvo una corta charla con ella. Los chicos no dejaban de sollozar,
restregaban los hinchados ojos, con la manga del suéter siempre agujereado por
alguna parte. La Madre Antonia,
les empapaba la cara con un algodón. Y el alcohol, la sangre, las lágrimas y el
moquillo se juntaban en los labios, cortados y amoratados. Nando y Miquel
seguían en el ring, siendo vapuleados, ahora con duras palabras de enojo.
-Así que después de
fisgonear, en la habitación del Arzobispo, ¡Dios mío! Qué susto se habrá
llevado, con lo débil que tiene el corazón, pobre hombre…demonio de críos, si
os está bien empleado, que cayerais por las escaleras al querer escapar de
vuestro castigo. Suerte habéis tenido de haber dado con el Padre Rector que es
un trozo de pan bendito, otro os hubiera expulsado y mandado con vuestros
familiares; Pero claro, ellos qué culpa tienen, bastante quebraderos de cabeza
tendrán ya, para que encima…
La Madre seguía hablando por los codos. Ellos ya no podían
escucharla, las palabras brotaban como lluvia, en un día tormentoso, penetraban
el oído, como un aire helado y les encendían la fuerza de la debilidad.
Su inmovilidad hubiera
querido gritar ¡Basta!, pero ahí estaban, arrinconados e incómodos, aturdidos y
confusos. La palabra “culpa”, se agolpaba con otras muchas de indecisión, que
se repetían alocadamente en sus sienes martirizadas.
Por fin, la Madre acabó con su quehacer
y miró al Hermano:
-Estas escaleras parece
que tengan puños…
Y mirando a los niños:
-Bueno, ya no se puede
hacer nada más, dentro de un par de días como nuevos. Espero que esto os haya
servido de lección, y os haga reflexionar, y la próxima vez que vengáis por
aquí que sea por un resfriado sin importancia.
Cuando salieron, el
Hermano José se marchó a su cuarto y ellos
al dormitorio. Por el camino, hablaron aún con miedo.
-¿Te duele mucho?
-No, no mucho…escuece un
poco.
-A mí lo que me preocupa
es que el Rector hable con mis padres. Imagina el disgusto que se llevarían.
-¿Tu crees que se lo
dirán?
-No lo se, parece que
hemos hecho algo muy grave, ¿por qué se nos ocurriría entrar?
-No es la primera vez que
nos saltamos las normas del “Semi”…
-No, pero ésta nos han
pillado.
-Me siento como un
condenado a muerte. No está bien lo que hemos hecho, pero…¿está bien el trato
que nos han dado? ¿No hemos sufrido ya bastante castigo? Nos han dado una buena
paliza, nos han humillado… ¿qué más quieren?, no somos bestias salvajes. Los
golpes es lo que menos me ha dolido.
-A mí me pasa
igual…además…¿Por qué el Hermano José le ha dicho a la Madre
Antonia que nos caímos por las escaleras, por qué ha mentido?
-Eso, por qué
-No sé, mira ya
hablaremos, ahora no puedo pensar, estoy demasiado cansado, ¡aaah, qué sueño!
Tengo la cabeza que me va a estallar.
-¿Y si se lo dicen a mis
padres, …y a tus tíos?, no quiero ni pensarlo, mejor vamos a dormir.
-Sí, vamos.
Fueron hacia el
dormitorio y cruzaron en silencio la sala. Un bostezo interior envidiaba los
cuerpos yacentes de sus compañeros que respiraban tranquilos en un sueño
hermoso, que quizás lograba salir de estas paredes, llenas de rejas. Cuando
Miquel se cubrió con la manta, le pareció que una cara sonriente con una tos
infernal en la garganta, aparecía en alguna parte y le preguntaba:
-¿Eres culpable?
Y ya entre sueños
respondió:
-¿Soy culpable? ¡No!, ¿De
qué?
Durmieron poco rato, el
suficiente para que su miedo en sueño se convirtiera en pesadilla.
Retazos de escenas
mutiladas engullían su espíritu inconsciente. Una sombra enigmática revoloteaba
como un murciélago perdido en la luz y las preguntas resonaban igual que las
notas graves aporreadas de un piano, con el eco sin fronteras y pocas
respuestas.
El hedor de una ciudad
convertida en cementerio, con enjambres de cruces y epitafios, bombardeados. El
hombre de la cicatriz en la frente ahora sin cuerpo los poseía. Sin concebir
que existía, resurgía en cada latido, como el silbido del viento que prende
fuego, su sonido quemaba sus entrañas. ¿Qué les quedaba a los supervivientes de
una guerra? Sólo el recuerdo amargo o tal vez, la locura. ¿Y los niños? Niños
de ojos grandes, abiertos por las continuas sorpresas de alarma, sorpresas sin
ojos, hijos del desastre, huérfanos de los escombros habían asistido a
fusilamientos, huido de los desprendimientos, sólo les estaba permitido mirar
para aprender a odiar las cenizas de este mundo. Vieron a los soldados, a los
civiles, rojos o azules, daba igual, vieron violar a las mujeres y niñas.
Vieron a quién sin poder aguantar más se
quitaba la vida. Vieron hombres que se iban apuntados por un arma y no volvían
nunca y vieron mujeres y niños que se quedaban allí para siempre. Y ahora por
entrar en una maldita habitación, querían que se sintieran culpables.
-Dios no debe existir, no
permitiría que pasaran los ciclones y se lo llevaran todo.
A las siete menos cuarto
sonó el timbre. Como cada mañana, se encendieron las luces y el silencio se
apagó. A Miquel y a Nando les costó levantarse más que de costumbre. Incluso
después de mojar sus cabezas en agua de nieve –la caliente estaba restringida-,
aparecieron unas enormes ojeras alrededor de los párpados hinchados.
Los compañeros les
miraban, algo extrañados, pero nadie abrió la boca. Después de ir a la capilla,
los condujeron al comedor para desayunar. En la mesa Nazario les dijo:
-Qué mala cara hacéis.
Respondieron con un
encogimiento de hombros y una mueca en los labios.
-No he dormido muy bien,
y estoy cansado.
-¿No saldríais anoche sin
avisarnos, no? Preguntó Javier.
-Qué va, yo estuve
repasando latín, hasta las tantas bajo las mantas con la linterna, y así me
quedé dormido…¡Qué sueño tengo!
-Sí, ya se nota ya, mirad
escuchadme un momento: todos nosotros, o sea los cinco que estamos sentados en
esta mesa, formamos un grupo, una pandilla, y creo…bueno, me gustaría que no
hubiera secretos entre nosotros y si a alguien se le ocurre algo que hacer, que lo comunique a los demás,
quiero decir, algo así como lo de “las siete esquinas”, ¿Os acordáis? ¡Qué
noche!, no me olvidaré nunca. ¿Y lo de la casa abandonada?, fue muy divertido.
Sin esos momentos no valdría la pena estar aquí.
-Que bien hablas Javier.
-Va, sin coñas, estoy
hablando en serio.
-Tienes razón, aquí se
nos trata como a prisioneros, somos esclavos encadenados y maltratados.
-Nos lo prohíben todo,
nos ponen castigos muy duros y a veces, muchas, injustamente.
Los Padres y
Hermanos comen muy bien, lo hemos visto
mientras que nosotros tenemos que contentarnos con las sobras.
-Yo estoy harto de cenar
cada noche esas patatas, que saben a rancias.
-Y lo del agua caliente,
qué…ellos sí pueden, nosotros no. Luego tenemos que ir a Misa, cada día
obligatoriamente aparte de la capilla y ya veréis en Semana Santa…
-Sí, me han dicho que
estaremos toda una larga semana, ¡siete días!, sin poder hablar entre nosotros
y sólo podremos leer libros santos o religiosos.
-Ni que fuéramos
Cartujanos.
El Padre Rector no les
mandó llamar, como esperaban que así fuera. Los Hermanos actuaron como si nada
hubiera ocurrido. No dirían nada a sus parientes, esto les alegró. Cuando
pudieron, se encaminaron a “su rincón”.
-Nuestras familias no se
enterarán de lo de ayer.
-No, ya ves, creo que
ellos han cometido una falta mayor que la nuestra.
-Me siento mejor, un poco
atontado, he soñado cosas horribles.
-Cuéntamelo hombre, a ver
¿qué soñaste?
-No si es que ya no me
acuerdo, lo he olvidado pero me queda esa mala sensación, un sabor amargo.
-No, si no me extraña
chaval, con la nochecita que pasamos…
-Claro y ahora que todo
se ha solucionado dejemos de preocuparnos.
-No me importa si el
Rector no nos dirige la palabra.
-Baaa…que lo operen.
Rieron contentos, se
sentían más unidos que nunca y estrecharon un fuerte abrazo.
-Qué te parece si vamos a
endurecer un poco las manos.
-Espera que saco las
alas.
Y volaron, es decir,
corrieron al patio de frontón, barrieron el dedo de nieve que cubría el campo y
le dieron a la pelota con fuerza y ganas, hasta que acabó el recreo.
Miquel y Nando solían
pasar a menudo por la biblioteca. Devolvían un libro y tomaban otro, les hacían
una ficha y les daban un tiempo de quince días para leerlo y entregarlo. Leían
los cuentos de Andersen, las aventuras de Julio Verne y de Enid Blyton, etc…
Y un día emprendieron un
nuevo tipo de lectura más profunda, que rebuscaba en el interior del ser.
Conocieron a Poe, a Baroja, a Hesse y a Dostoyevski, pero aquello era
complicado, no acababan de entender su significado y algunas palabras las
medioesclarecían con el diccionario.
Todos estos libros
estaban prohibidos leerlos, pero José Manuel, el bibliotecario, era amigo de
Nando y hacía la vista gorda. El hombre era un revolucionario anarquista y
solía decirles que la revolución no había muerto y que había mucha gente que
pensaba igual que él.
-Algún día saldremos de
esta pasividad, nos lanzaremos a las calles y les daremos por ahí a esos
“fachas” dictadores.
Con semejantes libros,
Miquel comenzó a preguntarse el significado del bien y del mal, sobre todo con
dos de ellos: El árbol de la ciencia, de Baroja y Crimen y castigo de
Dostoyevski. Éste último tan miserable y hermoso a la vez…cómo conseguía el
autor resucitar a los muertos, sacar de la miseria las riquezas del alma
humana. Qué difícil tenía que ser meterse uno dentro de sí, para poder
describir con simples palabras inventadas por el hombre, unos sentimientos y
sensaciones venidos del más allá. Debieron ser seres fantásticos, locos quizás,
inadaptados, extravagantes, introvertidos…pero que lograron imprimir sus
inquietudes y tejieron unas alas para que nuestra imaginación volara lejos de
vez en cuando y construyeron unas muletas para que de tanto en tanto, bajáramos,
viéramos y sintiéramos la cojera de la realidad.
En un recreo dando
vueltas por el bosque, Miquel y Nando iban hablando de un trabajo manual que
tenían que realizar con barro gris. Miquel haría el busto de Don Quijote y
Nando el de Sancho Panza.
Un sonido cercano
interrumpió la conversación, se miraron a los ojos boquiabiertos. Era como el
llanto de un recién nacido. Tenía que estar allí mismo, entre los matorrales
que limitaban el camino pedregoso. Empezaron a mover ramas apartándolas con
sumo cuidado para no dañar algo tan frágil, el ruido de crujir hacía que el
gimoteo fuera más continuo y lastimoso. Así continuaron buscando unos segundos
hasta que al apartar un matojo lo vieron, envuelto en un grueso, viejo y roto
suéter, salvo que no era lo que ellos creían al menos no humano. Acurrucado
dentro de la lana, una cría de Siamés parecía decirle adiós a la vida. Tendría
apenas unas semanas. Con palabras de exclamación y elogio se arrodillaron
rápidamente y lo acribillaron a caricias y a besos.
-Déjamelo… ¡qué bonito
que es!
-Toma, huuuui, cómo se
agarra, me va a destrozar el jersey más de lo que está.
-Es precioso, pobrecito
tiene mucho frío, mira está tiritando. A ver, déjame verte –lo levantó en el
aire- eres un gatito muy guapo.
-¿Ah sí…? ¿Cómo lo
sabes?, igual es una hembra.
-Seguro que no, ves este
agujerito, las hembras lo tienen alargado y éste es redondo, ¿ lo ves?
-Sí, vaya, ¿quién lo
habrá dejado aquí? Con el frío que hace, además es de buena raza.
-No sé, alguien que
tendría muchas crías. Se les suele matar nada más nacer.
-Ya ves, su primer
contacto con la vida es la muerte. Para los mayores es una cosa natural, están
acostumbrados, lo hacen sin ningún remordimiento. Mi abuela los estrellaba
contra la pared. Me acuerdo una vez que uno rebotó y cayó en la balsa donde las
mujeres lavaban la ropa, aún estaba vivo, la abuela se arremangó la blusa y
metió el brazo para cogerlo. Yo miré dentro y vi cómo aquel pequeño ser que
tendría tan solo días, esquivaba aquella mano buceando por debajo de ella. ¿Te
das cuenta?, qué instinto de supervivencia, luchaba con todas sus fuerzas para
sobrevivir.
-¿Y qué pasó, lo cogió y
lo mató, no?
-Sí, claro, pero bueno,
vamos a pensar en este que nos necesita.
-Hola pequeñajo, ¿qué
vamos a hacer contigo?,no podemos dejarlo aquí, se moriría y al “Semi”
imposible entrarlo, enseguida se enterarían.
Acuérdate de lo que pasó
con el pobre “Bobi”.
-Cada vez que me
acuerdo…la gente es cruel con las personas, con los animales, con la Naturaleza…
-Pero hay quién piensa
igual que nosotros, que se preocupan de las cosas: los buenos médicos,
científicos, protectores de la
Naturaleza…y de los animales.
-Sí, es verdad, quizás
esté equivocado y deba darles una segunda oportunidad, pero me es difícil, no
confío en ellos, siempre esconden algo, creo que nadie podrá convencerme de lo
contrario.
-Para ello tendríamos que
olvidar el pasado y cómo vamos a olvidarlo, si lo llevamos tatuado y cada día
nos lo recuerdan, este animal abandonado es una prueba de la miserable
existencia.
-¿Te acuerdas de Bobi?
Haría un mes y medio, a
mediados de Octubre, habían encontrado un perrito de unos meses también por el
bosque. Era una cosa frecuente, dado que no demasiado lejos se veían Masías y
pequeñas granjas. Por las noches oían los ladridos de los perros que se
confundían o su imaginación hacía que se transformaran en aullidos de lobos
hambrientos que buscaban alguna presa. La misma ley que la del hombre. Bobi era
mezcla de pastor alemán, bien claro se apreciaba en los rasgos y el color del
pelo rubio y oscuro en algunas zonas. Tomaron del taller de manualidades
herramientas y con maderas y troncos pequeños, le hicieron una casita en “su
rincón”. Para que no sintiera frío la cubrieron por dentro con una manta que
encontraron. En el tiempo libre le llevaban comida, agua y leche. El animal no
quería apartarse de ellos, cuando los oía llegar movía la cola barriendo las
hojas del suelo, se subía sobre sus piernas y lamía sus caras, alegre y
travieso. Los chicos estaban muy contentos con su mascota, les daba pena tener
que dejarlo allí solo, pero era lo único que podían hacer.
A veces entre los dos, lo
subían y se iban a correr por el bosque. El cachorro era muy juguetón. Ahora
que llegaba la Navidad,
Miquel lo llevaría a Torredella, estaría mucho mejor.
Una tarde estaban a punto
de saltar la verja cuando oyeron una voz. Se escondieron a toda prisa detrás de
un banco de piedra cerca de allí y pudieron ver cómo el conserje y jardinero
saltaba la alambrada de “su rincón” secreto, con un saco en la espalda. Algo
había dentro que se agitaba y protestaba.
El jardinero andaba
rápido y hablaba como si junto a él caminara otra persona, maldecía y daba
golpes al saco de vez en cuando. Supieron que su sospecha era cierta al
escuchar aquellos ladridos que no eran más que una súplica, pidiendo que se le
sacara de aquel incierto lugar donde se le había obligado a entrar con unos
cuantos bastonazos. Miquel y Nando sin atreverse a hacer acto de presencia
siguieron al hombre que parecía estar muy enfadado. Continuaba maldiciendo al
saco. Miquel sintió una vez más, aquella extraña sensación de odio y rencor y
sobre todo esa impotencia que le obligaba a permanecer oculto, quieto cuando
hubiera querido gritar y pegar al hombre que maltrataba a su perro incapaz de
defenderse. Sin ser vistos llegaron a los árboles que crecían sobre un
montículo de uno de los campos de fútbol. No había nadie por allí. Tras
cerciorarse de esto, el jardinero ató con una cuerda larga el saco, del que
salía un verso de dolor, débiles, pero desgarradores quejidos que ponían
nerviosos a los dos muchachos. El hombre lanzó varias veces el otro extremo de
la cuerda, hasta que logró pasarla por una gruesa rama y con las dos manos
estiró y el saco quedó pendiendo en el vacío a la altura del pecho. Era un
hombre alto, fornido. Los chicos vieron cómo hurgaba y sacaba del bolsillo unas
grandes tijeras de podar las plantas y antes de que pudieran reaccionar, las
clavó repetidamente en el bulto que sobresalía ensañándose con él, hilos de
sangre salpicaron la tierra. Escondidos tras unas matas los chicos saltaron
como resortes, lanzados contra el jardinero, dándole puñetazos, gritando,
arañando.
-¿Por qué lo ha hecho,
por qué?
Su respuesta fue un
empujón que los mandó lejos.
-Dejadme en paz. Idiotas.
Nando le dio un puntapié
en la rodilla, que le hizo tambalearse. Pero el hombre era fuerte y levantó su
cuerpo.
-¡Así que sois vosotros
quienes manteníais escondido a este sucio perro, hasta le habíais hecho una
casa, una casa en mi jardín!, ¿Sabéis lo que me cuesta mantenerlo limpio y
hermoso? El trabajo para que crezcan las flores y las plantas, y esta bestia de
animal lo ha estropeado todo. Vosotros tenéis la culpa…
Fue hacia ellos con
largas zancadas y el puño levantado, amenazador. El miedo se apoderó de ellos.
Con la agilidad de un niño, se levantaron y huyeron aterrados, internándose en
el reducto que atrapaba las gigantes celdas de piedra.
Llegaron exhaustos,
jadeantes, les faltaba el aire en los pulmones, el corazón les latía con
poderosa fuerza, acelerado. Contemplaban aún lo sucedido en sus imágenes y se
desahogaron con lo único que les estaba permitido, llorar. Un llanto cubierto
por la sombra del miedo, un llanto silencioso que clamaba a gritos justicia y
tal vez, venganza.
Atrapados por un pasado.
Atrapados por el presente.
¿qué sentido tendrían sus
vidas?
Se iban uniendo los
eslabones de una cadena sin fin. ¿Conseguirían integrarse en una sociedad que
les había engendrado el pánico en sus mentes?
Miquel estaba confundido,
en su cerebro habían nacido pensamientos que le turbaban.
Se sentía mal y vomitó,
esperando sacar de paso estas sensaciones angustiosas y fatales. Pero no fue
así, seguía pensando en el jardinero y sabía que algo nuevo minaba su cuerpo.
Comprendió que sus manos, si hubieran tenido la suficiente fuerza, habrían
estrangulado el cuello del temido jardinero, sentía un malestar que se
acrecentaba con una mezcla de placer, que le dañaba en lo más profundo.
-¿Te das cuenta Nando?,
lo hubiera matado, lo hubiera hecho. Estoy creciendo y no quiero. Es la primera
vez que tengo estos pensamientos asesinos.
-Miquel, por favor…tú no
serías capaz de hacer daño a nadie, ¿cómo puedes pensar eso?, olvídalo,
¿quieres?
-Cuando vi al jardinero,
clavando…-Sollozaba.
-Teníamos que haber
intervenido antes Nando. Siempre he llegado tarde a todo, la cobardía me ha
impedido actuar y ahora…esto. Si se lo decimos a alguien en lugar de darle su
merecido, seguro que nos castigarían, ¿qué hay que hacer?...¿un pacto con el
diablo?
-No digas idioteces, yo
me siento igual que tú, odio a ese hombre y le hubiera dado una buena tanda de
palos, me siento indignado, débil. Quisiera ser mayor para poder vérmelas con
ese ogro.
-No digas eso, ¡mayor!
¿no te das cuenta que esta sensación forma parte del principio?, me voy
volviendo como ellos, violento, hipócrita…
-Que no Miquel, que no,
esto es por lo que hemos presenciado, es lógico que tengamos ideas monstruosas
después de ver un crimen. Ellos son los que viendo cada día estas injusticias
no sienten nada, la costumbre les hace callar. Y ahora, me has de prometer que
me vas a ayudar a olvidar esta secuencia, no les sigamos el juego, ¿vale?,
¿prometido?
-Bueno…si no fuera por
ti. Contigo me olvido de todo lo que he de olvidar, gracias por estar conmigo,
no sé qué haría sin tu ayuda.
-La ayuda es mutua. Nos
necesitamos.
Esto había ocurrido a
mediados de Octubre. Al jardinero no habían vuelto a dirigirle la palabra y le
evitaban en lo posible. Éste parecía que no les reconociera, los chicos
terminaron creyendo que estaba mal de la
cabeza.
Decidieron llevar a su
recién bautizado “chispas”-el nombre venía de cuando lo vieron entre los
hierbajos, Nando había gritado esa palabra y luego al recordarlo, les gustó.
Así que esta vez lo
llevaron a la “casa del árbol”, allí estaría apartado del Seminario, por lo
tanto, seguro. No se podría escapar porque estaba muy alto y el espacio era
bastante aceptable, podía correr y jugar por la casita, trepar por las
estanterías, arañar y morder a su gusto la madera y dormir blando y caliente,
en los cojines que pronto eligió para este menester. Le trajeron una lata de
agua, como no caía lejos la fuente de
las Aguas, podían cambiarla muy a menudo y otra lata que llenaban con comida y
leche. Dos dóas después “Chispas” no era el mismo, había engordado y corría
feliz por la cabaña, husmeaba todos los rincones y aprendió enseguida a hacer
sus necesidades en una caja de latón llena de arena, que le iban limpiando.
Quedaban sólo tres días
para las vacaciones de Navidad. Miquel y Nando habían pensado hacer una salida
nocturna, para despedirse de una manera especial y conmemorativa.
-¿Quieres que lo digamos
a los demás?
-¿Quieres tú?, yo creo
que sería mejor ir solos, estaremos quince días sin vernos y tenemos tantos
secretos compartidos que ellos ignoran.
-¡Quince días!, me parece
mucho tiempo. Te voy a echar de menos.
-Toma y yo a ti, pero qué
le vamos a hacer, ellos mandan, nosotros obedecemos.
-¿Y cuándo salimos, hoy o
mañana?
-Mañana es la última
noche, mejor esperamos, ¿no?
-Vale, así podemos
prepararlo con más tiempo, coger algo de comida y…moscatel.
-Está bueno, ¿eh?...
-¡Ostras si está bueno! Y
quita el frío de golpe.
Ese día lo pasaron en
clase y con “Chispas” en la “casa del árbol”. Pillaron una buena cena que
guardaron en el armario del dormitorio. Último día de clases, los chicos
pensaban en el día siguiente. Por la mañana temprano llegarían los familiares.
Habría abrazos, besos, apretones de mano, sonrisas, lágrimas… y después el
Monstruo de paredes grises quedaría sumergido en el silencio, una tranquilidad
sepulcral. Los fantasmas rondarían nuevamente liberados del ruido de los
escolares, arrastrarían sus cadenas chirriantes en un mutismo absoluto y
vagamente permanecerían ocultos, espíritus fuera de sus cadáveres. La única
vida que allí existía, mañana desaparecería. La alegría y tristeza de un niño
andaría lejos, buscando un sitio que ocupar, donde poder seguir siendo niño.
Los patios quedarían otra vez vacíos, los claustros desiertos, las aulas con
sólo el dulce olor a lápices de color y goma de borrar y en la pizarra las
últimas notas de despedida.
Y llegó la gran noche.
A las doce menos cuarto
dos muchachos alzaron la cabeza al mismo tiempo, con un asentimiento se
levantaron sigilosamente. Con alguna ropa idearon un cuerpo, por si pasara el
Hermano, así vería el bulto en la cama y no se daría cuenta de su ausentismo.
Sin hacer ruido abrieron
el armario, sacaron una bolsa con pan y bacon. Cada uno se cubrió con una
manta, si aquí dentro hacía frío, el que haría fuera en el bosque. Se
encaminaron a los lavabos.
-¿Has cogido el tabaco?
El otro le alargó un
cigarrillo a modo de respuesta al tiempo que ponía uno en sus labios.
-¿Y las cerillas?, es
importante para encender el fuego.
-Todo está controlado,
toma. Prendieron fuego al cigarro aguantando la tos de las primeras caladas.
-Bueno tenemos linterna,
cerillas, comida…¿mantas?, sí, también.
Con el dedo en los
labios, siseó:
-Vale…pues vamos allá.
Bajaron las escaleras de
los claustros, despacio, temblando de excitación. La Luna estaba bien llena, a
ratos unas nubes la tornaban invisible. Su luz, venía y se iba como por
encantamiento.
Llegaban al tramo final,
entraron en la cocina y saltaron por el ventanal a los corrales. Siguieron el
sendero hasta la verja, ayudándose el uno al otro, pasaron al otro lado. Ya
estaban en el monte, el bosque…lo salvaje.
Caían unas finas gotas
que por supuesto no les hizo desistir de su propósito, ¡era la última noche!,
un ligero viento movía las ramas y la chispeante lluvia les embriagaba. El arte
de la Naturaleza
se apoderó de ellos. A pesar de la alegría, sentían profunda pena, una tristeza
les envolvía esa noche. No volverían a verse hasta la mitad del mes de Enero.
La emoción de Miquel por volver a Torredella no acallaba ni apaciguaba esta
angustia que le abrasaba el pecho. Tenía miedo de perder a su amigo y no
quería.
Eran inseparables.
Pero eso no ocurriría, no
con Nando. Sólo serían unos días en los que podría ver a Valentina, Ricardo,
Manolo, Pepito…a “Batalla” y a “Crespi” que ya estaría grandote.
Caminaron gateando al
principio, luego sin peligro de ser vistos encendieron la linterna. El
intervalo de luz de Luna cada segundo era más espaciado, las nubes iban ganando
terreno.
Hacía mucho frío se podía
masticar el hielo del aliento, el aire soplaba ráfagas cada vez más impetuosas.
Anduvieron unos veinte minutos, pasaron las “siete esquinas” y llegaron a la
“casa del árbol”, Chispas al oírlos maulló, subieron y le dieron un poco de su
comida.
-Vamos a llevárnoslo.
-¿Quieres decir?
-Sí hombre, junto al
fuego estará a gusto.
Nando lo tomó entre sus
brazos, tapándolo con la manta que cubría su cuerpo y bajaron.
Una vez en el suelo lo
dispusieron todo, colocaron unas cuantas piedras, así en redondel, en el
interior arrugaron unos tebeos que traían expresamente, encima pusieron ramas
finas que iban recogiendo por los alrededores y sobre éstas, ramas más gruesas
para que no se apagara y fuera manteniendo la brasa encendida. Tardaron un rato
en darle vida, pues el viento apagaba las cerillas, al final su afán y tesón
pudieron más que el elemento y se encendieron las hojas de papel que
rápidamente hizo su efecto. Un bonito fuego alumbró sus caras enrojeciéndolas.
“Chispas” se acurrucó junto al calor de la hoguera. La leña que habían recogido
la guardaron bajo las ramas de la “casa del árbol”, así si llovía no se
mojaría. Cuando una gota caía en el fuego crujía, las llamas se revolvían
traviesas. Los chicos fumaban y bebían vino dulce que les puso un poco más
tristes y les ayudaba a expresar sus sentimientos.
Mientras, el cielo se
había revestido totalmente de nubes.
-Va a caer una buena
tormenta.
-Será un buen recuerdo.
Rió Miquel.
Se sentían tan bien, que
no les importó. Hablaban de lo que harían, de lo que habían pasado juntos.
Decidieron escribirse para no perder contacto.
Tres cuartos de hora más tarde, la lluvia y el
viento se confabularon para atizar con más crueldad, con una descarga de rayos
y truenos violentos, creando unos efectos ópticos, luminosos y devastadores.
Parecía que la Naturaleza
quería decirles:
-Aquí mando yo.
Los amigos seguían
hablando, tan absortos en sus palabras que no se daban cuenta del mal tiempo y
de que se habían bebido la botella entera. Hasta que cayó un sonido brutal del
cielo abrupto y les asustó, entonces reaccionaron. Donde habían amontonado la
leña, la hojarasca encantada, perenne en todas las estaciones del año, formaba
una especie de singular cueva, allí el agua no llegaba, corrieron empapados y
tiritando.
-Vaya aventura, chico.
-Oye aquí hace un poco de
frío…
-Con lo bien que se
estaba al lado de la hoguera, mira a “chispas”, está congelado.
-Así acabaremos nosotros
si no nos secamos pronto…
-¡Ya sé!, tengo una idea,
¿ves esas piedras?, están secas, tenemos cantidad de leña y aquí en mi bolsillo
tengo algunos folios que no han llegado a mojarse, tenemos suerte.
-Buena solución,
encenderemos el fuego aquí, la lluvia no podrá apagarla y secaremos la ropa, si
no vamos a pillar una pulmonía.
Y del dicho al hecho,
pronto las llamas crepitaron en la noche. Se sentaron al abrigo de los árboles
cuyas ramas cargadas de misterio les protegía. La lluvia se hizo intermitente,
caía de golpe, paraba y retornaba la carga repiqueteando su tamborileo. En un
momento de calma, que la lluvia cesó de martillear, el aire sacudió con
tremendo frenesí, tanto que arrastró el fuego y lo alzó hasta las ramas que
prendieron como la dinamita. Las llamas corrieron veloces como un gamo y
subieron a la copa del árbol, en seguida pasaron de éste al más próximo y
después a otro y continuó la mecha, creando unos fuegos de artificio macabros,
se escuchaba un eco gigante de crepitar de hojas. Ahora la noche era
horriblemente luminosa. Se habían encendido por sorpresa las luces de una
extraña sala, a oscuras, con solo apretar el interruptor. El fuego recogía los
asombros de las voces moribundas, los cantos lejanos irrumpían la cercana
música de los tímpanos místicos de un oído temido. Una inocente hoguera se
había convertido en culpable incendio, tirado en tierra prohibida de una
eternidad errónea, fatiga interna del camino recorrido demasiado aprisa…espejo
de agua…sin rostro cautivo.
Las ardillas y otros animales del bosque huían
traspasando las llamas que destruían sus madrigueras.
Los muchachos salieron
corriendo, horrorizados. Nando paró de pronto, en seco su carrera, ¡Miquel no
le seguía!
-Miquel, ¿dónde estás?...
No obtuvo ninguna
respuesta, miró a su alrededor y no lo vio, lo llamó…Volvió atrás hacia el
lugar del caos y allí lo encontró: luchaba para desasirse de los pinchos
claveteados de una enredadera alambrada. Se encontraban sus ropas enganchadas
atravesadas en ella y al estirar se le clavaban en la carne. Chillaba de dolor
y de miedo. Las llamas le rodeaban, gritaba desesperado.
-Nando, ¡sácame de aquí!
-Tranquilo, estoy aquí,
aguanta, yo te sacaré… ¡aguanta!
Se adentró con la
intención de acercarse a donde estaba su amigo. Miquel se sintió como un
inválido, no podía mover sus miembros, no lo conseguía. Con los nervios en vez
de salir aquel estrangulador de espinos, se le enrollaba más y más en el
cuerpo.
-¡Nando, me voy a quemar,
ayúdame…!
El humo le ahogaba y
gritaba entre toses.
-Nando, Nando…no puedo
más, me asfixio.
Miquel estaba viviendo el
pasado en su propia piel.
-Miquel aguanta un poco
más, seguro que ya habrán visto el fuego, ya estarán en camino…
Y sus pensamientos
gritaban: ¡tiene que ser verdad! No podía acercarse más, se sentía mareado por
los vapores tóxicos del humo, las astillas de los árboles caían cerca de él y
el rugido del fuego apenas le dejaban oír los gritos lastimosos de su amigo.
-Nando, no puedo más!, me
ahogo, me quemo, me estoy abrasando…Dios mío…voy a morir, ¿cuánto tardarán en
llegar, Nando cuánto?, no lo resistiré.
Nando hacía todo lo
posible, lo que podía. Con la manta golpeaba ésos brotes que habían sembrado
unas simples cerillas pero no conseguía nada, existía una barrera ardiente
entre los dos muchachos.
Miquel sangraba sudor, su
cuerpo era negro como el carbón y yacía inerte, desmayado, ya sin fuerzas.
Nando lo vio y entre lágrimas y gritos entrecortados por la asfixia, respiraba
odio y mil veces, de nuevo impotencia.
Allí apenas unos pasos su
mejor, su único amigo, estaba atravesado por las llamas.
-No Miquel, no, no me
dejes no por favor…no.
Tras un descanso fatal,
la lluvia volvió a caer torrencialmente y el fuego fue disipándose sin lucha,
obedeciendo sumiso. Nando apoyado en un tronco carbonizado, lloraba y echaba
maldiciones, absorto en esa figura negra, pequeña, humeante.
Recordó las palabras de
Miquel:
-No quiero ser como
ellos, no quiero crecer.
Una risa histérica brotó
de su garganta.
-No crecerás Miquel, lo
has conseguido.
Estaba totalmente
ausente. No se dio cuenta cuando alguien lo cogió en brazos y le dijo:
-Fernando ya pasó todo,
cálmate, vamos a casa.
-A dónde, a casa?
Y sonrió.
A los que habían acudido,
les extrañó esa sonrisa, pero nunca más se le borraría de los labios.
Por la mañana se quedó el
Seminario desierto.
Una nube de humo
acariciaba el bosque.
FIN
La niñez a veces suele ser difícil hay acontecimientos que marcan para toda la vida , pero si hablamos de una infancia de posguerra nos referimos sin dudas a la víctimas del espanto.. La novela es muy bella en cuánto a sentimientos, la pureza de pequeñas almas que se encuentran. Pero que es realidad y que es sueño? Al crecer perdemos ciertas capacidades , por ello y estoy segura de esto nunca debemos olvidarnos del niño que aún vive dentro nuestro.
ResponderEliminarAbrazos amigo mío.
REM
"… y después el Monstruo de paredes grises quedaría sumergido en el silencio, una tranquilidad sepulcral. Los fantasmas rondarían nuevamente liberados del ruido de los escolares, arrastrarían sus cadenas chirriantes en un mutismo absoluto y vagamente permanecerían ocultos, espíritus fuera de sus cadáveres. La única vida que allí existía, mañana desaparecería. La alegría y tristeza de un niño andaría lejos, buscando un sitio que ocupar, donde poder seguir siendo niño. Los patios quedarían otra vez vacíos, los claustros desiertos, las aulas con sólo el dulce olor a lápices de color y goma de borrar y en la pizarra las últimas notas de despedida...."
Amiga, me alegra que leyeras Imaginación Atrapada, aquí te dejo la sinópsis que pienso, cuadra, en la imagen emocional del relato...Mil besos hacia el sur.
EliminarImaginación Atrapada (1993)
Es una novela ambientada en la negra posguerra española, basada primordialmente en las libres amistades de la infancia. Una historia de fácil digestión y sin embargo de una absorbente profundidad de campo, sobre los escombros de las ilusiones, familias mutiladas y las terribles soledades en lejanos exilios de tierras de nadie, que combina la inocente ternura con el trágico proceso de cambio hacia la madurez en medio del caos más absoluto. Esta metamorfosis, viene representada por un hombre adulto, enigmático, que igual pudiera ser un ángel custodio como la muerte de la niñez y la entrada a la adolescencia. O quizá...un simple sueño.