Viví con calma en el hospital mental. Pude pensar y escribir algunas tesis sobre la enajenada sociedad capitalista.
Cuando por fin salí, una tarde lluviosa y gris, anduve por las calles sucias y macilentas del viejo barrio portuario de Barcelona. Esas callejuelas con resonancias de las últimas guerras que padecen el frío de las victimas engañadas. De los golpes y tropiezos, contradicciones y descubrimientos de crudezas veladas. Entre todas, elegí una pensión regida y alternada por meretrices, era muy barata y humilde, con una habitación austera y miserable. Era sin embargo, todo lo que necesitaba: un pequeño camastro y una mesita de madera, llena de quemaduras de cigarrillo. Una lamparita con una bombilla fundida y baldosas de cerámica catalana, algunas rotas, muchas sueltas sin yeso y al pisar sobre ellas bailaban al compás del hambre y los retortijones en el estómago. Solía comprar una barrita de pan con cornezuelo espiritual, una porción de queso y vino tinto…y así pasaban los días y las noches y no dejaba de lloviznar a este lado de la ciudad.
Cuando por fin salí, una tarde lluviosa y gris, anduve por las calles sucias y macilentas del viejo barrio portuario de Barcelona. Esas callejuelas con resonancias de las últimas guerras que padecen el frío de las victimas engañadas. De los golpes y tropiezos, contradicciones y descubrimientos de crudezas veladas. Entre todas, elegí una pensión regida y alternada por meretrices, era muy barata y humilde, con una habitación austera y miserable. Era sin embargo, todo lo que necesitaba: un pequeño camastro y una mesita de madera, llena de quemaduras de cigarrillo. Una lamparita con una bombilla fundida y baldosas de cerámica catalana, algunas rotas, muchas sueltas sin yeso y al pisar sobre ellas bailaban al compás del hambre y los retortijones en el estómago. Solía comprar una barrita de pan con cornezuelo espiritual, una porción de queso y vino tinto…y así pasaban los días y las noches y no dejaba de lloviznar a este lado de la ciudad.
