domingo, 24 de noviembre de 2013

Imaginación Atrapada




Llegó a las diez treinta de la mañana, totalmente desorientado. Era su primera salida de casa, de sus calles y sabía pese a su corta edad, que aquí tendría que formar parte de otro si bien diferente “hogar”.
Paseaba por los grandes patios de tierra, rodeados de bosque frondoso. Miraba el horizonte del Mar que tan bien se apreciaba a esta altitud.
Allá abajo, apenas a medio kilómetro, se divisaba, atrapada entre árboles, la Cartuja, oculta en la oscura maleza. Le habían hablado de los Monjes Cartujos, creía comprenderlos, aunque los tacharan de locos, para él eran algo así como “elegidos”, sí, todavía un mocoso y habíase sentido tantas veces solo y elegido…
Los Monjes eran extraños para la sociedad, sus hábitos eran reliquias, profesaban una religión abstracta en la vida. Se decía que no hablaban entre ellos, trabajaban en sus huertos, componían obras de artesanía, y pasaban horas y horas meditando y orando. Tal vez enfrascados en estudios mágicos, buscando nuevas fórmulas (alquimia de utopía), que revolucionarían el mundo entero. Sonaba a cuento de hadas y admiraba en silencio.
Ahora Miquel se embriagaba en su soledad, la nostalgia y la tristeza le aturdían, sus ojos acuosos inspeccionaban el paisaje. Despacio recorrió los claustros llenos de sombras y vacíos entonces, de aquel Seminario, donde le habían internado para continuar el Bachillerato. ¡Qué pequeño era él, en medio de aquellas centenarias columnas, de aquellas fuentes talladas en piedra y decoradas con mármoles de colores, en formas de animales sagrados. Envueltos en una aureola bíblica. Desde ahí, veía tres claustros más bordeados por anchos pasillos, fundidos con enormes arcos y vidrieras. Estos se unían por unas escaleras de caracol, que giraban y giraban sin que pareciera tener fin. Fue subiendo los escalones, sin prisas, fijando la vista en todo el entorno nuevo y algo sobrecogedor, desconocido y desolado en aquel momento. Paró en la segunda planta y extendiendo los brazos, planeó con facilidad mientras de su garganta omitía el encuentro del viento con su motor cascado. En este pasillo se encontraban numerosas puertas, fue mirando por ellas a través de un pequeño cristal rectangular que se hallaba a la altura de los ojos de un ser proporcionalmente normal, por lo que Miquel debía levantar las suelas, para poder ver el interior. Casi todas eran similares, aulas destinadas al curso escolar. Las clases estaban decoradas con gastados mapas geográficos en las paredes. Entró en la que sabía sería la suya, anduvo entre las hileras de pupitres, y se sentó un minuto, en la silla de uno cualquiera. En la tarima, mesa y butaca del profesor; junto a ella, una gran pizarra y manchas de tiza blanca en el suelo. Le gustaba ese dulce olor a lápiz y a goma que se respiraba. Se levantó y salió.
Dirigió su peregrinar hacia las habitaciones, en una de ellas estaba alineada con otras muchas, su cama y un pequeño armario al lado izquierdo. Al llegar había colocado y ordenado sus ropas, sus libros, sus recuerdos…todo lo que le quedaba.
La mayoría de alumnos iba a llegar al día siguiente. Ahora Miquel, pensaba en su hermano, él le había acompañado hasta allí. Le ayudó a bajar “su maleta” del minúsculo automóvil y se esforzó en animar su propio miedo.
-Estudia mucho ¿eh?, si hay algún tipo de problema, no dejes de notificármelo. Aquí vas a estar estupendamente; con lo que te gusta la montaña, ya verás…además, pronto te harás amigos…es precioso todo esto, ojala pudiera  quedarme unos días. Se dieron la mano y se marchó. Y él se quedó allí plantado, un buen rato paralizado, viendo alejarse aquel hilo de sangre a que estaba acostumbrado.
El Conserje, más tarde supo que también era el jardinero, le condujo sin mediar palabra con una mano en el hombro, al despacho del Rector, éste le recibió sonriente, habló de muchas cosas que Miquel no escuchaba, hubo un momento que creyó estar oyendo otro idioma, no podía entender cómo aquel hombre de más de cien kilos, seguro que los pesaba, cómo podía hablarle de aquella manera tan despreocupada sobre su vida, cuando para él era lo poco que le quedaba y lo más importante. Aunque le pareció buena persona, supo que aquel “Padre”, no podría jamás suplantar a los que había dejado, a la familia que parecía haber perdido. Por ello vio desde un principio, notó desde el primer momento, una relación distante y fría, a la que él respondería de igual manera.
Un poco asustado de aquellas paredes religiosas, salió de nuevo a los patios, inhaló el fresco olor a pino y se sentó en una roca al lado del campo de fútbol, éste era de arena y muy grande. Le pareció oír un griterío de voces y ovaciones que se apagó en el acto, el viento soplaba arrancando las hojas de los árboles. Seguía sumido en sus pensamientos cuando vio a tres chicos de su edad trepando por los palos de la portería recién pintados de blanco. Estaban muy cerca, oía sus palabras, reían acalorados, mientras él temblaba en su rincón. Le miraban d reojo, cómplices de su juego, hasta que uno de ellos le gritó:
-Eh, tú, ¿quieres jugar?, falta uno para hacer parejas.
Miquel, de dos zancadas, llegó hasta ellos.
-Hola, ¿sois nuevos también?
-Sí claro, pero estamos acostumbrados a estos sitios…venimos de un orfanato, no creo que haya mucha diferencia.
-Todos son iguales.
-pero dejemos eso, mira este que ves aquí es Andrés, el gordito es Nazario…
-Oye no te pases o te doy un guantazo.
-No le hagas caso, bienvenido al club, choca esa mano, yo soy Javier. Se dieron la mano sonriendo.
-Yo me llamo Miquel.
-Muy bien y ahora vamos a hacer un partido, Andrés y Nazario contra nosotros, ¿de acuerdo? Y lanzaron al aire el balón. Fue su primer contacto y lo agradeció.
Atardecía y la luz se disolvía despacio dejando un rastro de sombras batientes por el aire que se alzaba. El Monasterio de piedra, ofrecía un reflejo de oscuros lamentos, como venido de algún lejano tiempo, como venido ahora. Una forma espectral, se levantaba del suelo, porque se imaginaba el suelo o las tinieblas. El ligero humo de las nubes húmedas, cuajaban la piel. Parecía que aquel lugar, más que estudiantes lo habitaran fantasmas. Cuatro niños ajenos a estas sensaciones, se escondían entre los árboles y hablaban deprisa, tenían mucho que contar. Se sentían eufóricos.
Miquel ya no estaba solo, sus amigos le habían cambiado el ánimo, aunque en sus ojos profundos se hubieran marcado la pena y el desafío de vivir a toda costa.
Esa noche durmió algo inquieto. Cansado del juego se tendió en “su” cama y sorbió los hechizados vapores del sueño. En el dormitorio sólo una suave bombilla roja colgaba en la oscuridad, mientras las fantasías recorrían los laberintos, traspasaban las paredes y se filtraban por las puertas de otros mundos.
Miquel corría con la pelota en los pies junto a Josemari, su mejor amigo del barrio. Javier, de guardameta, trepaba y se columpiaba en la blanca portería sin red. La dulce, pero ahora angustiada voz de su madre, llamándole, Recuerda esa explosión segundos después, ese estruendo que le dejó unos instantes sordo y la visión aterradora de la pobre mujer, enterrada bajo los escombros de su propia existencia. Aquello pasó cinco años atrás. Luego un ensordecedor ruido acercándose, el paso del tren, pañuelos mojados, agitándose en el aire y secando el sudor de las lágrimas. Pero no era él quien se iba, sino sus padres, sus parientes, los amigos, Valentina, su novia también le abandonaba, veía la ráfaga de sus ojos brillando en el atardecer, mientras el tren proseguía su holocáustico camino. Miquel, inseguro, sentía cómo le bullía la sangre y se quedó quieto, indignado y lloró amargamente de rabia, de impotencia. Despertó al sonar el timbre tiritando de frío. La sábana mostraba un círculo de humedad, estaba empapada, no había podido aguantar. Le ocurría con frecuencia y se avergonzó de su debilidad. Cogió la tela, la guardó en una bolsa de plástico y la puso en un estante del armario para que nadie la viera, bien escondida.
A las nueve de la mañana, empezaron a llegar los alumnos acompañados por los padres o parientes de éstos. Venían de diversos lugares, algunos de muy lejos, la mayor parte eran de Barcelona. Al bajar, algunos niños se saludaban y hablaban efusivamente de sus vacaciones.
-Estos son del curso anterior- pensó.
Los había tan perdidos como él mismo, miraban todo con ganas de llorar. También llegaban vehículos particulares. El patio de entrada se llenó de fiesta, consejos, saludos y elogios, todo a gritos como si fuera el principio de una batalla.
Un niño no quería soltar la mano de la madre, costó casi media hora calmarle, pero la tensión quedó flotando.
Los sacerdotes daban la mano a cualquiera que encontraran a su paso, y parecía que prometían o que vendían algo.
A Miquel le pareció muy triste, veía a las familias muy distantes, querían acabar cuanto antes y volver a sus casas.
Los chicos tendrían que convivir juntos, adaptándose a unas nuevas reglas. Cuando empezaron a desfilar los coches y autocares, todos quedaron mirando el polvo que dejaban.
A los muchachos los llevaron al aula que les correspondía y se hicieron las presentaciones de rigor.
Comenzó el curso con normalidad, los días empezaron a acortarse, oscurecía demasiado rápido, a juzgar por los alumnos, este hecho les quitaba horas de juego al aire libre. Otro tanto ocurría con el frío, que se tornaba cada vez más intenso y les obligaba a refugiarse al amparo de cuatro paredes.
Los muchachos paseaban sus ilusiones bajo gruesos jerséis, abrigos, bufandas oscuras y guantes babosos de sonarse la nariz.
A Miquel no le costó demasiado, granjearse el afecto de sus compañeros, ni de los Padres y Hermanos que eran sus profesores en materia escolar y espiritual. Aunque con ellos, con los mayores, siempre fue un poco esquivo. Entendía que no compartían su mundo.
Miquel era esquelético, ya de nacimiento fue un niño propenso a las enfermedades. De piel blanca, cuya limpia transparencia dejaba ver unas venas suaves y delicadas. Su físico reflejaba por igual el espíritu frágil del niño. Dotado de una perpleja sensibilidad y  un rostro marcadamente triste que contrastaba con sus labios casi siempre sonrientes.
Tenía el carácter inquieto, destacaba a pesar de su debilidad aparente por ser el “alegre” del grupo, el que contagiaba el buen humor, o el que encendía temas interesantes.
Pasaba muchas horas sin olvidar el juego, en la biblioteca. En aquella vieja aula se respiraba un olor a rancio que le integraba en el exorcizado lugar, con libros antiguos de hojas beige, algunos incluso escritos a mano con tinta y pluma de ave. Le transportaban a otros tiempos y fascinado vivía con el autor  las aventuras e infortunios que pasaban los protagonistas. Encasillaban las estanterías, grandes y pequeños tomos, donde podía encontrar y escoger cualquier tema de interés. Algo semejante le ocurría con la música, le causaba una sensación hasta entonces desconocida. Ya no le gustaba simplemente, ahora sentía vibraciones que estallaban en el interior de su cuerpo, unas cosquillas que le llenaban de una extraña excitación y le transmitían un mensaje, un sentimiento que rodeaba la realidad y hacía nacer una mitificante fantasía, una representación de escenas, como una película mágica.
Transcurrían los días. Se organizaban competiciones y concursos de los deportes que allí se practicaban. Miquel jugaba a futbol, a baloncesto y a casi todo lo demás, pero sólo se apuntó a Ping-Pong y a Frontón, en los que creía tener más posibilidades.
Se divertía con sus nuevos amigos. Era uno más entre cientos de chicos que como él, tenían problemas y preocupaciones y necesitaban mucho afecto y cariño. Se sentía contento de poder poner su granito de arena para mejorar la relación y la convivencia con sus compañeros, conocía a casi todos ellos. Todos eran parte de sí mismo y si hubiera escogido una pequeña parte de la esencia de cada uno, podría haber formado su propia personalidad. Descubrió que los humanos eran muy complejos, quizás demasiado. Pensó en que cada ser, se dividía en cantidad de particiones, que las etapas son vidas y así las anotábamos, inconscientemente en nuestros cerebros. Los sueños, recuerdos, el pasado, el futuro, los diferentes cambios de estado de ánimo, la enfermedad y los minutos transcurridos, no eran más que reencarnaciones en el pensamiento febril. Existencias sucedidas segundo a segundo. El gato, con sus siete vidas, se quedaba corto comparado al hombre.
Pese a todo, cosa inevitable, se hicieron grupitos, separaciones entre ellos, pero que no les desunía en la realidad. Las actividades eran comunes, los trabajos se hacían conjuntamente.
Los niños tenían increíble facilidad para hacer amigos –salvo excepciones-. Entre ellos, a menor escala que en los adultos, también existían unas capas sociales, unos gustos afínes, pero sobre todo una intimidad sin influencias, una amistad libre, fuera de conveniencias, sincera e inocente. Miquel se había unido más estrechamente, a un reducido número de chicos con los que compartía juegos y juntos, liberaban su imaginación atrapada entre los claustros cenicientos, estancados de cadenas chirriantes, antepasados místicos, brujos locos y misteriosas apariciones de un ayer que no pertenecían a la vida de un niño.
El Monasterio les producía un cierto temor, rodeados de una atmósfera negra que clamaba a gritos el testimonio de terribles secretos, almas en pena, celdas de lamentos y esqueletos cautivos. La eternidad de un miedo visible en sus pesadillas nocturnas.
Miquel se había unido más estrechamente todavía, con Fernando Díez, un año mayor que él. Fue la verdadera amistad, la más profunda. Juntos paseaban por los patios, hablaban sentados en un rincón apartado en las noches brillantes y frías, fluyendo el vaho de sus bocas, se juraban amistad eterna y sellaban con sus manos, uniendo su sangre, ese pacto de honor. A veces no decían nada, se limitaban a escuchar el silencio de la brisa y sentir el calor de sus almas resplandecientes, emocionados y orgullosos de haberse encontrado.
-En el libro de la vida está escrito: se conocerán…
-Eso es, el destino, sí, yo creo en…bueno, que somos una frase más en ese gran libro.
-Sabes, me siento muy bien aquí contigo, todo está tranquilo y respiro. Parece que estemos solos, que no exista nada más y sin embargo no me importa esa sensación, me llena, me hace olvidar la miseria, el sufrimiento…necesitamos más momentos, más dosis de felicidad.
Fernán era de San Sebastián. Su familia se trasladó a Barcelona hacía escasamente un año, vivían en el barrio de Sants.
Su afición por la pelota vasca le recordaba su entrañable ciudad natal. Practicaba al lado de la playa de la “Concha”, con sus vecinos y cuando estaban cansados y sudados se pegaban un baño.
-Aaah, el agua estaba de muerte.
Quería conservar esta costumbre, por eso cuando Miquel le animó a formar pareja con él no se lo pensó dos veces. Pronto se hicieron los amos del Frontón, no había quien pudiera con ellos. Los dos amigos llevados por el ansia de aventuras, conocían cada rincón de ese monumento de piedra que era el Seminario y su entorno. Inspeccionaban todo aquello que les era prohibido, el riesgo era una emoción más intensa. Saltaban ventanas, abrían puertas cerradas, salían del recinto permitido para adentrarse en la frondosidad del bosque. Allí construyeron una casa en lo alto de un árbol, con unas tablas de madera, de modo que desde tierra no se viera nada anormal. El follaje del tronco ceremonioso la envolvía por completo. Poco a poco hicieron la cabaña habitable. Montaron una estantería llena de cuentos, cojines por el suelo y unas  tablas apiñadas a modo de mesita. Con esto se sentían suficientemente cómodos.
La “casa del árbol” fue su refugio durante mucho tiempo, en los recreos iban a jugar a las damas, a leer o a inventar historias. Aunque ajenos de malicia, se sabían cómplices de algo que estaba fuera de la ley del colegio. Su gran tesoro enriquecía sus corazones perennes y les otorgaba un misterio, un deleite hecho por y para ellos.
Era una escapada de lo real. Necesitaban más momentos. Miquel, como ya he dicho, se iba familiarizando rápidamente con el espacio y sus gentes. Pero no he hecho referencia a unos seres que se encontraban allí, con su importante labor, como eran las cocineras, la mayoría chicas de provincia y las Monjas, Madres y Hermanas que se encargaban de la limpieza, de la enfermería y de cuidar a los animales de la granja que poseían. Solían ser mujeres grandotas, entregadas a sus votos, muy cariñosas y tan bondadosas…con un espíritu maternal, consagrado a los demás. Los chicos las veían pasar como fantasmas, con sus hábitos blancos, procurando no ser vistas demasiado, por ello no se les prestaba la atención que verdaderamente se merecían. Miquel no conocía a nadie tan agradable. Sencillas y sumisas, se contentaban con dar gracias al Señor.
Cuando tuvo la gripe pasó una larga semana en su compañía, le mimaban, le traían tebeos y toda clase de caprichos. Les cogió cariño, en especial a la Hermana Angela, que le leía por las noches y estaba más tiempo con él.
Los estudios le iban bien, sin apenas esforzarse sacaba buenas notas. En el primer trimestre aprobó todas las asignaturas. Estaban al principio de la segunda evaluación, se acercaban las Navidades. Los muchachos se movían inquietos en sus asientos. Alegres iban de aquí para allá, planeando lo que harían esas dos semanas de vacaciones con sus familiares.
Sería la primera salida del “Semi” y para la mayoría, el reencuentro con los seres queridos. Miquel las pasaría en un pueblecito del Pirineo de Lérida, no contaba más de cincuenta y cinco habitantes. Las casas eran de piedra y los tejados de pizarra, con un campanario que destacaba en el centro.
Hacía tres días, una carta de sus tíos le anunciaba la gran noticia. Torredella, era un ensueño para Miquel que pasaba el verano allí. Muchos días antes de la marcha, por las noches, le era imposible conciliar el sueño pensando en los amigos que impacientes, esperaban su llegada.
El Ricardo de “Can Music”, el Manolo, hermano de Valentina, el Pepito de “Can Forn”, también “Crespi” le esperaría. Crespi, era un perrito de pelo pardo, con una estrella blanca en el pecho. Se lo había regalado “Batalla” el hombre más solitario e introvertido de la aldea. A Miquel le atraían esas gentes menospreciadas.
Batalla era amigo suyo y muchas tardes le escuchaba embelesado contar historias sobre la todavía flotante guerra. Había hecho algo de dinero de contrabando, cruzando las montañas hasta Francia. Nunca pisó la Iglesia, por ello le criticaban. A la gente le gusta saber, para poder luego cambiar los hechos y las palabras. De Batalla, apenas conocían su pasado y habían tenido que inventar una tela de araña para atraparle. El era un hombre reservado y se despreocupaba de lo que pudieran decir o pensar de sus actos, al fin y al cabo nada malo hacía, además, no sentía ninguna simpatía por los mayores, en eso, coincidía con Miquel.
Miquel había bautizado y criado a “Crespi”, cuando sólo era una pequeña bola. Al llegar el muchacho a Torredella, “Crespi”, como si lo olfateara, iba a su encuentro y ya no se separaba de su lado. Mientras vivía en la ciudad, lo cuidaba Batalla.
-Después de tu partida, pobre chucho, se pasa un mes llorando, yo creo que un día morirá de pena, pobre chucho, te añora.
Al leer las escasas líneas, sus adentros visionaron la estampa blanca de la nieve que cubriría sin duda, en esas fechas, las montañas y las casas. Torredella se hallaba en la cima de un precioso valle. Imaginó los hogares de leña encendidos, caldeando las habitaciones. Los viejos curtidos, sentados en los bancos de madera ahumada alrededor del fuego. Mientras allá afuera, en el balcón, las estrellas lanzan destellos como nunca. Allí el Cielo era mayor, la luna inmensa, iluminando los bellos parajes,-inspiración de escritores, pintores y poetas- y creando un pueblo de sombras, dormido en un lugar olvidado por el Mundo.
En el Seminario volvía la nostalgia, los recuerdos devoradores. En clase se ensimismaba en sus pensamientos.
Fernán participaba de su ilusión, le satisfacía la alegría de su amigo, le acorralaba a preguntas y llegó a entusiasmarse y a parecerle que conocía Torredella tan bien como Miquel.
-Algún día vendrás conmigo y conocerás el campo, es tan divertido correr por los prados, trepar a los árboles y descubrir nidos con crías. Una vez fui al río con mis tíos y  primos, estábamos merendando y se acercaron unas cabras montesas, atraídas supongo por la comida, bueno, pues logramos acorralar a una hembra y mi tía la ordeñó, pero luego vino el macho, sí, aquel que tiene unos cuernos muy grandes en forma de caracol, buuff! cómo corríamos perseguidos por aquel animal enfurecido; menos mal que paró pronto, sólo quería asustarnos ¡buuff! qué mal lo pasé, pero la leche estaba riquísima, la bebimos con ganas. Ya verás cuando vengas, qué tranquilidad, las gentes son sencillas, humildes e incansables. Conocerás el enigmatismo de las leyendas que cuentan los payeses sobre esas tierras que han vivido tanto.
Fernán pasaría la Navidad con sus padres en Barcelona, hubiera preferido irse con Miquel, pero no le dijo nada, porque se sentía triste y de todas maneras no podía decidir por él mismo. Pero alguna vez, como le había dicho, irían los dos a disfrutar de esa Naturaleza tan querida por Miquel, su amigo Miquel…
Por las noches, antes de la última oración en la capilla, les daban media hora de esparcimiento. Miquel y Nando se reunían para jugar con su grupo. Y a veces cuando querían estar solos, se dirigían a un escondite que descubrieron. Estaba en un rincón de uno de los campos de fútbol. Trepaban por una alambrada colocada para que no salieran los balones del recinto, después saltaban una tapia y escalaban otra, para terminar, bajaban las escaleras en rama de un gran abeto. Todo este recorrido representaba un excitante peligro que valía la pena correr, para llegar a un pequeño huerto de flores y arbolitos. Se sentaban en la húmeda hierba con la única luz, si la había, de la Luna. “Su rincón”, era el refugio nocturno, por el día podían ser vistos y además tenían la “casa del árbol”.
Así buscaban su propio ambiente, hablaban mirando al cielo, sus ojos brillando, preguntaban a la noche. Sus llagas abiertas se tornaban remolinos de pasión que entraban en el alma del amigo. Se comprendían, se consolaban y tras cerrar la herida daban rienda suelta a su imaginación y reían contentos. Algún “duendecillo” se encontraba entre ellos, les tocaba con su varita cosquilleante.
Era lunes, paseaban por el bosque con las manos en los bolsillos, cuando se toparon con una casa semiderruida, al rodearla se dieron cuenta de que los barrotes de una de las ventanas cedían con sólo empujarlos un poco. Dentro estaba oscuro, entreabrieron el porticón de madera para que entrara algo de luz y se pusieron a inspeccionar las habitaciones. Miquel tuvo la impresión de que a su amigo le ocurría algo.
-Nando, te pasa algo?
-No, no…nada
-Me había parecido…si estás sudando!
-No es nada, es que estoy un poco nervioso.
-Si no pasa nada…
-Miqui, tú eres mi amigo, confío en ti, debes creerme, no es broma: aquí hay…no sé, es todo tan extraño, que me confunde.
-Qué hay de malo?, yo no veo…
-Sí lo hay, dime que me vas a creer.
-Pues claro tonto, ya sabes que sí.
-Júralo.
-Lo juro.
-Esto es muy raro, de verdad, mira, esta noche he tenido un sueño: tú y yo salíamos del “Semi” y andábamos por un sendero, por el de ahí afuera, el mismo, sí, hablábamos de nuestras cosas como antes, creo que decíamos las mismas palabras y de repente, ¡zas! Aparece una casa, sí, sí, y los barrotes rotos, ¿te das cuenta? ¡Es la casa de mi sueño! Miquel sintió ganas de coger la mano de Nando y echar a correr, pero se contuvo y trató de disimular que temblaba.
-Y después, ¿qué?
-No lo sé, no me acuerdo. Cuando desperté esta mañana pensé en ello, pero luego se me olvidó, tengo miedo Miqui, ¿no será esto un mal presagio?
-Tranquiii…líizate, esta…amos los dos juntos, ¿no?, no podemos asusta…tarnos, tú…-hizo un gran esfuerzo para controlarse y siguió:
-Tengo entendido que estas cosas pasan…suceden detalles, pero es un laberinto intentar…tratar de desentrañarlas, ya sabes a qué me refiero, a las visiones, los espíritus y esas cosas, pero no tienen por qué ser malos presagios, venga, vamos a ver si funciona este fogón, dame esos trozos de madera, bfff, qué frío, ojala prendiera, parece en buen estado.
El fogón funcionaba perfectamente y caldeó rápida y eficazmente la misteriosa estancia. Se sintieron mejor con la realidad. Llevaban un rato observando el color del fuego, las llamas vivas agitando, arrastrándose, subiendo por los troncos heridos, goteantes de resina.
-¿No oyes?
-La campana.
-Ostras, es ya la hora de comer, vámonos.
Apagaron el fuego y salieron corriendo para llegar a tiempo de que no advirtieran su ausencia.
Mientras comían, comentaron su expedición al resto de la pandilla, sin omitir detalles del sueño de Nando. Los tres: Javier, Andrés y Nazario se mostraron entusiasmados. Quedaron en ir al día siguiente.
En el recreo de la tarde, Miquel y Nando, se dedicaban a investigar la vivienda de las hormigas, para ello agrandaron el pequeño agujero descubriendo un largo pasillo, recorriéndolo en canal con el dedo, les pareció interesante la construcción, a un lado y a otro, ocupadas habitaciones de grano y migas de pan, cuando terminaba el pasillo otro agujero llevaba hasta el sótano.
-Mira qué curioso, seguro que ahí duermen, juegan y comen.
-Lo recogen en verano para todo el invierno, ¡qué inteligentes!
Dejaron de martirizar el hormiguero, sintiéndose culpables: estaban destrozando un hogar, les asaltó el remordimiento. A ellos, los adultos les destrozaron el suyo. Miquel lloró al recordar las ruinas, el fuego, las mujeres y niños medio desnudos en las calles…Nando le miró a los ojos:
-Fue muy triste.
-Por qué tienen que existir las guerras, por qué matan los hombres, ¿Por qué?
Se abrazaron y lloraron.
-Nando, no nos han dejado ser niños, nos han enseñado demasiado pronto. Yo no quiero crecer, no deseo parecerme a ellos, tú eres mi mejor amigo y esta vez nadie nos separará.
Nando intentó animarlo.
-¿Sabes lo que podemos hacer? Ir a ver la casa ahora, estoy impaciente, tú no?
-Sí que me gustaría, pero les prometimos…
-¿Y qué? Mañana vamos con ellos, eso no impide que vayamos nosotros hoy.
-Vale, tienes razón.
-Bueno…-sonrió, pero antes vamos a lavarnos un poco, si te vieras la cara…
-Pues anda que tú, la tienes buena.
-Venga, una carrera de aquí a los baños.-No terminó de decirlo, que ya estaba corriendo.
-Eh, no vale, tramposo. Y le siguió.
Media hora después, caminaban por el sendero que conducía a la casa. Creyeron llegar al sitio, pero allí no estaba.
-Qué extraño.
Siguieron buscando, anduvieron y anduvieron, dieron vueltas y vueltas, no la encontraban.
-Ya te decía yo que este lugar está encantado.
-Olvida eso, por favor, me estás contagiando, el bosque es todo muy parecido, nos habremos confundido.
-Mejor vámonos, eh?
-Sí, pero prométeme una cosa.
-Qué cosa?
-Que mañana volveremos con los otros, tenemos dos horas al mediodía, será suficiente para encontrarla, no creo que haya desaparecido por arte de magia, de acuerdo?
-Vale, vale, de acuerdo. Ahora vamos, se está haciendo de noche, de día será otra cosa.
La negra espesura de las sombras daba un aire siniestro, los árboles semejaban gigantes y el ulular de las aves nocturnas, lejanas torturas. Regresaban.
-Eh, eh, qué es eso?, no puede ser, mira…
-Qué raro que no la hayamos visto, pero bueno, ahí está tal como la dejamos.
Los barrotes seguían desencajados, saltaron adentro. Sus rostros expresaron una mueca de horror, se miraron.
Hubieran querido gritar, pero de sus gargantas no salió nada. El humo los asfixiaba, el fogón estaba encendido y un hombre con un pañuelo ensangrentado en la cabeza, sentado en un taburete, les miró sin sorprenderse, sin pestañear.
-Hola chicos, pasad, no temáis, pasad y calentaros, afuera debe hacer frío.
-Dios santo, Miquel es él, es él.
El caso es que a Miquel no le resultaba desconocido, ¿quién sería?
-Dios santo, usted salía en mi sueño, ¿es que todavía no he despertado?
-Siempre estoy en vuestros sueños, no os asustéis de los truenos. Acto seguido se oyó un potente trueno, los rayos y relámpagos desgarrando el cielo, daban al cuarto resplandores intermitentes de fábula, mezclando los colores.
-Se ha hecho daño en la frente…
-No te preocupes, no es nada, una mala pesadilla simplemente. Siempre he luchado, es normal que sangre, llevo en mi frente el sufrimiento del pensador. Mi cerebro está herido, sangra, vuestros sueños tienen un final horrible, pero no importa. Cuando caéis en el vacío y despertáis sobresaltados, yo sigo cayendo.
-Es lo mismo que en el cine, en los momentos de peligro se truca la escena y un especialista suplanta al protagonista. Él es quién sufre el riesgo. Bueno, pues ese soy yo, el especialista del final de los sueños. Es un trabajo duro, sí.
El hombre rió con una voz potente, que les hizo temblar.
-Desde hace mucho tiempo, me encargo del sueño de los niños, soñáis igual de día que de noche, aunque no seáis conscientes. A mí la psicología me apasiona. He aprendido tanto de vosotros, la vivo intensamente en vuestra compañía. He estado en la “casa del árbol” en vuestro “Rincón” y ahora estoy en esta casa que es fruto del sueño, vuestra imaginación la ha construido. Los adultos no me caen bien, han perdido el verdadero valor de la vida. Crean guerras sangrientas, sus idealismos son absurdos y tan sólo idolatran el dinero y el poder y lo que es peor, os han fabricado un Mundo nada fácil, sin alicientes, en el que debéis integraros, mientras la imaginación permanece encerrada en un tubo de infancia cristalizada. Es una lástima, los hombres se han vuelto cada vez más materialistas, no luchan por el bienestar del espíritu. No se dan cuenta del daño que os causan. La anterior generación sólo os deja los problemas que ellos no supieron resolver. Conozco muy bien el alma de mis soñadores y el final es el presente, ¿entendéis? Me fijé en vosotros dos especialmente, entre todos habéis sido mis elegidos y he querido que me conocierais, así sabréis que hay alguien que viaja en vuestra alfombra voladora.
Volvió a reír estrepitosamente.
-Ahora volved de donde venís y despertad.
Imaginó el frío que haría, estaba a gusto,calentito, abrigado hasta el cuello con las dos mantas. Pensó que pronto sonaría…En efecto, un timbre alarmó el silencio que reinaba en la múltiple habitación. De la hilera de camas empezaron a brotar cuerpos somnolientos, algunos con los ojos aún cerrados. Miquel los abrió y distinguió a sus compañeros de cuarto, buscó con la mirada a su amigo inseparable, no estaba, la ropa de la cama revuelta, la puerta del armario abierta: se había levantado. Contó hasta tres y pegó un salto desperezándose, tomó la toalla y el jabón y se encaminó a los lavabos.
Fernando se cepillaba los dientes.
-Nando, he soñado que…
-Ya lo sé, lo mismo que yo.
-Entonces… ¡es real! ¿Qué significa? ¿Qué nos ha pasado?
-No te rompas la cabeza, no creo que saquemos nada en claro. Yo, ya lo he intentado y cada vez estoy más liado, hace rato que me he levantado y no he podido dejar de pensar.
Dijo las últimas palabras dándole una palmada en el hombro.
Después de lavarse, los chicos como cada día, hacían las camas. Se llenó el dormitorio de voces, los chicos exaltados no paraban de hablar. El Hermano Gabriel no cesaba de poner orden, pero, ¿quién para a un niño?
-Silencio, silencio.
Ni caso, se diría que al secarse la cara, el sueño y la pereza de antes habían quedado impregnados en la toalla. Como quién se quita una máscara.
-Silencio, ¡a callar! A medida que vayáis terminando os ponéis aquí junto a la pared. Venga, rápido, colocaros en fila, venga, así, uno detrás de otro. ¿falta alguien, estáis todos? Bien, ahora despacio y sin hacer ruido podéis bajar, id directos al comedor.
Fueron directos al comedor. Al entrar por la puerta se abalanzaron sobre un cesto, cargado de pan bastante tierno, estaban hambrientos, brazos y manos sin cuerpo, atrapaban rebanadas de dos en dos…o mejor de cuatro en cuatro. Luego ya sentados, devoraban sus tazones de leche en polvo y las rebanadas de pan untadas con mantequilla.
En la primera clase, Andrés que se sentaba detrás de Miquel, le preguntó si irían a la casa. Confundido e intrigado respondió:
-Sí, sí que iremos. Díselo a Javi y a Nazario.
¿Existía la casa?, claro que sí, si Andrés le preguntaba por ella es que lo habían hablado, ¡era verdad! Pues irían todos a verla, qué importaba, fuera del sueño era una simple casa abandonada.
La mayor parte de los chiquillos pensaban absortos en las Navidades, cada vez más cercanas. Miquel no pensaba en Torredella. Nando tampoco se recreaba en esos pensamientos. Los dos muchachos se encontraban muy lejos de allí, sumidos en el vacío, tratando de penetrar por una puerta infranqueable. Cuando pudieron estar a solas siguieron sin entender el significado de la aparición. Quizás no tuviera ninguna explicación aparente.
-Tan sólo fue una visita…pero bueno, estas cosas no suelen suceder…en fin.
Decidieron esperar y obrar como si nada hubiera ocurrido, aunque resultara imposible para sus adentros. Tal como habían acordado el día anterior, en el recreo del mediodía, cinco muchachos rompieron una vez más las normas, adentrándose en lo infinito del bosque. Pronto divisaron la casa y era simplemente eso, una casa; pero no la que Miquel y Nando esperaban ver. La casa parecida, estaba mucho mejor conservada, casi recién pintada y cuando trataron de desencajar los barrotes de la ventan, éstos no cedían, fijos en su sitio, sin vestigios del recuerdo, nada, aquellos barrotes llevaban allí siglos, quietos, inmóviles, indiferentes a un sueño inquieto. No existía entrada alguna por lo que tuvieron que desistir de su idea.
-Los deben de haber soldado.
-¿Y qué hacemos ahora?
-Podemos jugar al escondite, así nos calentamos…tengo el cuerpo helado.
 A todos les pareció bien. Nadie se dio cuenta de que aquel frío no era natural, su contacto no era puramente físico, la esencia desangelada no era humana, su presencia iba más allá, advertía un peligro, un conocimiento perpetuo de flaqueza, una enfermedad que debilitaba el pensamiento. Esta atmósfera febril que intentaba explicar algún secreto no la percibieron los chicos. Tampoco un anciano sabio dedicado al estudio del alma hubiera detectado vibración alguna. Una hora y media más tarde regresaban cantando villancicos.
Al cabo de una semana los amigos volvían a sus actividades aventureras, a sentirse prófugos del laberinto de piedra. Brotaban los laureles de una desaparecida infancia.
Volvieron las correrías por el bosque, a su “rincón”, a la “casa del árbol”. Y una mañana, incluso se atrevieron a acercarse a la Cartuja y a espiar a los monjes que tendían la ropa en unos alambres colgantes. Otros pasaban con sus burros por los caminos que conducían a los campos que sólo ellos pisaban. La Cartuja estaba rodeada de huertos. Siete u ocho Monjes escarbaban  la tierra con azadas. Por todas partes cruzaban unos canales, de manera, que cuando giraban el grifo del depósito de agua, ésta se apresuraba a recorrer el camino trazado para regar las hortalizas.
Con cuidado de no ser vistos, entraron dentro del caserón, aquello era enorme pero muy pobre, se notaba que aquellos señores cuidaban más sus almas que su morada. Parecían gentes sencillas, confiadas. En una habitación espaciosa trabajaban en las artes. Uno pintaba un cuadro, que los chicos, no llegaban a ver desde el pequeño ángulo de la puerta. Unos construían, con arcilla, vasijas, cántaros, estatuillas…mientras otros se afanaban por pintarlas, ahora con un pincel fino, ahora con uno más grueso. Aquello era hermoso, qué paz, qué retrato tan bello el que contemplaban sus ojos llenos de admiración. Sin embargo sus facciones no denotaban felicidad, muy al contrario, se diría que una pena muy profunda asomara en sus ojos, en las frentes venosas, en todo su ser.
Miquel entendió perfectamente por qué aquellos hombres no abrían la boca. No les hacía falta hablar, sólo sus cuerpos lo decían todo. Sus palabras hubieran pecado de soberbia, era mejor así, hablar lo imprescindible.
-Deben ser muy sabios.
-…y bondadosos.
A esto que apareció de súbito una larga y enjuta figura que les devolvió al presente y les rompió el encanto de aquella imagen.
-Eh, vosotros, qué hacéis ahí espiando.
Echaron a correr sin responder.
-Sinvergüenzas, volved aquí.
Sin problemas, salieron tal como habían entrado y no miraron atrás hasta que se vieron a salvo.
-Qué mal genio tenía el hombre…con lo tranquilos que parecen.
-Al fin y al cabo, son humanos, pero ha sido una excursión interesante.
-…y divertida.
Otro día se les ocurrió a los cinco amigos, aventurarse por la noche en el bosque, aprovisionándose en la cocina de algo para comer y freírlo en un buen fuego de leña.
La única salida que tenían a esa hora, era el ventanal de la cocina que daba a los corrales. De allí sólo les impedía el paso, una verja algo alta pero no imposible de escalar. Una vez que el hermano tutor se retirara a su cuarto, se reunirían en los baños.
Serían las doce pasadas, el Hermano Gabriel dio su último paseo por el corredor, vigilando a los durmientes, se le oyó dirigirse a su pequeño cuarto y cerrar la puerta con llave. Al instante aquello apagado se encendió y comenzó a cobrar vida, muelles que chirrían, siseos y pasos sigilosos. Los cinco muchachos reunidos en las duchas, enroscados cada cual en una manta, aspirando ese mal sabor del primer cigarrillo. Bajaron las escaleras en espiral alumbrados por una linterna. Al entrar en la cocina dieron un salto atrás asustados, la luz estaba encendida, pero ¿quién podía ser?, a esas horas no, era imposible, todos debían estar durmiendo. A quién le tocó asomar la cabeza se le escapó una risa que los demás hicieron que cesara poniendo un dedo en los labios, todos a coro dijeron:
-¿Qué pasa?
-¡Mirad!
-Vaya…pero si es…
Claro, era una enorme luna reflejada en los cristales.
Sólo encontraron pan, cualquier cosa era buena, llenaron una bolsa.
Javier era este mes el sacristán,-los turnaban cada dos semanas para ese menester-, así que tenía la llave de la Sacristía; se llevaron media botella de vino dulce, el que se utilizaba en la Misa. Entraron de nuevo en la cocina, abrieron el ventanal y salieron a los corrales. No les costó demasiado-eran ágiles- saltar la verja. Apagaron la linterna, veían perfectamente sin ella. Era hermoso andar por el monte, bajo el firmamento chispeante. Miquel sintió la agradable  emoción de contemplarlo y recordó las noches estrelladas de Torredella, “su estimado pueblo”. Iban en silencio, más sus interiores hablaban de lo mismo. Llegaron a una explanada donde unas piedras calcinadas en forma de círculo, denunciaban su propósito, las ramas secas puestas sobre papeles prendieron felizmente para los muchachos, que ya empezaban a temblar de frío. Cubrieron el suelo con dos mantas, con las otras tres se abrigaron por encima. Aquello calentaba de primera. Tostaron el pan ensartándolo con palos. La botella de vino amoscatelado iba pasando de mano en mano, o mejor dicho, de boca en boca. Llamaron a aquel lugar, las “siete esquinas”. El pasillo formado por siete árboles les dio el nombre.
Nando tiene anginas. Está en la enfermería. Miquel va a visitarlo, se sienta en el borde de la cama con cuidado para dejar libres sus movimientos bajo las mantas, pero notando su calor, su vida fluyendo. Está pálido, ojeroso, incluso le parece más pequeño, le apena verlo así, tan quieto. Tiene los ojos cerrados como si estuviera…-Miquel se asusta de sus pensamientos-, es sólo la fiebre, cuarenta grados es mucho.
-Oye Nando, a ver si te pones pronto bueno, Mira te he traído tebeos de los que te gustan, ¿los ves?, “El jabato”, “Capitán trueno” y algunos más. Nando, te hecho mucho de menos, todos te hechamos de menos. Así que tienes que curarte pronto, los otros vendrán a verte cuando puedan, ya sabes que no es fácil. Bueno, ahora he de irme.
Le toma la mano y un escalofrío le recorre el cuerpo. Está helada.
Sólo puede pasar un rato con él, las hermanas no quieren que se le moleste, necesita descansar. Él hubiera pasado allí todo el día, aunque sólo fuera para mirar cómo dormía.
Sale al patio, el aire le hiere. Se sienta en la barandilla mirando el lejano mar. El aire le hiere, es frío, sus miembros se van congelando, su alma se aleja del cuerpo inerte y vuela, viaja…
Miquel pasea taciturno y huele la enfermedad, el humo asmático de las bombas y los incendios, las ráfagas de metralla, respirados desde la aurora destruida, hasta el ocaso inexistente.
No son más que anginas, ¿no? Toses y llamadas, sirenas, murmullos y quejidos.
A Josemari le volaron la pierna derecha, quería ser futbolista. Nadie en el barrio paraba sus chupinazos. A su Padre lo fusilaron en la misma calle Dos de Mayo, se decía que por rojo.
Miquel creía en Dios, hablaba con él, rogando por los suyos, cuando empezó el caos, se enfadó mucho y llorando le preguntaba cómo podía permitir que se mataran unos a otros. ¿Dios no era bueno? ¿Entonces? Él los había creado, pero algo no funcionaba, algo se le olvidó. Los padres educan a sus hijos. ¿Dios era un mal Padre?
-Seguramente, Dios era adulto.
Miquel había conocido también adultos buenos, sí, gente de buen corazón. Miquel y Nando, como muchos otros niños habían madurado temprano, aprendiendo del dolor y la visión de la hecatombe que les tocó vivir; sin embargo, seguían siendo niños.
-Yo no quiero crecer, no deseo parecerme a ellos.

Ha tenido mucha suerte, ha sido un milagro el que no muriera, ¡vaya que sí!
-Entonces, ¿dice que no hay una explicación lógica, Doctor García?
-Exactamente Hermana, mi diagnóstico de la herida de este niño que presenta en la frente, no puede ser más extraño. Es como si fuera una lesión interna, pero físicamente el resultado es negativo, eso quiere decir que no hemos encontrado nada anormal, todo funciona perfectamente y sin embargo, existen dos peculiaridades en este caso, dos enigmas a los que no hallamos ningún fundamento coherente. Una, es la forma de la herida, ningún elemento que se encuentra en el patio ha podido causarla, ya que ésta es una abertura profunda de un centímetro aproximadamente, del tamaño de una “perra gorda” y como si la hubieran modelado de una manera perfecta.
-En cuanto al segundo gran enigma, es sobre la sangre, la hemorragia que presentaba el orificio hubiera sido totalmente clásica, si en el análisis los resultados no hubieran sido tan sorprendentes, descubrimos que la sangre que emanaba de la herida, ¡escuchen esto!, la sangre que salió de la herida, no pertenece al chico, ¡no, no es una tomadura de pelo, es sorprendentemente cierto! No es la misma sangre que circula por su cuerpo. ¿Qué les parece? De todas formas el niño está bien y no hay que preocuparse. Algún día quizás tengamos respuesta a este fenómeno, es extraordinario. ¡Vaya que sí!
Alguien pronunciaba estas palabras, cuando Miquel abrió los ojos. Se encontraba en la cama y rodeándola pudo por fin fijar la imagen, antes legañosa. El vaho fue disipándose, el manto blanco volviese transparente y ante la perfecta visibilidad, un corazón regresó al pánico, por unos instantes, latió con más fuerza. El sueño había dado contra el suelo, el golpe fue una cuenta atrás a una velocidad vertiginosa. Despertó temeroso.
-¿Dónde estoy…dónde?
-En la enfermería- contestó la Hermana Ángela, viendo que el muchacho se impacientaba.
-No te preocupes, nos tienes a todos cuidando de ti-
-Qué me pasa Hermana?, no recuerdo nada.
Intentó incorporarse pero un dolor en la frente, justo encima del ojo izquierdo, se lo impidió.
-No trates de levantarte, llevas más de cuatro días inconsciente, estarás débil.
-Pero, ¿qué ha pasado?, ¿por qué estoy aquí? Aaayyy…me duele mucho aquí en la cabeza.-Tocó la parte mencionada, una gasa le apretaba las sienes.
-T encontramos tendido en el suelo del patio, desvanecido, ¡Madre mía!, con este frío, un poco más y te hielas. El doctor no puede comprender cómo te hiciste la herida, no es un rasguño normal, dice que presenta unas extrañas características, ¿no es así Doctor García?
El aludido asintió con la cabeza, muy serio y pensativo. La Hermana se dio cuenta de que Miquel había escuchado la conversación del médico, y quiso tranquilizarle.
-Miquel, no debes asustarte de lo que ha dicho el Doctor, seguramente es algo más sencillo, pero la ciencia utiliza unas palabras tan tecnificadas que de un granito de arena, ya sabes…hacen una montaña. Y ahora por favor, salgan todos fuera, el muchacho tendrá hambre y no hay que excitarlo, debe recuperar las fuerzas.
-Eres más fuerte de lo que pareces, ¡cuatro días sin alimento! Has de darle gracias al Señor.
A la mañana siguiente Miquel tuvo suficientes fuerzas para levantarse. Se acercó hasta la pica del lavabo, juntó sus manos y las llenó de agua helada, estrelló el líquido incoloro sobre una cara ausente y somnolienta y nuevamente dejó el sueño impreso en la toalla. Peinó su corto cabello, impeinable, mirándose casi sin reconocerse en el espejo que tenía enfrente, y algo hubo que le llamó la atención. La venda que le cubría la frente estaba manchada de sangre. Pasó el dedo y un recorrido trazo, pintó un rojo carmesí. Volvía a fluir, la sangre volvía a fluir.
El hombre de la casa también llevaba una venda sangrando. Recordó sus palabras.
-Llevo en la frente el sufrimiento del pensador.
¿sería aquello una señal?
Él, que tantas veces se había sentido “elegido”. Cuando se ausentó de su cuerpo, porque de esto sí se acordaba. ¿Habría llegado al final de un sueño o tal vez más lejos aún, habría llegado a sobrepasar un estado de inconsciencia? ¿Por qué cayó de la barandilla?, ¿acaso no sintió que unas manos le empujaban? Sí, sí el hombre de la casa le empujó y con ello le salvó la vida. Al congelarse el cuerpo, quizás su alma no hubiera podido regresar a tiempo y vagara eternamente por el espacio desconocido. De pronto en medio de los pensamientos le vino a la memoria su amigo Nando, ¿dónde estaba?, tenía ganas de verlo, sentía necesidad. Preguntó a la Hermana Angela cuando ésta entreabrió la puerta para ver si aún dormía.
-Ah sí, Fernando Díez, hace dos días que le dimos el alta. Ha venido muchas veces a verte, te miraba preocupado. Te quiere mucho, ¿verdad?, claro, si se nota. Ahora debe de estar en clase. Si todo va bien mañana podrás reunirte con él.
-Qué alegría Hermana, tengo tantas ganas de verlo, sí, es verdad que es mi mejor amigo.
La Hermana sonrió.
-Vuestra amistad es bien conocida por todos, sabes cómo os llaman, “la pareja inseparable”.
-¿Sí? Qué gracia, pero es cierto, no podría ni pensar que algo nos pudiera separar, me han quitado tantos seres queridos.
Cuando lo pienso me siento muy triste y hay un no se qué aquí dentro, que me aprisiona, me ahoga. Usted es muy buena Hermana, ha cuidado de Nando, ha cuidado de mí. Cuando caí de la barandilla, pensaba precisamente en esto, quiero decir en Dios, cree que existe, ¿verdad?...
-Pues claro hijo, qué ocurrencias tienes.
-¿Y la guerra? Ha dejado a los que no han muerto, inválidos, enfermos, familias sin casa, en la miseria, Hermana, ¿se puede seguir creyendo después de todo lo que pasó?
-Recupera la fe Miquel, Dios no es el causante de las desgracias, él nos creó, pero no quiso ser nuestro dueño, nos dio algo muy hermoso que es la libertad. Así que piensa, lo que pasó fue obra del hombre, cegado por el poder y el odio y quizás algún defecto más, pero humano. Es fácil dar la culpa a otro.
La noche era oscura, sin Luna. Las nubes más negras que el cielo amenazaban lluvia, quizás tormenta. El Seminario dormía en el callado silencio. Un siniestro batir de ventanas abiertas al viento, comenzaban a azotar con fuerza invisible. Las ramas de los árboles seguían un extraño rito enfervorizado bailando enloquecidas. Miquel se sentía afectado ante tan tenebroso espectáculo bajo los designios de estampida de esta cruel Naturaleza. Buscaba a Nando, hacía muchos días que no le veía, además estando a su lado no temería el hechizado aspecto que prometía la noche, su desazón sería menor. La sola compañía de su amigo, cambiaría toda aquella visión de espanto, por un bello crepúsculo.
Se acercó hasta la esquina del patio preferido, trepó por la alambrada, saltó una tapia y escaló otra, luego descendió por la escalera de ramas del gran abeto. En “su rincón”, no encontró a Nando. Se sentó en la roca y buscó en el bolsillo del abrigo, ¡Allí estaba!, asomó entre canicas de barro, hierro y de cristal, una pequeña caja de latón. Se quitó los encartonados guantes para abrirla. El tesoro que guardaba en su interior consistía en unas cuantas hebras de tabaco y dos o tres láminas de papel de arroz. Cogió una y la dobló con los fríos dedos, aguantándola con la mano izquierda. Echó con la derecha el tabaco enrollado y comenzó a rodar con paciencia, como lo hacía l’avi Gepet. Sentado en su silla de madera de castaño.
En el verano cuando hacía buen tiempo y el Sol dejaba de abrasar arrastraba su “sosiego”-llamaba así a su silla. Decían que la había construido él mismo después de haber visto crecer el árbol, toda su vida en el huerto de la casa paterna y su mayor y última ilusión, era morir sentado en ella, y así, sentado junto al portal, pasaba las tardes con la petaca en el regazo liando cigarrillos y saludando a los amigos.
Miquel sonreía con este recuerdo, cuando un rayo y una lluvia a bocajarro, cayeron en la tierra, hundidos en la realidad igual que con el sobresalto cayó el cigarro al barro. Se levantó de súbito como si algo le quemara y en décimas de segundo pensó que aquello no era lo mismo sin Nando, así que volvió a guardar la cajita en el bolsillo repleto de misteriosos objetos, y a grandes zancadas dejó aquel rincón que ahora le parecía embrujado.
El aire vestido de huracán, le impedía avanzar con la rapidez deseada. Los patios se envolvieron de niebla, se convirtieron en desiertos inmensos. El miedo le creció hasta que llegó por fin a las puertas del Monasterio. Como vio luz en la cocina, se dirigió hacia allí contento. Necesitaba ver a alguien, el tiempo pasado le parecía muy largo. Pero ahora respiraba tranquilo, seguramente se le había pasado la hora y con el escándalo de la tormenta, no habría oído la campana. Claro, eso era, estarían todos cenando. Casi agradecería la reprimenda con que le abordaría el Hermano Gabriel. Todos se mirarían, y él, con una sonrisa de burla, se sentaría en la silla vacía, junto a Nando. Asimismo, con las ropas empapadas. Y todos le observarían, intrigados, intentando escuchar su conversación. Los chismorreos correrían de mesa en mesa, pero él no diría nada, sólo hablaría de ello con su buen amigo, cuando pudieran hacerlo a solas.
Sus pensamientos se cerraron al abrir la puerta de vaivén de la cocina y descubrir la soledad de sus paredes, los comedores vacíos, los olores acribillados. Subió la escalera hasta la segunda planta, miró por las ventanillas de cristal, sin traspasar las puertas de las aulas, ¡no había nadie! En su clase volaban las hojas de papel, pequeños fantasmas blancos. Entró y cerró con gran esfuerzo las ventanas. Le perturbó el silbido del viento, ¡qué desolado estaba aquello, que muerto!
Otra vez fluía en su mente la catástrofe, una vez cerradas las ventanas, recordó la calma, los breves minutos de silencio a la espera, tras la caída de las bombas, la angustia de unos rostros sentenciados.
Para acrecentar el misterio, las luces se apagaron de pronto. Salió, guiándose con el tacto de las manos, y subió más escaleras.
Creyó oír unos pasos detrás de él, ¿o eran los crecientes latidos de su corazón?
-¿Eres tú, Nando?
No hubo respuesta, alguien andaba siguiéndole, no cabía duda.
Se precipitó en las habitaciones. Allí no encontró indicios de vida, el polvo cubría los armarios y las sillas.
Por algún motivo que él desconocía, estaba todo abandonado, y por el aspecto, parecía que hacía mucho tiempo que se encontraba así.
Las telarañas, colgaban en los techos, y bajaban, tejiendo las paredes, como presagiosos candelabros de una época para él, desconocida.
No eran los mismos muros, no se oían voces, ni gritos, ni las risas y peleas de siempre, sólo el quejido del silencio y el ruido extraño del sueño desvariando.
Los pasos sonaban, eran el eco de los suyos.
Dio la vuelta al claustro, para bajar por otra escalera.
El taconeo, iba a por él, amenazador, cada vez más deprisa.
Miquel echó a correr en la oscuridad sin más tiento que el del terror.
-¿Dónde estaban todos, si habían marchado, por qué no le avisaron? Sin embargo, no estaba solo, ese sonido ya obsesivo grabado en su mente, cada instante se acercaba más, pegándose a su sombra.
Tenía que huir, pero de quién? Escapar era lo único que podía hacer, decidió sin saberlo, salir de allí y una vez fuera también sin saberlo, tomó el sendero del bosque, acelerando su carrera. Se topó con la “casa del árbol” y contempló, mudo de excitación, cómo las maderas que él y su amigo habían clavado, con tanta ilusión, volaban arrastradas por una mano poderosa, sobrenatural y maligna. Se apoyó en el tronco herido. Extasiado, con la mirada alta, sus ojos extraviados, habituados a la pobreza de la luz, bajaron hasta sus manos pegajosas, untadas de resina, las miró con tiempo, sin reconocer lo que vio, cuando aquél relámpago las iluminó, se desgarró el cielo y un brillo rojo deslumbró el borde de la locura.
¿La resina era roja? No, no, el resplandor no le dejó ver la resina: aquello era…aquello era…Los nervios agarrotaron sus tendones, empezó a sollozar. Incapaz de moverse, se sentó a esperar que acabara la pesadilla, o que ésta acabara con él.
-Pero, por favor, que sea pronto.
Segundos antes de desvanecerse, pudo oír muy de cerca la respiración jadeante de su perseguidor, que saltaba sobre él como una fiera salvaje y hambrienta.
Debió pasar algún tiempo, no sabía cuanto. Reconoció de inmediato dónde se encontraba, incluso antes de mirar a su alrededor. Aquella figura en pie le observaba y aun estando a contraluz, supo de quién se trataba.
El fogón encendido desprendía un calor agradable, sin embargo el humo que llenaba la casa no era corriente. A Miquel le pareció una densa nube, una niebla muy espesa que acariciaba.
-No he querido asustarte, Miquel, tu mente está viajando, y el “caballo” se ha desbocado. Has tenido una pesadilla. Pero éste es un sueño más tranquilo. No entendiste quién soy, es razonable. Ya sé que apenas eres un niño, sin embargo tus experiencias en esta vida, te han traído hasta aquí sin poder elegir ni entender. La finalidad es que tu subconsciente, recoja inquietudes, que quizás puedan ser peligrosas pero necesarias para una existencia que desde que empezó se salió fuera de los límites de la realidad. Las consecuencias han cargado en tu espalda un saco de preguntas, cicatrices profundas, depresiones y sensibilidades desconocidas todavía.
Va a ser difícil porque el tiempo no responde, pero sí confunde. Tu vida va a ser un infierno interior, tus entrañas inocentes pronto olerán el derrumbamiento de las almas. No entendiste lo que represento.
-Usted dijo…nos dijo que era el final del sueño y que llevaba en la frente el…
Claro, claro, eso dije, pero faltó algo y ahora te lo voy a explicar aunque no acabes de entender…pero no importa, tu ser más profundo quedará impregnado de la esencia del conocimiento, formará tu carácter.
Carraspeó intentando dar mejor tono a su ronca voz.
-El hombre, desde que nació, no se sabe exactamente cuándo, ni dónde, no cómo, ha estado luchando para sobrevivir. Primero en el mar o en las selvas, o en desiertos áridos, y después en los núcleos urbanos.
La civilización ha traído progresos en muchos campos. Conocemos más el cuerpo humano, pero nadie ha logrado combatir con eficacia el sueño eterno, éste,-y tú lo sabes mejor que nadie-viene en cualquier momento, cuando uno menos se lo espera por ello se le teme. El hombre se agarra de pies y manos a sus existencias terrenas. No quiere renunciar a las cosas que le rodean, así que no está dispuesto a irse, ni preparado para emprender ese costoso y desconocido viaje. Cuando nada existe y muere la carne, sólo el espíritu flota en el espacio, sin peso ligero…
No comprenden que la muerte es otra etapa de la vida, mucho más tangible, sin posesiones materiales, sin equipajes, no existe la riqueza, tampoco la miseria. La pesadilla que has sufrido es similar a lo que sufre aquel que no es capaz de aceptar la muerte. El miedo puede llevar a la locura, el no resignarse a pasar a otro estado natural, también. No se le puede desafiar aunque en muchas ocasiones parezca injusta.
-Entonces…yo estoy muerto?
-No, no, tú ahora estás en otro sueño, la mente como te he dicho antes es igual que un caballo, como un mono que se mueve inquieto, asustado. En un minuto puede estar en mil sitios diferentes, comprenderás que algo tan delicado, debe envolverse en celofán, cuidar de que no caiga al suelo, de lo contrario, se partiría en tantos trozos que sería imposible recomponerlo, ¿Imaginas cuántos sueños acontecen en una noche? Y luego al despertar lo consciente deja velado el sueño o parte de él, y queda un vacío que siempre es blanco.
Cuando llegue el momento vendrás conmigo, y ahora debemos despedirnos.
Despertarás y aunque empapado en sudor, serás el mismo de siempre, nada habrá cambiado, no recordarás apenas casi nada de tu mal sueño y mis palabras serán tu pregunta, la incógnita abastecerá tu interior y tu inquietud por saber, por conocer y descifrar los misterios de la vida.
Al dejar de hablar, enmudeció la tormenta.
Miquel pensaba: el primer día que vio al hombre de la cicatriz en la frente no le resultó desconocido, ahora sabía por qué.
Le conoció de muy pequeño, en los ojos de pánico de sus padres, en su preocupación. En las miradas de las víctimas, reconocía su perfume, cerca del dolor, en los escalofríos de la fiebre, del hambre. En los trenes abarrotados de gritos, despedidas de incertidumbre. ¿Quién caería el próximo? ¿Seguiría respirando mañana? Allí estaba, frente a él, el hombre que helaba las pasiones más ardientes. Aquel comix que tantas veces había visto: Un esqueleto vestido con una capa negra y una guadaña entre sus manos.
Se abrazaron con tenacidad, con fuerza.
-Nadie podría separar este momento. La suave brisa refrescaba el encendido encuentro. Las palabras acompañadas de gestos se abalanzaban por sus bocas, chocando con el aliento humeante del frío. La respiración nerviosa, agitada, transmitía a golpes el fuego indestructible e intenso de su amistad; Como el humillo de un sabroso pastel envolviendo la cocina, restregándose por las paredes, flotando por el pasillo, llenando el comedor, entrando en una habitación, perfumando otra, escurriéndose por debajo de las puertas, renqueando en las escaleras, escapando a través de las ventanas, zigzagueando entre los árboles, dulcificando el paisaje.
Así se llenaron sus almas.
-Qué ganas tenía de verte…
-Yo también y ahora que hemos hablado un rato, me doy cuenta de que…no sé como explicarlo, es una sensación, no sé si te pasará a ti, me parece que el tiempo no haya pasado, no…como si hubiéramos permanecido juntos todos estos días, me entiendes?, como si siguiéramos la conversación que dejamos ayer a medias, antes de acostarnos.
-¿No te pasa a ti igual?
-Sí que es verdad, eso es porque nos queremos mucho. A veces con algún amigo me ha pasado, que estábamos unos días sin vernos y después, ya no era lo mismo, se había enfriado la relación, habían cambiado las cosas, no teníamos nada que decirnos y dejábamos de ir juntos.
Contigo sabía que no iba a pasar esto, ni siquiera lo pensé, nosotros somos amigos de verdad, te lo digo en serio: eres mi mejor amigo. Hicimos un pacto de sangre, ¿te acuerdas? Para mí eres más que un amigo, más que mi hermano.
-No me habías dicho que tenías un hermano…
-Es que no lo tengo
Y le atenazó la nariz con dos dedos doblados en forma de pinza.
-Es broma tonto.
Y siguió riendo.
-Oye, que me haces daño.
Y le propino un cariñoso puñetazo, el otro lo paró y se tiró sobre él, ambos cayeron en la arena y se revolcaron a voces, peleando entusiasmados.
Reían a carcajadas, entrelazados sus cuerpos. Quizás agarrados al único bastón que les quedaba para sostenerse.
La corriente de los días pasaba veloz, cual río caudaloso a través de lo guijarros eclesiásticos de aquel Monasterio, tan antiguo como los saurios y de mastodonte tamaño.
Nadie sabía que se avecinaba una gran cascada, una catarata de acontecimientos que terminaría salpicando con gran impulso las losas llanas, allá abajo del precipicio donde saltan las aguas humeantes de vapor, desparramando violentas gotitas de joyas cristalinas. Y luego del estruendoso chapoteo ensordecedor, las aguas seguirían su curso, tranquila y pausadamente, con una armonía fascinante y un sonido melodioso, olvidando todo ruido anterior. Como ocurre en la vida con la muerte, como olvidan los hombres su antepasado.
Llegó principios de diciembre con los primeros copos de nieve, caídos al unísono, con lluvias y llevados por el viento del Norte que no dejaba que el pincel nevado pintara de blanco las piedras, los árboles y las tristezas sin color del invierno quemado.
Mas la alegría de un niño no podía ser borrada, ni por el frío de la estación ni por el cambiante color del paisaje.
Los chicos respiraban ya ese olor infantil del hogar, ese olor que los mayores recordaban muy vagamente, con nostalgia arrebatada y pisoteada por algo que no les dejaba volver, los alejaba cada vez más del tiempo.
La Navidad se acercaba a pasos de gigante. Podían ya besar la mejilla de la ilusión. Pensaban en sus casas, en el barrio. Todas sus fantasías rondaban esos días cercanos, en los que desenterrarían sus tesoros escondidos años atrás. Jugarían con la misma pelota azul que un año les trajeron los reyes. Correrían por las calles de siempre con los amigos de siempre…claro que…algunos ya no estarían. Irían a la Misa del Gallo y como siempre se dormirían en la mitad. Valoraban estos momentos y lucharían por defenderlos para que volvieran los instantes felices de sus sueños. Tenían que empezar a construir su Mundo porque todo había sido derrumbado.
Miquel y Nando juntos de nuevo volvieron a la carga con sus juegos. Olvidando así, una vez más; los miedos que alguien había plantado en sus entrañas. Torredella volvió a surgir con una fuerza entrañable. Miquel escribió una redacción sobre su pueblo:
Torredella se alza en lo más alto de una montaña, blanca en esta temporada. Surcada por un precioso valle de algodón, en la cima del pico hay exactamente veintisiete casitas, esparcidas en diagonal. Así, muchas de ellas están construidas en pendiente, de manera que parecen plantas crecidas de la misma tierra, igual que una piedra o una flor.
En mi pueblo hace mucho frío ¡pero se respira tan bien! Y después de las heladas llega el calor verde de la hierba florecida. El Sol acompaña los rebaños y salpica reluciente los abrevaderos. Las Estrellas son enormes, se pueden tocar con las manos. Y la Luna…ahaah! La Luna, es tan grande, que abraza ella sola todo el pueblo adornando en la oscuridad de las noches los tejados escarchados, brillando en ese rincón apagado, encendiendo la llama humana de sus habitantes.
El jueves por la mañana en el recreo de las once, rodaba por el camino que bordeaba las murallas del Seminario, un pequeño vehículo de madera gastada, era un autobús viejo y destartalado, cuyo ruido advirtió a los muchachos de su presencia. Estos lo fueron siguiendo desde lo alto de la tapia que separaba el patio del sendero barroso y vieron con sorpresa que entraba dentro del recinto del castillo escolar. Paró frente a la conserjería y salió presuroso el Rector con una sonrisa en los agrietados labios, que denotaba una cita ya prevista de antemano.
Dos monjas bajaron los tres escalones que separaban el suelo del cuchitril renqueante seguidas de trece niñas con uniforme azul. Los chicos al verlas se alteraron, ninguno quería perdérselo, se daban paso a codazos para ponerse en primera fila; atrás se alzaban pies y asomaban cabezas de niños. Los más mayores hacían juegos y muecas para llamar la atención. Las niñas reían tímidamente, siempre bajo la reprobatoria mirada de sus tutoras.
Miquel miraba absorto a una en especial, bajita y delgaducha con el cabello negro, negrísimo, cortado en redondo y un flequillo rebelde que apartaba con un constante tic de la mano derecha. Su cara era blanca lechosa y contrastaba en cambio, con unos labios rosas amoratados. Ella no le miraba, ni siquiera se fijó en él. No es que la chica le gustara, pero le recordaba mucho a otra, se parecía a Valentina su novia.
Valentina era de Torredella, habían crecido juntos. Cuando la familia de Miquel se trasladó a Barcelona no querían separarse. Al cabo de un año escaso los tíos de Miquel escribieron a los padres de Valentina, haciéndoles saber que se vendía el piso de encima de ellos, es decir, el segundo; meses más tarde ya eran vecinos de nuevo.
Miquel la presentó a sus amigos del barrio y fue una más del grupo.
Valentina era su novia, cuando crecieran un poco más, se casarían. Al llegar la mala noticia de una posible guerra civil, mandaron a Valentina junto con otros niños a Francia, allí vivió en la casa de unos parientes.
Le habían llegado noticias de que estas Navidades iría como él, a pasarlas a Torredella.
Y ahora, viendo a esa niña, le volvían los momentos de aquel atardecer en su vida, así era Valentina, cuando la vio por última vez.
Le habían dicho que ya era toda una mujer, más alta que él y muy bonita, que se pintaba los labios y ponía colorete en sus mejillas. No se parecería en nada a aquella niña.
Miquel no podía imaginársela así y le daba vergüenza verla.
El seguía siendo un crío y ahora que estaba creciendo tenía los brazos y las piernas muy largos y un cuerpo demasiado delgado. Parecía un espantapájaros. Hubiera querido verla sin que ella lo viera a él. Ella estaba hecha una mujercita y él todavía jugaba a bolas. Seguro que tendría otro novio, más a su altura y no le haría ni caso cuando se encontraran.
-Se burlará de mí.
Las niñas pasaron el día en el bosque. Merendaron en lo que quedaba de la “Fuente de las Aguas”. En otro tiempo se hallaba en el mismo lugar un pozo muy famoso por su rica agua. Venían las gentes de los alrededores a llenar cántaros y botijos. Por ese motivo, se llamó así la fuente.
Llegó en otro siglo a aquel lugar una familia aristócrata, seguramente Condes o Marqueses. Compraron las tierras y mandaron construir un paraíso. Edificaron un caserón enorme y bello, de tres pisos de altura, con un gran sótano bajo tierra y una buhardilla gigante y triangular en la cúspide. La sala de baile era un tablero de ajedrez hecho con nácar de Madreperla y contaba además con veintitantas habitaciones, aparte del salón, cocina y tres baños. Todo estaba rodeado de jardines y fuentes de arqueados laberintos florales, enredaderas y árboles.
-Debía ser como en los cuentos.
Esta familia, cuentan, que se arruinó, tuvieron que despedir a los jardineros, entonces las plantas murieron, la flora se marchitó y los dueños emigraron, no se sabe a qué parte de América.
El tiempo demoledor quiso conservar entre las ruinas esta gran obra arquitectónica que fue la fuente y aunque semiderruida, era hermosa. Rodeándola por ambos lados la abrazaban unos bancos de mármol agrietado.
El agua brotaba fresca como antaño en el pozo.
Después de la merienda y un paseo, treinta pies volvieron a subir los tres escalones que separaban el suelo del cuchitril renqueante. Era un pequeño vehículo de madera gastada, un autobús viejo y destartalado. Rodaba por el camino que bordeaba las murallas del Seminario. Eran las ocho, los chicos esperaban que sonara la campana, esperaban en el patio para entrar en los comedores, era la hora de la cena. Sonó la campana al mismo tiempo que aquel extraño carruaje se empequeñecía y se perdía en la lejanía.
Aquella noche los muchachos cenaron sin hambre, con un nuevo apetito: el del recuerdo del mundo exterior y una larga espera hacia la Navidad.
Con motivo de su estancia en Barcelona el Arzobispo Señor Lemany, aprovechó para hacer una visita al Monasterio y dar una charla a los chicos con motivo de la Navidad y los actos religiosos que estas fechas representaban: el nacimiento de Jesucristo.
Se le preparó la habitación destinada a estos fines. Miquel y Nando nunca habían podido acceder a ésta aunque lo habían intentado. Ahora se les presentaba una buena ocasión para alimentar sus ansias de aventura para matar su curiosidad e inventiva sobre la tan guardada habitación. Hoy las Hermanas entraban y salían constantemente. Traían sábanas y mantas, dejaban la puerta y la ventana abiertas para que ventilara el tiempo encerrado. Miquel y Nando espiaban sus posibilidades.
Las Hermanas limpiaban, fregaban, y llenaban los jarrones con flores de diversos colores y perfumes. Las Hermanas procuraban ambientar el aposento que llevaba el olor a vacío y a soledad durante más de un año.
De la última salida observaron los dos amigos, que tardaban en volver.
-Deben creer que ya está listo para ser habitado.
-La puerta está entreabierta…
-Sí, entremos ya.
-A ver…nadie por aquí, nadie por allá…vamos venga.
-Oye…desde luego el Arzobispo se encontrará a gusto aquí…mira esto.
-qué bonito es, parece la habitación de un rey, cuánto adorno.
-De lujo, no se parece en nada al dormitorio de mis padres.
-Por eso nos lo esconden, tanto hablar de dar a los pobres y ellos viven en la abundancia.
-¿No habrán hecho como el cura de tu pueblo? Lo del estraperlo, ¿cómo se dice?
-Contrabando.
-Eso, podría ser, ¿no?
-Yo qué sé, ¡mira que candelabros!, cómo brillan, esto debe tener muchísimo valor.
-Y la alfombra: toca, toca qué suave y mira eso que cuelga en la pared, son tapices. Y los cuadros, serán auténticos?
-Qué bien viven, ¿te acuerdas cuando fuimos al comedor de los Hermanos?
-Sí, nosotros comiendo siempre patatas con acelgas y ellos vaya bistecs que se “endiñaban”.
-Son unos farsantes, ¿verdad? a Dios no le gustaría esto.
-Claro que no, pero supongo que al Arzobispo sí, ¡eh! ¿no oyes ruido?...
-Están abriendo la puerta, corre vamos a escondernos.
-No, mejor salgamos por la ventana. Corre, corre.
-No se abre, está atascada, ¿qué hacemos…?
-Allí, debajo de la cama, ¡deprisa!
La puerta crujió y entraron dos hombres. Uno era el Rector y el otro, a juzgar por sus palabras, era… ¡el Arzobispo!
-Espero que te encuentres bien aquí, si necesitas algo tira de esta campanilla y vendrá una Hermana en seguida.
-Gracias, gracias, estaré bien. Qué bien huelen estas flores.
-Sí, la Hermana Ángela las puso, las cuida ella misma en un pequeño invernadero.
-Son magníficas, bueno si me lo permites, estoy algo cansado, el viaje ha sido pesado y largo. A mi edad ya no es bueno moverse demasiado, ya sabes, el corazón, las piernas, todo es viejo, cualquier día…
-No hables así, hombre. Ahora descansas y mañana como nuevo. Y recuerda que el salón de actos estará abierto a las nueve y media, y que después de pasar unas filminas darás la charla a los críos.
-Sí, sí, claro que me acuerdo. De todas las maneras bajaré a desayunar y a presidir la Misa de las siete y media.
-Muy bien, creo que ya está todo. Buenas noches Reverendísimo.
-Buenas noches Padre.
El Rector salió de la estancia pensando en la salud del visitante. Todos sabían lo delicado que estaba. En la guerra le dispararon y no le pudieron extraer la bala por encontrarse rozando el corazón. Cualquier movimiento brusco podría acabar con su vida.
Bostezó fatigado y se dirigió a su cuarto que se encontraba cerca. Mientras tanto el Arzobispo Señor Lemany, se quitó los hábitos y se arrodilló ante un crucifijo. Rezó algo en latín y se acostó, cuando cerró la luz los chicos bajo la cama, esperaron que durmiera. Todo este tiempo, habían estado escuchando, con tensión y miedo que notaran su presencia. Casi asfixiados de aguantar la respiración, salieron a gatas de su escondrijo tras escuchar los tranquilos ronquidos. Se arrastraron hasta la puerta, Nando sin levantarse, alargó el brazo y cogió el pestillo. Cuando fue a girarlo, éste hizo un crujido que a los dos les pareció igual que si descarrilara un tren.
-Eh, ¿quién anda ahí?
Habían despertado al Reverendísimo. Este tiró de la campanilla y apretó al mismo tiempo el botoncito de la pera que colgaba en el cabezal de la cama. Así la bombilla se encendió y los muchachos quedaron descubiertos. Se llamó al Rector y éste les agarró a cada uno de la oreja y los llevó al despacho. Abrió la puerta y los empujó dentro. Miquel y Nando con las orejas encendidas de dolor y temor esperaban las terribles consecuencias.
-Habéis llegado demasiado lejos.
Gritó el Rector dando un puñetazo sobre la mesa escritorio. Miquel y Nando temieron que se partiera por la mitad, pero no, la mesa siguió intacta. No estaba igual el Padre Rector que parecía roto de indignación.
-Hace tiempo vengo observando una extraña conducta en vosotros…y ahora esto, qué hacíais allí dentro, venga responded.
Los chicos miraron al suelo y callaron avergonzados de su situación.
-Esto os puede valer la expulsión, vigilar al Arzobispo…pero cómo se os ha ocurrido, idiotas, qué hacíais allí dentro?
Como callaban, todavía se enfureció más y la cólera le desquició. Sin mirar, ciego de ira, empezó a propinarles bofetadas, hasta el punto de tirarles al suelo. Y allí estaba, dándoles puntapiés cuando entraron tres hermanos, despertados por los golpes y los gritos. Lo tuvieron que sujetar entre dos, mientras lanzaba insultos y espuma por la boca.
-Cálmese Padre, ya basta, que los va a matar. Y vosotros levantaros. Hermano José, será mejor que los lleves a la enfermería, que les curen eso.
Dijo uno señalando las caras ensangrentadas de los temblorosos chicos.
En un rinconcito apartado como resguardado del paso humano escondido en otro tiempo, siempre el mismo espacio, pero mezclado con el olor del olvido.
Bajo un arco de piedra, enredado de moho húmedo y limpio, una puerta, envuelta en agua del Carmen e iluminada por una luz difusa, amarillenta, a punto de apagarse, dejaba entrever, el pequeño letrero adornado con flores de tela y plástico. Las letras se perdían en el recuerdo y algunas de las heridas habían cicatrizado ya cayendo al suelo entre las pisadas de los años, transparentes e invisibles. En la enfermería, sala siempre obligada al insomnio, les atendió la Madre Antonia. El Hermano José mantuvo una corta charla con ella. Los chicos no dejaban de sollozar, restregaban los hinchados ojos, con la manga del suéter siempre agujereado por alguna parte. La Madre Antonia, les empapaba la cara con un algodón. Y el alcohol, la sangre, las lágrimas y el moquillo se juntaban en los labios, cortados y amoratados. Nando y Miquel seguían en el ring, siendo vapuleados, ahora con duras palabras de enojo.
-Así que después de fisgonear, en la habitación del Arzobispo, ¡Dios mío! Qué susto se habrá llevado, con lo débil que tiene el corazón, pobre hombre…demonio de críos, si os está bien empleado, que cayerais por las escaleras al querer escapar de vuestro castigo. Suerte habéis tenido de haber dado con el Padre Rector que es un trozo de pan bendito, otro os hubiera expulsado y mandado con vuestros familiares; Pero claro, ellos qué culpa tienen, bastante quebraderos de cabeza tendrán ya, para que encima…
La Madre seguía hablando por los codos. Ellos ya no podían escucharla, las palabras brotaban como lluvia, en un día tormentoso, penetraban el oído, como un aire helado y les encendían la fuerza de la debilidad.
Su inmovilidad hubiera querido gritar ¡Basta!, pero ahí estaban, arrinconados e incómodos, aturdidos y confusos. La palabra “culpa”, se agolpaba con otras muchas de indecisión, que se repetían alocadamente en sus sienes martirizadas.
Por fin, la Madre acabó con su quehacer y miró al Hermano:
-Estas escaleras parece que tengan puños…
 Y mirando a los niños:
-Bueno, ya no se puede hacer nada más, dentro de un par de días como nuevos. Espero que esto os haya servido de lección, y os haga reflexionar, y la próxima vez que vengáis por aquí que sea por un resfriado sin importancia.
Cuando salieron, el Hermano José se marchó a su cuarto y ellos  al dormitorio. Por el camino, hablaron aún con miedo.
-¿Te duele mucho?
-No, no mucho…escuece un poco.
-A mí lo que me preocupa es que el Rector hable con mis padres. Imagina el disgusto que se llevarían.
-¿Tu crees que se lo dirán?
-No lo se, parece que hemos hecho algo muy grave, ¿por qué se nos ocurriría entrar?
-No es la primera vez que nos saltamos las normas del “Semi”…
-No, pero ésta nos han pillado.
-Me siento como un condenado a muerte. No está bien lo que hemos hecho, pero…¿está bien el trato que nos han dado? ¿No hemos sufrido ya bastante castigo? Nos han dado una buena paliza, nos han humillado… ¿qué más quieren?, no somos bestias salvajes. Los golpes es lo que menos me ha dolido.
-A mí me pasa igual…además…¿Por qué el Hermano José le ha dicho a la  Madre Antonia que nos caímos por las escaleras, por qué ha mentido?
-Eso, por qué
-No sé, mira ya hablaremos, ahora no puedo pensar, estoy demasiado cansado, ¡aaah, qué sueño! Tengo la cabeza que me va a estallar.
-¿Y si se lo dicen a mis padres, …y a tus tíos?, no quiero ni pensarlo, mejor vamos a dormir.
-Sí, vamos.
Fueron hacia el dormitorio y cruzaron en silencio la sala. Un bostezo interior envidiaba los cuerpos yacentes de sus compañeros que respiraban tranquilos en un sueño hermoso, que quizás lograba salir de estas paredes, llenas de rejas. Cuando Miquel se cubrió con la manta, le pareció que una cara sonriente con una tos infernal en la garganta, aparecía en alguna parte y le preguntaba:
-¿Eres culpable?
Y ya entre sueños respondió:
-¿Soy culpable? ¡No!, ¿De qué?
Durmieron poco rato, el suficiente para que su miedo en sueño se convirtiera en pesadilla.
Retazos de escenas mutiladas engullían su espíritu inconsciente. Una sombra enigmática revoloteaba como un murciélago perdido en la luz y las preguntas resonaban igual que las notas graves aporreadas de un piano, con el eco sin fronteras y pocas respuestas.
El hedor de una ciudad convertida en cementerio, con enjambres de cruces y epitafios, bombardeados. El hombre de la cicatriz en la frente ahora sin cuerpo los poseía. Sin concebir que existía, resurgía en cada latido, como el silbido del viento que prende fuego, su sonido quemaba sus entrañas. ¿Qué les quedaba a los supervivientes de una guerra? Sólo el recuerdo amargo o tal vez, la locura. ¿Y los niños? Niños de ojos grandes, abiertos por las continuas sorpresas de alarma, sorpresas sin ojos, hijos del desastre, huérfanos de los escombros habían asistido a fusilamientos, huido de los desprendimientos, sólo les estaba permitido mirar para aprender a odiar las cenizas de este mundo. Vieron a los soldados, a los civiles, rojos o azules, daba igual, vieron violar a las mujeres y niñas. Vieron a quién sin  poder aguantar más se quitaba la vida. Vieron hombres que se iban apuntados por un arma y no volvían nunca y vieron mujeres y niños que se quedaban allí para siempre. Y ahora por entrar en una maldita habitación, querían que se sintieran culpables.
-Dios no debe existir, no permitiría que pasaran los ciclones y se lo llevaran todo.
A las siete menos cuarto sonó el timbre. Como cada mañana, se encendieron las luces y el silencio se apagó. A Miquel y a Nando les costó levantarse más que de costumbre. Incluso después de mojar sus cabezas en agua de nieve –la caliente estaba restringida-, aparecieron unas enormes ojeras alrededor de los párpados hinchados.
Los compañeros les miraban, algo extrañados, pero nadie abrió la boca. Después de ir a la capilla, los condujeron al comedor para desayunar. En la mesa Nazario les dijo:
-Qué mala cara hacéis.
Respondieron con un encogimiento de hombros y una mueca en los labios.
-No he dormido muy bien, y estoy cansado.
-¿No saldríais anoche sin avisarnos, no? Preguntó Javier.
-Qué va, yo estuve repasando latín, hasta las tantas bajo las mantas con la linterna, y así me quedé dormido…¡Qué sueño tengo!
-Sí, ya se nota ya, mirad escuchadme un momento: todos nosotros, o sea los cinco que estamos sentados en esta mesa, formamos un grupo, una pandilla, y creo…bueno, me gustaría que no hubiera secretos entre nosotros y si a alguien se le ocurre algo  que hacer, que lo comunique a los demás, quiero decir, algo así como lo de “las siete esquinas”, ¿Os acordáis? ¡Qué noche!, no me olvidaré nunca. ¿Y lo de la casa abandonada?, fue muy divertido. Sin esos momentos no valdría la pena estar aquí.
-Que bien hablas Javier.
-Va, sin coñas, estoy hablando en serio.
-Tienes razón, aquí se nos trata como a prisioneros, somos esclavos encadenados y maltratados.
-Nos lo prohíben todo, nos ponen castigos muy duros y a veces, muchas, injustamente.
Los Padres y Hermanos  comen muy bien, lo hemos visto mientras que nosotros tenemos que contentarnos con las sobras.
-Yo estoy harto de cenar cada noche esas patatas, que saben a rancias.
-Y lo del agua caliente, qué…ellos sí pueden, nosotros no. Luego tenemos que ir a Misa, cada día obligatoriamente aparte de la capilla y ya veréis en Semana Santa…
-Sí, me han dicho que estaremos toda una larga semana, ¡siete días!, sin poder hablar entre nosotros y sólo podremos leer libros santos o religiosos.
-Ni que fuéramos Cartujanos.
El Padre Rector no les mandó llamar, como esperaban que así fuera. Los Hermanos actuaron como si nada hubiera ocurrido. No dirían nada a sus parientes, esto les alegró. Cuando pudieron, se encaminaron a “su rincón”.
-Nuestras familias no se enterarán de lo de ayer.
-No, ya ves, creo que ellos han cometido una falta mayor que la nuestra.
-Me siento mejor, un poco atontado, he soñado cosas horribles.
-Cuéntamelo hombre, a ver ¿qué soñaste?
-No si es que ya no me acuerdo, lo he olvidado pero me queda esa mala sensación, un sabor amargo.
-No, si no me extraña chaval, con la nochecita que pasamos…
-Claro y ahora que todo se ha solucionado dejemos de preocuparnos.
-No me importa si el Rector no nos dirige la palabra.
-Baaa…que lo operen.
Rieron contentos, se sentían más unidos que nunca y estrecharon un fuerte abrazo.
-Qué te parece si vamos a endurecer un poco las manos.
-Espera que saco las alas.
Y volaron, es decir, corrieron al patio de frontón, barrieron el dedo de nieve que cubría el campo y le dieron a la pelota con fuerza y ganas, hasta que acabó el recreo.
Miquel y Nando solían pasar a menudo por la biblioteca. Devolvían un libro y tomaban otro, les hacían una ficha y les daban un tiempo de quince días para leerlo y entregarlo. Leían los cuentos de Andersen, las aventuras de Julio Verne y de Enid Blyton, etc…
Y un día emprendieron un nuevo tipo de lectura más profunda, que rebuscaba en el interior del ser. Conocieron a Poe, a Baroja, a Hesse y a Dostoyevski, pero aquello era complicado, no acababan de entender su significado y algunas palabras las medioesclarecían con el diccionario.
Todos estos libros estaban prohibidos leerlos, pero José Manuel, el bibliotecario, era amigo de Nando y hacía la vista gorda. El hombre era un revolucionario anarquista y solía decirles que la revolución no había muerto y que había mucha gente que pensaba igual que él.
-Algún día saldremos de esta pasividad, nos lanzaremos a las calles y les daremos por ahí a esos “fachas” dictadores.
Con semejantes libros, Miquel comenzó a preguntarse el significado del bien y del mal, sobre todo con dos de ellos: El árbol de la ciencia, de Baroja y Crimen y castigo de Dostoyevski. Éste último tan miserable y hermoso a la vez…cómo conseguía el autor resucitar a los muertos, sacar de la miseria las riquezas del alma humana. Qué difícil tenía que ser meterse uno dentro de sí, para poder describir con simples palabras inventadas por el hombre, unos sentimientos y sensaciones venidos del más allá. Debieron ser seres fantásticos, locos quizás, inadaptados, extravagantes, introvertidos…pero que lograron imprimir sus inquietudes y tejieron unas alas para que nuestra imaginación volara lejos de vez en cuando y construyeron unas muletas para que de tanto en tanto, bajáramos, viéramos y sintiéramos la cojera de la realidad.
En un recreo dando vueltas por el bosque, Miquel y Nando iban hablando de un trabajo manual que tenían que realizar con barro gris. Miquel haría el busto de Don Quijote y Nando el de Sancho Panza.
Un sonido cercano interrumpió la conversación, se miraron a los ojos boquiabiertos. Era como el llanto de un recién nacido. Tenía que estar allí mismo, entre los matorrales que limitaban el camino pedregoso. Empezaron a mover ramas apartándolas con sumo cuidado para no dañar algo tan frágil, el ruido de crujir hacía que el gimoteo fuera más continuo y lastimoso. Así continuaron buscando unos segundos hasta que al apartar un matojo lo vieron, envuelto en un grueso, viejo y roto suéter, salvo que no era lo que ellos creían al menos no humano. Acurrucado dentro de la lana, una cría de Siamés parecía decirle adiós a la vida. Tendría apenas unas semanas. Con palabras de exclamación y elogio se arrodillaron rápidamente y lo acribillaron a caricias y a besos.
-Déjamelo… ¡qué bonito que es!
-Toma, huuuui, cómo se agarra, me va a destrozar el jersey más de lo que está.
-Es precioso, pobrecito tiene mucho frío, mira está tiritando. A ver, déjame verte –lo levantó en el aire- eres un gatito muy guapo.
-¿Ah sí…? ¿Cómo lo sabes?, igual es una hembra.
-Seguro que no, ves este agujerito, las hembras lo tienen alargado y éste es redondo, ¿ lo ves?
-Sí, vaya, ¿quién lo habrá dejado aquí? Con el frío que hace, además es de buena raza.
-No sé, alguien que tendría muchas crías. Se les suele matar nada más nacer.
-Ya ves, su primer contacto con la vida es la muerte. Para los mayores es una cosa natural, están acostumbrados, lo hacen sin ningún remordimiento. Mi abuela los estrellaba contra la pared. Me acuerdo una vez que uno rebotó y cayó en la balsa donde las mujeres lavaban la ropa, aún estaba vivo, la abuela se arremangó la blusa y metió el brazo para cogerlo. Yo miré dentro y vi cómo aquel pequeño ser que tendría tan solo días, esquivaba aquella mano buceando por debajo de ella. ¿Te das cuenta?, qué instinto de supervivencia, luchaba con todas sus fuerzas para sobrevivir.
-¿Y qué pasó, lo cogió y lo mató, no?
-Sí, claro, pero bueno, vamos a pensar en este que nos necesita.
-Hola pequeñajo, ¿qué vamos a hacer contigo?,no podemos dejarlo aquí, se moriría y al “Semi” imposible entrarlo, enseguida se enterarían.
Acuérdate de lo que pasó con el pobre “Bobi”.
-Cada vez que me acuerdo…la gente es cruel con las personas, con los animales, con la Naturaleza…
-Pero hay quién piensa igual que nosotros, que se preocupan de las cosas: los buenos médicos, científicos, protectores de la Naturaleza…y de los animales.
-Sí, es verdad, quizás esté equivocado y deba darles una segunda oportunidad, pero me es difícil, no confío en ellos, siempre esconden algo, creo que nadie podrá convencerme de lo contrario.
-Para ello tendríamos que olvidar el pasado y cómo vamos a olvidarlo, si lo llevamos tatuado y cada día nos lo recuerdan, este animal abandonado es una prueba de la miserable existencia.
-¿Te acuerdas de Bobi?
Haría un mes y medio, a mediados de Octubre, habían encontrado un perrito de unos meses también por el bosque. Era una cosa frecuente, dado que no demasiado lejos se veían Masías y pequeñas granjas. Por las noches oían los ladridos de los perros que se confundían o su imaginación hacía que se transformaran en aullidos de lobos hambrientos que buscaban alguna presa. La misma ley que la del hombre. Bobi era mezcla de pastor alemán, bien claro se apreciaba en los rasgos y el color del pelo rubio y oscuro en algunas zonas. Tomaron del taller de manualidades herramientas y con maderas y troncos pequeños, le hicieron una casita en “su rincón”. Para que no sintiera frío la cubrieron por dentro con una manta que encontraron. En el tiempo libre le llevaban comida, agua y leche. El animal no quería apartarse de ellos, cuando los oía llegar movía la cola barriendo las hojas del suelo, se subía sobre sus piernas y lamía sus caras, alegre y travieso. Los chicos estaban muy contentos con su mascota, les daba pena tener que dejarlo allí solo, pero era lo único que podían hacer.
A veces entre los dos, lo subían y se iban a correr por el bosque. El cachorro era muy juguetón. Ahora que llegaba la Navidad, Miquel lo llevaría a Torredella, estaría mucho mejor.
Una tarde estaban a punto de saltar la verja cuando oyeron una voz. Se escondieron a toda prisa detrás de un banco de piedra cerca de allí y pudieron ver cómo el conserje y jardinero saltaba la alambrada de “su rincón” secreto, con un saco en la espalda. Algo había dentro que se agitaba y protestaba.
El jardinero andaba rápido y hablaba como si junto a él caminara otra persona, maldecía y daba golpes al saco de vez en cuando. Supieron que su sospecha era cierta al escuchar aquellos ladridos que no eran más que una súplica, pidiendo que se le sacara de aquel incierto lugar donde se le había obligado a entrar con unos cuantos bastonazos. Miquel y Nando sin atreverse a hacer acto de presencia siguieron al hombre que parecía estar muy enfadado. Continuaba maldiciendo al saco. Miquel sintió una vez más, aquella extraña sensación de odio y rencor y sobre todo esa impotencia que le obligaba a permanecer oculto, quieto cuando hubiera querido gritar y pegar al hombre que maltrataba a su perro incapaz de defenderse. Sin ser vistos llegaron a los árboles que crecían sobre un montículo de uno de los campos de fútbol. No había nadie por allí. Tras cerciorarse de esto, el jardinero ató con una cuerda larga el saco, del que salía un verso de dolor, débiles, pero desgarradores quejidos que ponían nerviosos a los dos muchachos. El hombre lanzó varias veces el otro extremo de la cuerda, hasta que logró pasarla por una gruesa rama y con las dos manos estiró y el saco quedó pendiendo en el vacío a la altura del pecho. Era un hombre alto, fornido. Los chicos vieron cómo hurgaba y sacaba del bolsillo unas grandes tijeras de podar las plantas y antes de que pudieran reaccionar, las clavó repetidamente en el bulto que sobresalía ensañándose con él, hilos de sangre salpicaron la tierra. Escondidos tras unas matas los chicos saltaron como resortes, lanzados contra el jardinero, dándole puñetazos, gritando, arañando.
-¿Por qué lo ha hecho, por qué?
Su respuesta fue un empujón que los mandó lejos.
-Dejadme en paz. Idiotas.
Nando le dio un puntapié en la rodilla, que le hizo tambalearse. Pero el hombre era fuerte y levantó su cuerpo.
-¡Así que sois vosotros quienes manteníais escondido a este sucio perro, hasta le habíais hecho una casa, una casa en mi jardín!, ¿Sabéis lo que me cuesta mantenerlo limpio y hermoso? El trabajo para que crezcan las flores y las plantas, y esta bestia de animal lo ha estropeado todo. Vosotros tenéis la culpa…
Fue hacia ellos con largas zancadas y el puño levantado, amenazador. El miedo se apoderó de ellos. Con la agilidad de un niño, se levantaron y huyeron aterrados, internándose en el reducto que atrapaba las gigantes celdas de piedra.
Llegaron exhaustos, jadeantes, les faltaba el aire en los pulmones, el corazón les latía con poderosa fuerza, acelerado. Contemplaban aún lo sucedido en sus imágenes y se desahogaron con lo único que les estaba permitido, llorar. Un llanto cubierto por la sombra del miedo, un llanto silencioso que clamaba a gritos justicia y tal vez, venganza.
Atrapados por un pasado.
Atrapados por el presente.
¿qué sentido tendrían sus vidas?
Se iban uniendo los eslabones de una cadena sin fin. ¿Conseguirían integrarse en una sociedad que les había engendrado el pánico en sus mentes?
Miquel estaba confundido, en su cerebro habían nacido pensamientos que le turbaban.
Se sentía mal y vomitó, esperando sacar de paso estas sensaciones angustiosas y fatales. Pero no fue así, seguía pensando en el jardinero y sabía que algo nuevo minaba su cuerpo. Comprendió que sus manos, si hubieran tenido la suficiente fuerza, habrían estrangulado el cuello del temido jardinero, sentía un malestar que se acrecentaba con una mezcla de placer, que le dañaba en lo más profundo.
-¿Te das cuenta Nando?, lo hubiera matado, lo hubiera hecho. Estoy creciendo y no quiero. Es la primera vez que tengo estos pensamientos asesinos.
-Miquel, por favor…tú no serías capaz de hacer daño a nadie, ¿cómo puedes pensar eso?, olvídalo, ¿quieres?
-Cuando vi al jardinero, clavando…-Sollozaba.
-Teníamos que haber intervenido antes Nando. Siempre he llegado tarde a todo, la cobardía me ha impedido actuar y ahora…esto. Si se lo decimos a alguien en lugar de darle su merecido, seguro que nos castigarían, ¿qué hay que hacer?...¿un pacto con el diablo?
-No digas idioteces, yo me siento igual que tú, odio a ese hombre y le hubiera dado una buena tanda de palos, me siento indignado, débil. Quisiera ser mayor para poder vérmelas con ese ogro.
-No digas eso, ¡mayor! ¿no te das cuenta que esta sensación forma parte del principio?, me voy volviendo como ellos, violento, hipócrita…
-Que no Miquel, que no, esto es por lo que hemos presenciado, es lógico que tengamos ideas monstruosas después de ver un crimen. Ellos son los que viendo cada día estas injusticias no sienten nada, la costumbre les hace callar. Y ahora, me has de prometer que me vas a ayudar a olvidar esta secuencia, no les sigamos el juego, ¿vale?, ¿prometido?
-Bueno…si no fuera por ti. Contigo me olvido de todo lo que he de olvidar, gracias por estar conmigo, no sé qué haría sin tu ayuda.
-La ayuda es mutua. Nos necesitamos.
Esto había ocurrido a mediados de Octubre. Al jardinero no habían vuelto a dirigirle la palabra y le evitaban en lo posible. Éste parecía que no les reconociera, los chicos terminaron creyendo que  estaba mal de la cabeza.
Decidieron llevar a su recién bautizado “chispas”-el nombre venía de cuando lo vieron entre los hierbajos, Nando había gritado esa palabra y luego al recordarlo, les gustó.
Así que esta vez lo llevaron a la “casa del árbol”, allí estaría apartado del Seminario, por lo tanto, seguro. No se podría escapar porque estaba muy alto y el espacio era bastante aceptable, podía correr y jugar por la casita, trepar por las estanterías, arañar y morder a su gusto la madera y dormir blando y caliente, en los cojines que pronto eligió para este menester. Le trajeron una lata de agua, como no caía lejos  la fuente de las Aguas, podían  cambiarla muy a  menudo y otra lata que llenaban con comida y leche. Dos dóas después “Chispas” no era el mismo, había engordado y corría feliz por la cabaña, husmeaba todos los rincones y aprendió enseguida a hacer sus necesidades en una caja de latón llena de arena, que le iban limpiando.
Quedaban sólo tres días para las vacaciones de Navidad. Miquel y Nando habían pensado hacer una salida nocturna, para despedirse de una manera especial y conmemorativa.
-¿Quieres que lo digamos a los demás?
-¿Quieres tú?, yo creo que sería mejor ir solos, estaremos quince días sin vernos y tenemos tantos secretos compartidos que ellos ignoran.
-¡Quince días!, me parece mucho tiempo. Te voy a echar de menos.
-Toma y yo a ti, pero qué le vamos a hacer, ellos mandan, nosotros obedecemos.
-¿Y cuándo salimos, hoy o mañana?
-Mañana es la última noche, mejor esperamos, ¿no?
-Vale, así podemos prepararlo con más tiempo, coger algo de comida y…moscatel.
-Está bueno, ¿eh?...
-¡Ostras si está bueno! Y quita el frío de golpe.
Ese día lo pasaron en clase y con “Chispas” en la “casa del árbol”. Pillaron una buena cena que guardaron en el armario del dormitorio. Último día de clases, los chicos pensaban en el día siguiente. Por la mañana temprano llegarían los familiares. Habría abrazos, besos, apretones de mano, sonrisas, lágrimas… y después el Monstruo de paredes grises quedaría sumergido en el silencio, una tranquilidad sepulcral. Los fantasmas rondarían nuevamente liberados del ruido de los escolares, arrastrarían sus cadenas chirriantes en un mutismo absoluto y vagamente permanecerían ocultos, espíritus fuera de sus cadáveres. La única vida que allí existía, mañana desaparecería. La alegría y tristeza de un niño andaría lejos, buscando un sitio que ocupar, donde poder seguir siendo niño. Los patios quedarían otra vez vacíos, los claustros desiertos, las aulas con sólo el dulce olor a lápices de color y goma de borrar y en la pizarra las últimas notas de despedida.
Y llegó la gran noche.
A las doce menos cuarto dos muchachos alzaron la cabeza al mismo tiempo, con un asentimiento se levantaron sigilosamente. Con alguna ropa idearon un cuerpo, por si pasara el Hermano, así vería el bulto en la cama y no se daría cuenta de su ausentismo.
Sin hacer ruido abrieron el armario, sacaron una bolsa con pan y bacon. Cada uno se cubrió con una manta, si aquí dentro hacía frío, el que haría fuera en el bosque. Se encaminaron a los lavabos.
-¿Has cogido el tabaco?
El otro le alargó un cigarrillo a modo de respuesta al tiempo que ponía uno en sus labios.
-¿Y las cerillas?, es importante para encender el fuego.
-Todo está controlado, toma. Prendieron fuego al cigarro aguantando la tos de las primeras caladas.
-Bueno tenemos linterna, cerillas, comida…¿mantas?, sí, también.
Con el dedo en los labios, siseó:
-Vale…pues vamos allá.
Bajaron las escaleras de los claustros, despacio, temblando de excitación. La Luna estaba bien llena, a ratos unas nubes la tornaban invisible. Su luz, venía y se iba como por encantamiento.
Llegaban al tramo final, entraron en la cocina y saltaron por el ventanal a los corrales. Siguieron el sendero hasta la verja, ayudándose el uno al otro, pasaron al otro lado. Ya estaban en el monte, el bosque…lo salvaje.
Caían unas finas gotas que por supuesto no les hizo desistir de su propósito, ¡era la última noche!, un ligero viento movía las ramas y la chispeante lluvia les embriagaba. El arte de la Naturaleza se apoderó de ellos. A pesar de la alegría, sentían profunda pena, una tristeza les envolvía esa noche. No volverían a verse hasta la mitad del mes de Enero. La emoción de Miquel por volver a Torredella no acallaba ni apaciguaba esta angustia que le abrasaba el pecho. Tenía miedo de perder a su amigo y no quería.
Eran inseparables.
Pero eso no ocurriría, no con Nando. Sólo serían unos días en los que podría ver a Valentina, Ricardo, Manolo, Pepito…a “Batalla” y a “Crespi” que ya estaría grandote.
Caminaron gateando al principio, luego sin peligro de ser vistos encendieron la linterna. El intervalo de luz de Luna cada segundo era más espaciado, las nubes iban ganando terreno.
Hacía mucho frío se podía masticar el hielo del aliento, el aire soplaba ráfagas cada vez más impetuosas. Anduvieron unos veinte minutos, pasaron las “siete esquinas” y llegaron a la “casa del árbol”, Chispas al oírlos maulló, subieron y le dieron un poco de su comida.
-Vamos a llevárnoslo.
-¿Quieres decir?
-Sí hombre, junto al fuego estará a gusto.
Nando lo tomó entre sus brazos, tapándolo con la manta que cubría su cuerpo y bajaron.
Una vez en el suelo lo dispusieron todo, colocaron unas cuantas piedras, así en redondel, en el interior arrugaron unos tebeos que traían expresamente, encima pusieron ramas finas que iban recogiendo por los alrededores y sobre éstas, ramas más gruesas para que no se apagara y fuera manteniendo la brasa encendida. Tardaron un rato en darle vida, pues el viento apagaba las cerillas, al final su afán y tesón pudieron más que el elemento y se encendieron las hojas de papel que rápidamente hizo su efecto. Un bonito fuego alumbró sus caras enrojeciéndolas. “Chispas” se acurrucó junto al calor de la hoguera. La leña que habían recogido la guardaron bajo las ramas de la “casa del árbol”, así si llovía no se mojaría. Cuando una gota caía en el fuego crujía, las llamas se revolvían traviesas. Los chicos fumaban y bebían vino dulce que les puso un poco más tristes y les ayudaba a expresar sus sentimientos.
Mientras, el cielo se había revestido totalmente de nubes.
-Va a caer una buena tormenta.
-Será un buen recuerdo.
Rió Miquel.
Se sentían tan bien, que no les importó. Hablaban de lo que harían, de lo que habían pasado juntos. Decidieron escribirse para no perder contacto.
 Tres cuartos de hora más tarde, la lluvia y el viento se confabularon para atizar con más crueldad, con una descarga de rayos y truenos violentos, creando unos efectos ópticos, luminosos y devastadores. Parecía que la Naturaleza quería decirles:
-Aquí mando yo.
Los amigos seguían hablando, tan absortos en sus palabras que no se daban cuenta del mal tiempo y de que se habían bebido la botella entera. Hasta que cayó un sonido brutal del cielo abrupto y les asustó, entonces reaccionaron. Donde habían amontonado la leña, la hojarasca encantada, perenne en todas las estaciones del año, formaba una especie de singular cueva, allí el agua no llegaba, corrieron empapados y tiritando.
-Vaya aventura, chico.
-Oye aquí hace un poco de frío…
-Con lo bien que se estaba al lado de la hoguera, mira a “chispas”, está congelado.
-Así acabaremos nosotros si no nos secamos pronto…
-¡Ya sé!, tengo una idea, ¿ves esas piedras?, están secas, tenemos cantidad de leña y aquí en mi bolsillo tengo algunos folios que no han llegado a mojarse, tenemos suerte.
-Buena solución, encenderemos el fuego aquí, la lluvia no podrá apagarla y secaremos la ropa, si no vamos a pillar una pulmonía.
Y del dicho al hecho, pronto las llamas crepitaron en la noche. Se sentaron al abrigo de los árboles cuyas ramas cargadas de misterio les protegía. La lluvia se hizo intermitente, caía de golpe, paraba y retornaba la carga repiqueteando su tamborileo. En un momento de calma, que la lluvia cesó de martillear, el aire sacudió con tremendo frenesí, tanto que arrastró el fuego y lo alzó hasta las ramas que prendieron como la dinamita. Las llamas corrieron veloces como un gamo y subieron a la copa del árbol, en seguida pasaron de éste al más próximo y después a otro y continuó la mecha, creando unos fuegos de artificio macabros, se escuchaba un eco gigante de crepitar de hojas. Ahora la noche era horriblemente luminosa. Se habían encendido por sorpresa las luces de una extraña sala, a oscuras, con solo apretar el interruptor. El fuego recogía los asombros de las voces moribundas, los cantos lejanos irrumpían la cercana música de los tímpanos místicos de un oído temido. Una inocente hoguera se había convertido en culpable incendio, tirado en tierra prohibida de una eternidad errónea, fatiga interna del camino recorrido demasiado aprisa…espejo de agua…sin rostro cautivo.
 Las ardillas y otros animales del bosque huían traspasando las llamas que destruían sus madrigueras.
Los muchachos salieron corriendo, horrorizados. Nando paró de pronto, en seco su carrera, ¡Miquel no le seguía!
-Miquel, ¿dónde estás?...
No obtuvo ninguna respuesta, miró a su alrededor y no lo vio, lo llamó…Volvió atrás hacia el lugar del caos y allí lo encontró: luchaba para desasirse de los pinchos claveteados de una enredadera alambrada. Se encontraban sus ropas enganchadas atravesadas en ella y al estirar se le clavaban en la carne. Chillaba de dolor y de miedo. Las llamas le rodeaban, gritaba desesperado.
-Nando, ¡sácame de aquí!
-Tranquilo, estoy aquí, aguanta, yo te sacaré… ¡aguanta!
Se adentró con la intención de acercarse a donde estaba su amigo. Miquel se sintió como un inválido, no podía mover sus miembros, no lo conseguía. Con los nervios en vez de salir aquel estrangulador de espinos, se le enrollaba más y más en el cuerpo.
-¡Nando, me voy a quemar, ayúdame…!
El humo le ahogaba y gritaba entre toses.
-Nando, Nando…no puedo más, me asfixio.
Miquel estaba viviendo el pasado en su propia piel.
-Miquel aguanta un poco más, seguro que ya habrán visto el fuego, ya estarán en camino…
Y sus pensamientos gritaban: ¡tiene que ser verdad! No podía acercarse más, se sentía mareado por los vapores tóxicos del humo, las astillas de los árboles caían cerca de él y el rugido del fuego apenas le dejaban oír los gritos lastimosos de su amigo.
-Nando, no puedo más!, me ahogo, me quemo, me estoy abrasando…Dios mío…voy a morir, ¿cuánto tardarán en llegar, Nando cuánto?, no lo resistiré.
Nando hacía todo lo posible, lo que podía. Con la manta golpeaba ésos brotes que habían sembrado unas simples cerillas pero no conseguía nada, existía una barrera ardiente entre los dos muchachos.
Miquel sangraba sudor, su cuerpo era negro como el carbón y yacía inerte, desmayado, ya sin fuerzas. Nando lo vio y entre lágrimas y gritos entrecortados por la asfixia, respiraba odio y mil veces, de nuevo impotencia.
Allí apenas unos pasos su mejor, su único amigo, estaba atravesado por las llamas.
-No Miquel, no, no me dejes no por favor…no.
Tras un descanso fatal, la lluvia volvió a caer torrencialmente y el fuego fue disipándose sin lucha, obedeciendo sumiso. Nando apoyado en un tronco carbonizado, lloraba y echaba maldiciones, absorto en esa figura negra, pequeña, humeante.
Recordó las palabras de Miquel:
-No quiero ser como ellos, no quiero crecer.
Una risa histérica brotó de su garganta.
-No crecerás Miquel, lo has conseguido.
Estaba totalmente ausente. No se dio cuenta cuando alguien lo cogió en brazos y le dijo:
-Fernando ya pasó todo, cálmate, vamos a casa.
-A dónde, a casa?
Y sonrió.
A los que habían acudido, les extrañó esa sonrisa, pero nunca más se le borraría de los labios.
Por la mañana se quedó el Seminario desierto.
Una nube de humo acariciaba el bosque.
                                 
                                                               FIN