Es un día
soleado y sudado, agosto años 60…has bebido tu cerveza con grosella en la cantina
del camino, allí los hombres beben y hablan de deportes y finanzas, tipos duros
con sus cicatrices y revólveres acechando, los naipes sobre la mesa, unos juegan al billar…todos han apostado por Luigi,
“el bolas”(es el rey de la bolera) El portero del local con los puños golpeó a la
mala suerte y el que malgastó, recibió su merecido…allí tirado sobre el polvo
de la explanada.
El
paisaje, diríase pintado por Edward Hopper, es yermo y desértico…Aquí todos detienen sus
vehículos para refrescar el gaznate, llenar el depósito de combustible y quizá
atrapar unos billetes al destino, si éste se acerca.
Ya se
oculta la luz de la faz quebrantada y asoma una Luna gigantesca que baña el
barro seco hasta llegar al horizonte y una sombra solitaria, acompaña a las
serpientes y escorpiones que silban sus canciones salvajes.
La
soledad de unas vías muertas, una mina abandonada, las piedras que tiras a las
botellas, sin acertar a ninguna…el hastío del paso lento del tiempo, la crudeza
de la existencia, y la oscura roca, junto a los cactus alucinógenos, te hacen cavilar
en lo que te aguarda, en ese futuro incierto en la ciudad del deshielo.
Sanguinario viaje sin alma que has decidido postergar a un clima más salubre.
Te quitas el sombrero y rascas la mente,
rebuscando lucidez…pero sabes que es tarde para ti, hoy has ganado demasiado caudal
en la timba…
Para una
vez que saco algo, piensas.
Oyes como
se abren las puertas traseras de la taberna, cuatro o cinco individuos salen,
ebrios de excitación, exhibiendo bates de béisbol y cuchillos afilados por una
enorme rueda de piedra de arenisca…vienen hacia tí, con insultos de tramposo,
fullero y estafador, por no citar a tu madre…te colocas bien el sombrero y te
giras, dando unos pasos vacilantes…ves el cartel sobre la puerta donde describe
el nombre de este antro “El infierno del forastero” y sonríes, encendiendo un
cigarrillo, marchando hacia ellos…
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