Permaneceré en solitario, y aprenderé a escuchar
al amigo de la noche de ayer, que me relató la historia de las lluvias, que
acontecieron sobre espíritus mojados por las aguas de la dársena.
Un día muy,
muy lejano, en una tribu humilde…allá donde crecían las raíces, la naturaleza
reposaba, el cultivo de la vida y los sueños era apacible. Llegó el hombre
blanco con su letal profecía, prometiendo oropeles y dorados. Regalando metales
bañados de dolor, confusión y asesinato y fundó presencias de ausencia en la
tierra indígena.
Vírgenes en los mercados de placeres donde se
venden armas, niñas y alcohol a la ignorancia, selvas que llegaron a la ciudad.
Los
jóvenes, iluminados, abandonaron los poblados y a sus ancianos y se
convirtieron en nativos indigentes en el asfalto de hormigón de polígonos de
hielo, prisiones de libertad y olores mentales. Así emergió la nueva tiranía en
una hacienda con caudillo y cuando, extasiados, quisieron regresar a su antigua
morada, a la añorada existencia que les colmaba de gratitud, decidiendo
demandar indulgencia por su desafortunado peregrinaje. Sombras blancas,
encapuchadas con antorchas en las manos, quemaron su arrepentimiento y a la
tribu pacifica. El humo de las llamas ahogó sus almas y allí mismo,
carbonizados, se encuentran aun hoy con los grilletes de la sumisión, creando
generaciones de miedo y desengaño. El mundo en que nos encontramos tú y yo.
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Febrero 2009-
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