Yakov
solía comer todos los martes, poco más o menos, indisolublemente en el
multirracial Je T’Aime, café modernista de
hipotético choque sociocultural con titulo de ostentosa realeza, sí, Yakov era
un arquetipo forzosamente mediático y coercitivo…fácil de relegar, de estrías
grotescas y amanerado…escapado de la viñeta de un cómic macabro, designando
vacante la plana ambarina del esbozo, evadiendo el esferográfico de los aciagos
designios del guionista y proyectante, calculadores del diseño comercial sin entelequia…no,
Yakov no estaba dispuesto a que expiraran su caricatura a un insustancial
magazín de exposición.

Experimentaba
un vino amontillado y un ardor en las mejillas…se deleitaba del escenario de
ofrenda que la bienhechora existencia le confería. Se hallaba sentado en el
anochecer de la barra del refectorio escuchando los Aventis que los sirvientes prodigaban entre risa y carcajada,
mientras recogían efugios de una extensa y ruda jornada de labor. El ostracismo
había trillado un anónimo personaje en su andurrial…Yakov le echó una ojeada
con inusitada extrañeza ¿Qué hacía allí, aquel, inmediato a él? ¿El local
subsistía tan saturado que no había opción de ubicarse en otro término? Claro
que no. El envite era ajeno a inclinaciones, ya que se encontraban a solas a
excepción de los camareros y de un músico que afinaba su saxofón.
Conclusión,
no correspondía inquietarse, mera y llanamente un señor vete-a-saber-la-causa
se hallaba allí sin más doctrina que una indisposición, un equívoco…requería
fuego o algo prestado ¿vendía flores? Talmente la soledad del antro le
desbordaba… ¿querría hacerle una confesión, algo había acontecido y comparecía
a facturar el mensaje?... ¿una virulenta crónica, un incidente…?. Yakov comenzó
a sudar, deslizándose un pañuelo por la frente. No podía ser grave reparando en
la impavidez de su semblante…el asunto es que no le resultaba del todo
incógnito y sin embargo aquel no le había saludado ni presentado su apremio
¿despertó sin prestezas? ¿Estaría huyendo de alguien? ¿Era Yakov su coartada?
¡Solicitaba dialogo! ¿Pues porqué no exponía nada?... solo miraba con unos ojos
penetrantes que no le deponían indiferencia… pero no le daban a entender. Cada
vez estaba más seguro de que le conocía de alguna situación conjunta, ¿en el
ascensor, en la empresa?…quizá fuera el portero de uno de los hoteles que
frecuentaba, o se habían cruzado en el crucero del verano…AAAH…ensoñación…
recordaba Idra, isla blanca de piedras perdidas y rocas golpeadas por olas
mordidas y cavernas hendidas entre las notas
de “Terra”del Bahiano Caetano Veloso, Idra, anclada en el egeo griego…
Yakov
revive en diferente cultura la misma escena caleidoscópica de emotividad y
sensación de encuentro con la naturaleza de virgen elemento …marineros pintando en el mar calles estrechas
de grises pinceladas… arrojaban el cebo y se asilaban en la contemplación de
los agrestes acontecimientos.
Aquel,
vestía elegantemente un traje negro de franela, camisa de tonos asalmonados,
aderezada impecablemente con un chaleco a juego. Se le notaba satisfecho y
holgado dentro de su prenda, cómodo, tradicional a esas ropas de selecta
delineación. Con ello Yakov llegó a la ilustrada consumación de que el
individuo residía afinadamente conveniente en su papel…innegable que era un
conocido al que no recordaba…qué pésima memoria,¿un viejo amigo de la Universidad?, si, si,
quedaba convencido de conocerlo, le tenía visto…¿pero donde?...simétricamente,
Yakov principiaba a quedar harto, no se tenía que alarmar …qué más daba quien
fuera, en su conversación le diría lo mal educado de su conducta y añadiría-
aunque faltara a la verdad- que ese sitio ya estaba ocupado. Meditó largo y
tendido y cuando por colofón decidió pasar a la acción, un financiero del
establecimiento se le adelantó, acercándose con altivo porte y dirigiéndose
hacia aquel hombre enigmático…Yakov suspiró conforme y aplacado con una sonrisa
en los labios, justamente no tendría que brindar un espectáculo que por otra
parte le resultaba del todo desagradable. Ahora le indicarían con buenas formas
como era natural en una educación distinguida-y le constaba que el local era
refinado de primerísima categoría y excelentes costumbres- si podía hacer el
favor de levantarse y mudar de asiento, si pretendía permanecer en la estancia.
Así
que llegó el anfitrión y le habló, apuntó algo que a Yakov dejó
asombrado…helado…le hizo un gesto de reconocimiento mientras le
preguntaba
si todo había sido de su agrado, aquel asintió y le dio unos billetes, a la
sazón se levantó, acto que a Yakov le ocasionó un intervalo de respiro ya que
al punto quedó petrificado cuando el propietario le dio a aquel las buenas
noches acompañándolo al portón giratorio de la salida, este hecho no hubiera
significado decididamente nada si el nombre con que le despidiera no fuese el
de Yakov Petrovich Goliadkin.
Nota: Yakov Petrovich Goliadkin es el nombre del
protagonista de la novela “El Doble” de F. Dostoiewski.