Andaba
despacito (antes de que saliera la dichosa canción) por las calles de la ciudad. Las piernas no le permitían las prisas y así tomó su camino con
filosofía, y un bastón de avellano, hecho por él mismo, años atrás en el
Pirineu Català de Lleida.
Algunas
veces se encontraba con otros ancianos como él y charlaban con lengua seca y pausada,
gesticulando con su artrosis y mirando con ojos legañosos, operados de
cataratas. Platicaban de estos tiempos que no terminaban de entender…
Tanta
tecnología y sin embargo, ¡Cuanta miseria y desigualdad social, cuanta hambre
espiritual!
Seguimos
preguntándonos nuestras propias respuestas…
De la
forma que mas disfrutaban los viejitos, era dialogando de sus días lejanos,
ahora nostálgicos, melancólicos y desdibujados por la escasa retentiva.
Agarrados al recuerdo como única tabla de salvación. Un impulso obligado a
mentalizar pasados y antesdeayeres, antes de que la “nueva sociedad” que no
disimulaba su despreocupación y abandono, no les diera el tiro de gracia.
Con manos
temblorosas, Dámaso, buscaba en los bolsillos de la chaqueta y orgulloso
mostraba a sus vecinos de banco, unas fotografías de boda y nacimientos,
siempre las mismas fotografías beige y un poco desenfocadas.
El Sol
daba fuerte, se calaba la gorra (no le fuera a dar una insolación) que le
regalaron en el siglo pasado. Miraba el reloj, herencia de su bisabuelo, que
colgaba del chaleco por una cadena de plata. Y con apoyo de la también vieja,
rama de avellano, se levantaba, encorvado y con los huesos quejumbrosos, se despedía con un incierto adiós. Tal vez a
la mañana siguiente, alguno de los presentes, o quizá él mismo no se presentara
a la cita…Ya iban quedando pocos.
Dámaso,
desandaba sus pasos, muy calmado, con el ardor del alma enferma, herida eterna
que ya comenzaba a cicatrizarse…Incontables veces por el camino había querido
morir…en este momento que percibía el fin próximo, se resistía a dejar sus
bártulos a la intemperie emocional…

