domingo, 29 de abril de 2018

Cenizas a las cenizas...

Aquella noche dormí mal, alguna pesadilla que no recordaba, había intranquilizado mi sueño.
Asqueado del cuartucho que era mi hogar, cuatro paredes y un colchón en el frío suelo, me apresuré a salir.
Caminé por las calles de una ciudad desconocida.
Paseé mi cuerpo por un hermoso parque frondoso de árboles y jardines blandos, con un lago de cisnes entrañable en el corazón.
Los niños, enfermos de mugre, jugaban en la arena.
Los ancianos, sentados en bancos, contaban historias que ocurrieron en otros mundos.
Las parejas escondían su deseo febril, y besaban la mejilla de la ilusión.
Me sentía extranjero entre la belleza, brillaba el sol de aquel día festivo, hasta que vi una sombra.
La única oscuridad bajo el Astro del mediodía.
Un hombre pasó por mi lado sin mirarme, absorto en sus pensamientos.
No pertenecía a ningún lugar, me di cuenta al instante.
Erguido y altivo, sus pasos invisibles resuenan, su herida no cesa de sangrar, más no se detiene.
La moneda rueda y yo corro tras ella.
Todo cambia ante su visión, la luz se oculta detrás de unas nubes negras que estallan…
Y cae la lluvia, y llega la noche.
Sigo pensando que esta figura no existe, el interrogante me obsesiona, me obliga a seguir la estela de su mágico y enigmático estigma.
No le veo el rostro, más sé que su mirada es abstracta, muy profunda.
Todo gira ante su aparición, los niños, los ancianos y las parejas, bestias famélicas que huyen de la piel. Y marchan al compás del alma que persigo.
Sin sentido, voy acercándome a él, el vértigo se apodera ebrio de excitación, inútil buscar la lucidez, caminamos ya por las últimas calles y entramos en el callejón sin salida.
El hombre se para, el imán me atrae.
Recordando el principio de mi pesadilla, cuando llego a su lado, busca en el bolsillo y mientras el rayo desgarra el cielo, clava su cuchillo en mi pecho repetidas veces…
Y se va, perdiéndose en la niebla.
Sé que no pertenece a esta tierra.








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