
jueves, 27 de julio de 2017
Un lugar retirado (Junio 2008)

miércoles, 19 de julio de 2017
Humos y misericordia… (25 septiembre 2011)


jueves, 13 de julio de 2017
EL CHICO DEL PISO DE ARRIBA... (Otoño de 1989)

Me lo encontré por la mañana en el rellano de la escalera de casa, oí sus pasos mientras
cerraba la puerta con
llave. Alguien, a mi espalda, me saludó. Yo, como señal de cortesía, le devolví
el “buenos días” sin prestar demasiada atención, hasta que me giré y
lo vi, miré aquello y me
impresionó. Sin embargo, pude disimular mi repugnancia: su cuerpo no medía más
de medio metro, me recordó a los seres diminutos y monstruosos de las películas
de terror.
Su cara estaba completamente
desfigurada, no sabría decir si lo tenía todo en su sitio o si le faltaba algo.
Tenía la cabeza rapada por partes, como si se arrancara el pelo a mechones. Por
suerte tuve fuerzas para contener el asco que me dio, pero estoy seguro de que
él se enteró de todo lo que en esos
momentos me pasaba por la mente y por el estomago.
-Hola, vives aquí, ¿no? Yo estoy con mi madre en el piso de arriba, justo encima
del tuyo.
Me sonrió, y me pareció
extraño que un ser así pudiera tener todavía sentido del humor. Moví los labios
avergonzado:
-¿Tú eres el nuevo…?
Bueno, ya nos veremos, es que voy a llegar tarde al colegio, de hecho ya no
llego a tiempo.
Hice un gesto de
encogimiento de hombros.
-Tendré que correr…
-De acuerdo, como
prefieras, supongo que querrás ir solo, es que ¿sabes? llevo aquí un rato
esperándote, yo también voy a tu instituto y pensé…si no te importa, claro, que
podríamos ir juntos, a no ser que te moleste mi compañía o que te vean conmigo.
Se miró su corta figura.
Poco podía ver, pensé.
-No, no, qué
tontería…vamos, pero démonos prisa.
Mentí, ¿y qué otra cosa podía hacer?
-Gracias Jorge…es así
como te llamas, ¿Verdad?
-Sí, Jorge Santos ¿Y tú?
-Yo…eeehh, mira ya está
aquí el ascensor.
Bajamos sin hablar, un
poco incómodos (al menos yo).
Anduvimos por las calles
de Barcelona. Mi vecino me contó historias muy interesantes y me hizo reír con
sus ideas que fluían inteligentemente, con rapidez y gracia. Sus ocurrencias
casi me hicieron olvidar el apuro que daba ir a su lado, pensaba acalorado qué
dirían mis compañeros, cuando me vieran con un tullido enano lleno de muñones.
Llegamos y nos despedimos, dijo que iba a otra clase. Me alegré. Luego volvió
todo a la normalidad, igual que todas las mañanas.
Nadie me comentó nada,
supongo que no me vieron, mejor. Todo siguió con el mismo monótono aburrimiento
cotidiano, salvo que mi mente no estuvo allí en todo el día. Abstraído, pensaba
en el nuevo muchacho, qué rara sensación, me causaba malestar, pero por otro
lado sentía una necesidad de verle que aumentaba a cada minuto que pasaba. Me
preguntaba cómo podía vivir con tanta energía un engendro tan horroroso. En un
descanso intenté indagar sobre el chico nuevo. Nadie supo decirme, ni siquiera
estaban enterados de que hubiera llegado. Esto me confundió más, pues a esas
horas tendría que estar hablando de él, todo el instituto.

La mujer trajo y puso sobre la mesa un plato
lleno de cucarachas y otros asquerosos
bichos, él los comía mientras
reía a carcajadas. La madre también reía a gusto.
Después, trajo otro plato
cubierto y al destaparlo se pudo ver el contenido:
Mi cabeza asomaba
humeante, adornada con perejil y rellena de sensaciones de ridículo y burla,
todo se podía ver claramente, igual que en las bolas mágicas de las gitanas. La
cabeza miraba suplicante y las cucarachas entraban por la boca y los oídos,
devoraban la carne. Ellos dos me miraban y decían:
-¿Cómo te sientes ahora?,
ya sabes, ya conoces lo que es la desgracia, el sentirse comido. Ahora aprende
a resignarte. Yo lloraba y rogaba que me sacaran de allí y entonces el chico se
acercó y me hizo volver a la realidad, mientras una lágrima
Desperté empapado en
sudor, temblando de frío. Era temprano, me levanté y dejé caer una ducha con el
agua congelada sobre mi castigado cuerpo (¿por qué habré dicho lo de castigado?).
El solo pensamiento del chico del piso de arriba me perturbaba, me aturdía y a
la vez me tenía perdidamente obsesionado, como poseído, me mortificaba. No
sabía qué me ocurría y ese estado me inquietaba.
Con estos pensamientos ni
siquiera me había dado cuenta del tiempo que llevaba bajo el chorro de agua. De
pronto desperté y pegué un salto hacia la toalla. Había agarrado mucho frío y
tiritaba, me froté con la toalla y me vestí a toda prisa. Seguía siendo muy
temprano, pero temía que él no me esperara y necesitaba verle.
Madre me preparaba el
desayuno. De la manera en que me miró, seguro que dedujo algo de lo que me
estaba ocurriendo. Cuando preguntó me apresuré a negar con la cabeza.
-No pasa nada, mamá, no
te preocupes.
Ya sé que no se lo creyó,
pero tampoco podía contárselo. Aunque hubiera querido, ¿Qué le iba a contar? Le
di un beso agradeciendo que no me hiciera preguntas.
-Adiós mamá, hoy llegaré
pronto…te lo prometo.
La pobre mujer vino
detrás de mí, trayendo los libros y el bocadillo. De nuevo gracias, adiós, ¿Qué
te pasa?; nada, nada, adiós, cuídate hijo tienes mala cara.
-Sí, mamá, adiós.
Cerré la puerta de un
golpe, me había empezado a agobiar con tanta ceremonia.
Bajé por las escaleras y
allí en el portal me senté a esperar. Soplaba el viento, me subí el cuello de
la cazadora, podía estar diez minutos más aguantando las inclemencias del
tiempo. Cuando ya me iba, se abrió la puerta
-Hola Jorge, perdona que
me haya retrasado. Mi madre no se encontraba muy bien.
Me contagiaba su alegría
enigmática. Su mirada era triste, amarga, pero llena de comprensión. Estando a
su lado, el jorobado de Notre-Dame parecía yo, me sentía bien, orgulloso de ser
su amigo. ¿Me estaba volviendo loco? Creí por un momento que todo, incluso mi
vida, dependía de él.
-Vamos, llegaremos tarde…
-Si, si, claro, vamos.
Desplegó el paraguas y yo
lo aguanté mientras anduvimos por la misma calle.
Llegamos ante el edificio
negro de posguerra, subimos las escaleras y, ya resguardados, me dijo que se iba. Le pregunté
a dónde y por qué, y no quiso o no supo decírmelo.
-Ya no hace falta, ahora
nos hemos conocido.
De pronto, toda la lluvia
me cayó encima. ¿Qué habría querido decir? se lo preguntaría después.
Como el anterior, pasé el
día en otro mundo, ensimismado, pensando en el chico cuyo nombre ni siquiera
sabía. Pensé de qué manera me había cautivado su simple presencia. Pocas
palabras y creía conocerlo bastante bien, solo una incógnita me preocupaba. Di
un pretexto al profesor para poder salir antes, tenía la esperanza de
encontrarle, pero no fue así, por lo que me fui solo a casa.
Dormí otro extraño sueño.
El y yo corríamos contentos por el campo, el sol siempre se apoyaba en la
sombra de uno, así que cuando uno brillaba, el otro se apagaba, éramos
hermanos, la luz y la oscuridad nos delataban. Yo era un enano y un gigante y madre
nos llamaba, y era la voz de madre.
No pude llegar al final,
desperté sobresaltado, salté como un resorte de la cama, con la última duda
abrochándome los cordones de los zapatos.
Subí los pocos escalones
que separaban los dos pisos. Allí estaba, frente a la puerta, sin importarme el
ruido llamé al timbre con insistencia, hasta que oí unos pasos que se acercaban
y una voz que preguntaba. Le dije que era el vecino de abajo. La puerta se
abrió y un abuelo de pelo canoso asomó la cabeza.
-¿Qué te pasa chico?
-¿Dónde está él, el chico
pequeño…? No sé su nombre…
-¿Te refieres al tullido?
-Sí, ése, llámele.
-Mira chaval, si me estás
tomando el pelo se lo diré a tu madre. ¡Llamar a estas horas para esto!
-Necesito hablarle,
llámele por favor. Llámele…
-Te estás poniendo
pesado. El enano vive abajo, justo debajo de mi piso.
-¿Qué dice?, si ahí vivo
yo, no puede ser.
El viejo me cerró la
puerta en las narices, quizá tenía razón.
Me quedé allí un buen
rato, como un idiota. Caí como por un golpe.
Qué ciego había estado
todo el tiempo, bajé corriendo y antes de entrar me detuve, sonreí y miré mi
cuerpo pequeño, por primera vez respeté ese físico de ciencia-ficción. Me sentí
orgulloso de mi lucha para que todos compartieran mi visión y no compadecieran
la magia de los gnomos, genios de la
tierra habitada por los difíciles humanos.
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