Andaba despacito (antes de que saliera la dichosa canción) por las calles de la ciudad. Las piernas no le permitían las prisas y así tomó su camino con filosofía, y un bastón de avellano, hecho por él mismo, años atrás en el Pirineu Català de Lleida.
Cuando
Dámaso llegaba al parque del barrio de la “larga vida”, se sentaba como cada
mañana en el mismo banco de madera, pintado éste de color amarronado Kalua
(licor de café hecho en México). Se hallaba la banqueta en un rincón para las
edades olvidadas.
Algunas
veces se encontraba con otros ancianos como él y charlaban con lengua seca y pausada,
gesticulando con su artrosis y mirando con ojos legañosos, operados de
cataratas. Platicaban de estos tiempos que no terminaban de entender…
Tanta
tecnología y sin embargo, ¡Cuanta miseria y desigualdad social, cuanta hambre
espiritual!
Seguimos
preguntándonos nuestras propias respuestas…
De la
forma que mas disfrutaban los viejitos, era dialogando de sus días lejanos,
ahora nostálgicos, melancólicos y desdibujados por la escasa retentiva.
Agarrados al recuerdo como única tabla de salvación. Un impulso obligado a
mentalizar pasados y antesdeayeres, antes de que la “nueva sociedad” que no
disimulaba su despreocupación y abandono, no les diera el tiro de gracia.
Rememoraban
las guerras, la mundial y la civil, repasaban anécdotas de la niñez y de la
juventud. Las ejecuciones y muertes de amigos y familiares, las duras tareas
del campo, las cosechas destrozadas por huracanes y granizadas. El alimento
precario y una historia temperada, repleta de dificultades…Se emocionaban
cuando mencionaban a los hijos y esposas… ¡Qué tiempos aquellos, compañeros…! Y
pensaban en la lucha obrera contra el patrón y el capitalismo, dos caras de una
misma moneda.
Con manos
temblorosas, Dámaso, buscaba en los bolsillos de la chaqueta y orgulloso
mostraba a sus vecinos de banco, unas fotografías de boda y nacimientos,
siempre las mismas fotografías beige y un poco desenfocadas.
El Sol
daba fuerte, se calaba la gorra (no le fuera a dar una insolación) que le
regalaron en el siglo pasado. Miraba el reloj, herencia de su bisabuelo, que
colgaba del chaleco por una cadena de plata. Y con apoyo de la también vieja,
rama de avellano, se levantaba, encorvado y con los huesos quejumbrosos, se despedía con un incierto adiós. Tal vez a
la mañana siguiente, alguno de los presentes, o quizá él mismo no se presentara
a la cita…Ya iban quedando pocos.
Dámaso,
desandaba sus pasos, muy calmado, con el ardor del alma enferma, herida eterna
que ya comenzaba a cicatrizarse…Incontables veces por el camino había querido
morir…en este momento que percibía el fin próximo, se resistía a dejar sus
bártulos a la intemperie emocional…
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